Perro que piensa

Daniel F. Costa

 

Hoy no sé bien qué le pasa. Hace rato que se fue la luz y no se levantó ni una vez. Lo hubiese sentido aquí afuera de la ventana. Respira y ronca despacito, tranquilo. Hoy hubo poca acción. Dimos una vuelta con Rubio, los perros de enfrente ladraron un par de veces. Perros chicos, ladran porque sí. Pasó un auto. Un perro nuevo se acercó a la basura y lo corrí. Una lechuza se paró en un poste y se fue.

Cruje la cama, está girando… no, ese ruido es de talones, va a ir al baño. El patrón dijo que nunca más va a tener un ovejero. ¿Será por mí? Me tengo que apurar y dar vuelta a la casa. Ya está, por la banderola  lo oigo venir. Está orinando a oscuras. Dice que los ovejeros se parecen de-ma-sia-do a una persona. No dice demasiado, dice de-ma-sia-do. Que dependen mucho de uno. ¿Qué es uno?

Ruido de un vaso, está tomando agua. Va a volver al baño en un rato, seguro. Él dice próstata, ¿qué tendrá que ver? Me apuro para ir a la ventana del dormitorio, lo siento llegar de nuevo a la cama. Corre un poco la cortina, me dice Charly, suspira, se sienta y la cama cruje de nuevo. Cumplí, estuve siempre cerca de él. Anteayer no pude, llovía en cantidad y no pude aguantar mucho en la ventana por los chorros de las tejas. Sé que estuve mal, pero me caía justo arriba.

Tengo media noche por delante. Antes de la luz se va a levantar de nuevo, estoy seguro. Se hace larga la noche, uno de guardia atento y dormitando poco. Con la luz es la felicidad, me deja entrar. Dice que tiene miedo que yo arme lío con la gente que baja temprano a la playa. Antes se la agarraba con Rubio, pero ahora Rubio está viejo y gordo, y ya no pelea.

Es lindo dormir con ellos. Entro y me acuesto al lado de la ventana, bien cerquita de donde estaba antes, pero adentro, con ellos. Adentro sí puedo dormir tranquilo, los cuido de al lado. Pero a veces me hacen pasar cada nervio… Se mueven, me tiran las sábanas arriba. Les siento bien el olor, con toda la piel al aire, como debe ser. Qué raros son los humanos. Cuando se mueven despacio y hablan bajito, yo estoy atento pero tranquilo. Pero cuando se ponen a luchar y uno se sube arriba del otro siento que tengo que hacer algo. Pero nadie me llamó, soy ovejero alemán y trato de no meterme.

Pero ahora la cosa se puso brava; me acerco y los huelo, les digo que estoy aquí, por si alguien me precisa. La patrona dice que hago cosquillas y se ríe. No se enojó, menos mal, yo cumplo con mi deber. No entiendo, siguen peleando, y ahora peor. Tengo que hacer algo, ¿qué hago? ¿Que hace un perro? No me gusta, pero debo hacerlo: ladro fuerte un par de veces, ya angustiado. Da resultado, se separan.

Ella se ríe a carcajadas, el patrón se enojó mal y se me viene encima. Se sienta en la cama, se le afloja la cara y sonríe, menos mal. Me agarra fuerte los cachetes, entre enojado y cariñoso, y me dice perro de mierda, qué rompehuevos que sos, Charly, qué rompehuevos. Le siento como un amor, un cariño…

Estoy en la gloria, nunca me habían dicho algo tan lindo. Ser rompehuevos debe ser la gloria de un ovejero, lo máximo. Me da como las gracias por ayudarlos en sus problemas. Me le tiro arriba y le lamo la cara para agradecerle. Los dos ríen como locos.

Ahora entiendo. La próxima vez no espero tanto: ladro, me subo a la cama, los separo y chau.

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Daniel F. Costa escribía cuentos y relatos de joven, vivió haciendo otras cosas, como la investigación científica, se jubiló, y como tiene tiempo y le gusta, volvió al ataque, retomando la escritura. El cuento que publicamos se reproduce en exclusividad en Palabra Salvaje; 1 octubre 2020.