Eduardo Restrepo
Poco antes de los encierros decretados por la pandemia, había estado en Tumaco que, con alrededor de doscientos mil habitantes, es el conglomerado urbano más importante del extremo sur en el Pacífico colombiano. Estuve una semana larga, dictando un curso a los estudiantes de los primeros semestres de un programa de sociología de la Universidad de Nariño que había abierto una cohorte en la ciudad. Era un momento particularmente tenso, y todos tenían miedo. Los asesinatos y confrontaciones entre “combos armados” no se limitaban a los barrios más empobrecidos, como había venido pasando desde al menos la primera década del dos mil, cuando los paramilitares se toman el casco urbano de Tumaco. Esos muertos eran ya vistos como el “natural” resultado de confrontaciones entre combos armados por el control territorial en los laberinticos puentes y callejuelas; otros, se decía, eran resultado de cuentas cobradas a torcidos que se saldaban con la muerte.
No obstante, el miedo que atestiguaba entonces se debía a que hacía ya un tiempo que las balaceras y las muertes alcanzaban –con preocupación entre los locales y una inusitada visibilidad mediática a nivel nacional– gentes, tiempos y lugares que nunca antes se habían presenciado. Asesinatos a plena luz del día en calles concurridas, muertes de jovencitas de sectores medios en situaciones confusas, extorsiones y amenazas a personas en barrios con condiciones económicas menos precarias, eran algunos de los hechos que se mencionaban en voz baja y solo ante amigos o conocidos de total confianza.
En gran parte, ese miedo hoy ha desaparecido. En el casco urbano de Tumaco, se han reducido sustancialmente las cifras de las muertes violentas. Se habla de una relativa tranquilidad que, para algunos, es el resultado de acuerdos “desde arriba” para reducir la atención de los medios y las acciones de autoridades presionadas para mostrar resultados. En los barrios más empobrecidos, sin embargo, las cosas no han cambiado mucho, en gran parte siguen siendo escenarios vedados y experimentados como peligrosos[1]. En las zonas rurales tampoco se han transformado los factores que alimentan la violencia armada. Los cultivos no se han reducido, los laboratorios y cristalizaderos tampoco desaparecido ni han dejado de salir por los esteros rumbo al norte las lanchas rápidas o submarinos artesanales con sus costosos cargamentos. Las disputas por el minucioso control armado se mantienen, recrudeciéndose con cualquier acomodamiento entre los armados.
Helicópteros y plátanos, armas y encocados
La Florida es el nombre del pequeño aeropuerto de Tumaco. Desde comienzos de los años noventa, cuando comencé a viajar a Tumaco, dos han sido los cambios más notables en relación con ese aeropuerto: la presencia de imponentes helicópteros y aviones militares, y el crecimiento en sus alrededores de barriadas compuestas de miserables casas construidas por cientos de familias desplazadas de las zonas rurales.
Ambos cambios son unas de las tantas evidencias en el casco urbano de Tumaco de las transformaciones que, en las últimas tres décadas, han convertido a la región del Pacífico sur colombiano en el indiscutible epicentro de los cultivos de coca, y del procesamiento y exportación de cocaína del país. Todo esto ha estado asociado a cruentas disputas entre disímiles actores armados -estatales, paraestatales, criminales e insurgentes-, por el control de los territorios y gentes, tanto en las zonas rurales y asentamientos urbanos. En un país tan violento como Colombia, la región del Pacífico sur colombiano y el puerto de Tumaco ocupan tristemente uno de los primeros lugares en la economía del terror y de la muerte[2].
Luego de cerca de dos horas de vuelo desde Bogotá, y después de muchos meses de inciertos encierros por el Covid, la puerta del avión se abrió para que camináramos por la pista hasta donde recogeríamos las maletas. El calor húmedo de un lunes lluvioso en la mañana, se mezcló al salir del aeropuerto con un océano de sonidos y sensaciones. El caótico enjambre de motos que se movían en disímiles direcciones, algunas con tres o más pasajeros, daban cuenta de las premuras habituales de la hora de entrada a los colegios y la de apertura de muchos almacenes que se apeñuscan en unas cuantas calles céntricas. El mercado y los negocitos de comidas, donde muchos compran lo del desayuno, ya hacia horas que estaban funcionando. Suelen abrirse con el sol, algunos incluso desde antes. Estas imágenes y sonidos han sido maravillosamente captadas en Sinfonía de Tumaco[3], un documental realizado desde Marea Producciones (productora local cine comunitario).
En el suelo y mesas de ciertas calles, se despliegan ventas donde el verde de los racimos de plátano contrasta con los fuertes colores de las naranjas, chontaduros o cocos. También se consiguen verduras y legumbres traídas por camiones del interior del país, o por barcos que llegan del Ecuador. Sobre todo en el pequeño mercado situado en un costado de un estero en el centro, los olores de baldes rebosados con conchas, camarones, jaibas y langostas, se fusionan con la de peces frescos como lisas, peladas, pargos y jureles. Otros, como toyos y rayas, se venden ahumados para preparar sabrosos encocados, al igual que parte de la carne de monte.
El Covid y el rebusque
En Tumaco, las playas de El Morro y los hoteles para los turistas estaban repletos, como en los mejores tiempos de antes de la pandemia. Pareciera que el Covid fuera un asunto del pasado. Con la excepción de unos pocos que llevan tapabocas, y de ya descoloridos avisos recordando la importancia de las medidas de bioseguridad, nada indica que unos meses atrás estas playas estuvieron desiertas de los turistas que llegan, sobre todo, del interior del país.
Ahora se puede apreciar cómo parejas o grupos de turistas disfrutaban sin mayores preocupaciones de los encantos del mar tropical. El fin de semana, sobre todo el domingo, a estos turistas se les suman no pocos tumaqueños que suelen llegar con sus familias o amigos a departir unas horas en la playa. En los restaurantes y kioscos, para la hora del almuerzo, platos locales como el pescado frito o encocado de camarones tienen gran demanda entre los comensales. Cervezas bien frías o el agua helada de pipa (coco) calman la sed y ayudan a refrescar el cuerpo en las horas más calientes de la tarde, bajo la sombra de frondosos árboles de matarratón, almendros y palmas de coco, o en las carpas que se siembran a lo largo de la playa.
Como era de esperarse, el Covid golpeó fuertemente la afluencia de turistas provenientes del interior del país y del Ecuador hacia Tumaco. César Estupiñan, aunque nacido en Buenaventura, creció en Tumaco debido a que su madre abrió un restaurante en las playas de El Morro, hace ya muchos años, cuando “todo esto era puro monte”. Con la llegada del Covid fueron despareciendo los comensales, por lo que les “había tocado pasar bastante trabajo”. En las últimas semanas habían empezado a regresar los turistas, y el restaurante funcionaba como antes. Ahora estaban sus primas, madre y tía trabajando como antes en la preparación de los distintos platos.
No solo los propietarios y trabajadores de los restaurantes y hoteles de El Morro vieron reducidos drásticamente sus ingresos con el Covid. En Tumaco muchos se dedican a la pesca artesanal, a las ventas ambulantes o en improvisados puestos informales en las aceras y calles, en lo que localmente se denomina como el rebusque. Del rebusque también participan las señoras ya mayores y algunas jóvenes que contratan diariamente a destajo las empresas de camaricultura para pelar el camarón; o los mototaxistas, en su gran mayoría hombres, que recorren desde tempranas horas de la mañana las calles para transportar a quienes soliciten su servicio (por el que cobran de dos a cuatro mil pesos colombianos por cada carrera).
Con las restricciones de movilidad y los periodos de cuarentena decretados desde el gobierno nacional para el 2020, el encerramiento durante semanas se hacía insostenible para quienes se han dedicado por años al rebusque. Su sobrevivencia, y la de las personas que dependen de ellos, se deriva de lo que se logra conseguir diariamente. Por supuesto que hay redes de solidaridad con familiares en Tumaco o en el interior del país a las que se acudió en medio de la crisis, así como al hecho que todavía algunos mantienen vínculos con parientes o incluso fincas en las zonas rurales que les permitieron acceder a productos básicos para la comida como el coco y el plátano. Otros, sin embargo, tuvieron que apelar al tradicional endeude[4], al fiado en las tiendas o al más reciente y lesivo préstamo gota a gota. Así, para las condiciones de existencia de muchos tumaqueños no tenía mucho sentido la estrategia del gobierno nacional de “quédate en casa”.
La alcaldesa de Tumaco, Emilsen Angulo, en una videoconferencia realizada el 23 de mayo de 2020 con el Centro de Estudios Afrodiaspóricos de la Universidad ICESI en Cali[5] ,reconocía que estas especificidades de la economía del día a día de parte importante de la población tumaqueña hacían imposible aplicar unas medidas diseñadas desde las experiencias de las grandes ciudades del interior del país por el gobierno nacional que suponían que los empleados pudieran teletrabajar y así seguir recibiendo sus salarios. La estrategia de repartir mercados se quedaba corta porque no cubría a toda la población, y no incluían productos que hacen parte importante de la dieta como el plátano o el pescado.
Además, anotaba la alcaldesa, existían “diferencias culturales” que hacían prácticamente imposible imponer confinamientos obligatorios en poblados del Pacífico colombiano como en Tumaco. Así, por ejemplo, en los sectores populares la vida cotidiana de niños y adultos ha supuesto siempre estar fuera de casa en las callejuelas y puentes, con participación de redes de familiares y de vecinos con quienes se departe cotidianamente. La gran mayoría de las viviendas en los barrios populares no cuentan con servicios públicos,[6] y a menudo son habitadas por familias extensas que, en ocasiones, implican numerosas personas que duermen y comen allí.[7] En estos sectores, todavía hoy no son pocas las casas que mantienen sus puertas abiertas, y los frentes de muchas se encuentran diseñados para que se sienten en las tardes mujeres a conversar y jugar bingo, o para que se reúnan grupos de jóvenes o de hombres adultos a escuchar música y tomar cerveza.
La enfermedad fría
A estos condicionamientos económicos y sociales, a las particularidades de Tumaco habría que agregar una serie de significados profundamente arraigados que se encuentran asociados a la medicina tradicional o popular. Para los tumaqueños, en su gran mayoría afrodescendientes, existen una serie de concepciones culturales sobre la salud/enfermedad desde las cuales, como era de esperarse, enmarcaron sentidos y prácticas locales en torno al Covid.
El daño es una de las categorías centrales que explican la súbita enfermedad y muerte. Esta es el resultado del trabajo de los brujos, es un asunto del diablo y no puede ser tratada con medicamentos recetados por los médicos. En contraste, están las enfermedades o accidentes naturales, que responden a la voluntad divina y pueden ser tratados por curanderos, yerbateros o médicos, según sea el caso.
Desde su perspectiva, en las enfermedades naturales o mandadas por dios se diferencian entre frías y calientes. Además de oraciones y secretos que conocen los curanderos, una enfermedad fría se suele tratar con sustancias y prácticas que calienten el cuerpo, mientras para una caliente se hace lo contrario. Además de este contraste entre lo frío y lo caliente, las enfermedades o accidentes se entienden como desbalances en los humores y fluidos corporales. En estos casos, mediante estrictas dietas y prácticas se busca reestablecer el equilibrio corporal perdido.
Para los tumaqueños el Covid es clasificado como una enfermedad natural o enviada por dios y se caracteriza como una enfermedad fría. Al igual que la enfermedad conocida como quebrantahuesos o dengue, se recurre como tratamiento a bebidas, baños y dietas para calentar el cuerpo. Entre las prácticas más generalizadas se encuentran la bebida (zumo) y hacer una cama de hojas del arbusto conocido como matarratón (Gliricidia sepium), considerado como caliente. Para la preparación del zumo, se machacan las hojas del matarratón y se exprimen. A este espesa y babosa bebida se le suele agregar limón y jengibre, para ser ingerida varias veces al día. También se colocan hojas de matarratón en la cama, antes de ir a dormir, para acostarse encima de estas con el propósito de sacar el frío producido por el Covid. También se dejan hojas de matarratón en agua de un día para otro, para bañarse.
Además del matarratón, para contrarrestar el Covid entre los tumaqueños se recurre a la aguasal, el agua de mar, recolectada afuera donde su color es verde, para mezclarla con agua potable en proporción de uno a tres, y tomarla en las mañanas y en las tardes. Irse a bañar al mar, frotándose fuertemente hacia afuera todo el cuerpo, también es una práctica recomendada cuando se tienen los primeros síntomas de Covid. Bañarse sobre todo cuando el mar está en vaciante, es lo más indicado. La vaciante se lleva lo que la aguasal saca del cuerpo.
La botella curada, o simplemente la curada, ha sido utilizada por los tumaqueños desde tiempos inmemoriales para combatir las distintas enfermedades derivadas del frío del cuerpo. Con el Covid, se ha recurrido a sobijos en todo el cuerpo con el contenido de la botella curada antes de acostarse a dormir y a tomarse varios vasos durante el día. Para Wilson Quiñonez, uno de los vendedores de mariscos en el mercado, fueron esos sobijos y tomas de la botella curada lo que le sanó en unos pocos días del malestar y debilidad producidos por el Covid. Desde que empezó con el tratamiento, sintió como recuperaba las fuerzas y ganas de comer.
Fernando Angulo, un joven mototaxista nacido en el río Chagüí, había llegado como desplazado por el conflicto armado hacia doce años junto con su madre y hermanos a Tumaco. Mientras manejaba con destreza rumbo a El Morro, afirmaba que, aunque el Covid había enfermado a muchos, no se habían dado tantos muertos en Tumaco porque la gente comía bastante pescado, que contenía mucho fósforo. Además, subrayaba que el vivir al lado del mar y el poder del zumo del matarratón habían contribuido a que no se dieran tantas muertes allí en comparación con otros lugares del país y del mundo.
El Covid lugarizado
El primer caso de Covid en Tumaco se registró el 31 de marzo de 2020. Para mediados de 2020, la situación se hacía sumamente preocupante: “Tumaco tiene más de la mitad de todos los casos de su departamento [de Nariño]; en total 1.356 casos al 18 de junio, el 57.3% de los de Nariño. Mientras que la proporción de casos en el país por millón de habitantes es de 1.350, en este municipio es de 5.275, es decir más de cuatro veces mayor”[8].
No obstante, para comienzos del 2021, esta tendencia se había revertido hasta el punto que la alcaldesa de Tumaco indicaba que “[…] a partir del mes de agosto a diciembre del año anterior disminuyeron de forma sustancial los casos de Covid-19, hoy tenemos una situación de tranquilidad”.[9] Mientras que en Pasto, capital del Departamento de Nariño, se registraban 22.015 casos positivos de Covid19, en Tumaco solo se presentaban 2.144 casos. Para la alcaldesa, esto era un claro indicio de que “Tumaco había sido bendecido por dios”.
Leer la disminución del número de infectados y muertos por Covid como una “bendición de dios” no es extraño en un poblado donde prima el catolicismo y las iglesias cristianas. No se contrapone necesariamente a nociones propias del discurso experto médico ni, por ser pronunciado por la alcaldesa, se encuentra alejado del juego de intereses políticos. Las “explicaciones” de cómo entender lo que ha pasado con el Covid en Tumaco dicen mucho más de quienes las plantean que de la pandemia en sí, y suelen operar como mapas de imaginarios sociales sedimentados.
Trazar los debates y prácticas sociales lugarizados a propósito de la pandemia, de las sensibilidades, de lo que se dice y hace en torno al Covid, puede contribuir a hacer evidentes las especificidades y configuraciones socio-culturales en las que se inscriben. Dicen tanto o más de lugares y gentes concretas, que del Covid. O mejor, aunque es un hecho global el Covid siempre ha estado diferencialmente entramado en lo local.
Imaginarios racializados
Una serie de imaginarios racializados sobre los tumaqueños, mayoritariamente afrodescendientes, que históricamente han marcado las relaciones entre el interior del país y el Pacífico colombiano emergieron a flor de piel en las redes sociales y en los medios[10]. Los iniciales altos índices de contagio en Tumaco se le atribuyeron a la ignorancia e irresponsabilidad de los “negros”. Acusando a muchos tumaqueños no tomarse en serio las medidas de bioseguridad, de no “quedarse en casa” (como sí lo hicieron los “buenos” ciudadanos), desde Pasto se empezaron a escuchar voces que clamaban por cerrar la carretera con Tumaco para evitar ser contagiados. Esto lo recuerda vívidamente el gestor cultural y comunicador social Gustavo Cabezas: “Hubo un momento en el que los pastusos no querían que los tumaqueños fuéramos hasta Pasto […] hasta entonces estaban casi prohibiendo la llegada de los tumaqueños a Pasto”.
Al comienzo de la pandemia, cuando los tumaqueños empezaron a utilizar bebidas y hojas de matarratón para tratar el Covid, desde Pasto y el interior del país no solo se descalificaba esta práctica por falta de sustento científico, sino que se empezaron a burlarse de lo que se suponía era una muestra más de su ignorancia. Gustavo Cabezas anotaba como “Los pastusos comenzaron a burlarse de los tumaqueños. Empezaron a decir que eso no era así. La alcaldesa puso un mensaje que no se confiaran en el matarratón porque no estaba científicamente comprobado que eso ayudaba”.
En uno se los testimonios registrados por la Fundación Paz & Reconciliación (PARES), se evidenciaba: “También se está generando una xenofobia en Pasto en referencia a la gente que proviene de Tumaco. Porque tenemos un alto número de contagios, hay muchos mensajes racistas, de cerrar la vía, porque los negros somos desordenados llevamos el virus, no hay garantías de nada, una xenofobia grande”[11]. Luis Alfonso Escobar, ex gerente del “Plan Todos Somos Pazcífico”, argumentaba que estas preocupantes cifras de casos positivos por Covid en Tumaco eran el resultado, entre otros factores, del “[…] desconocimiento y la baja cultura ciudadana [de los tumaqueños]”[12].
Estos imaginarios racializados reproducen sedimentaciones históricas del pensamiento racista que ha configurado, desde el período colonial, las narrativas y relaciones con estas tierras y gentes por parte de los europeos, primero, y de las elites criollas o sus áulicos, después. Los negros aparecen a sus ojos como unos seres “desordenados”, con “baja cultura ciudadana”, reproductores de la “ignorancia”, y descaradamente “irresponsables”, es decir, se los presenta como unos auténticos salvajes-salvajes, como sujetos morales tachables, que requieren del tutelaje y la mano salvadora civilizatoria del “hombre blanco”. En estas narrativas los “negros”, por su marcación racial, aparecen condenados a ser los responsables de las condiciones de miseria y muerte que definen sus existencias. Lo que se pasaba con el Covid en Tumaco, no era más que la constatación de estas cristalizaciones racistas que, desde Pasto y otros lugares del interior del país, articulan el grueso de las interpretaciones sobre los tumaqueños en particular y la región del Pacífico en general.
En este punto es muy importante insistir que me interesa resaltar cómo, a partir de ciertas concepciones y prácticas del Covid por parte de los tumaqueños, se movilizaron desde sectores andinos las usuales cristalizaciones racistas sobre la gente negra y sobre una geografía racializada como lo es el Pacífico colombiano. Por supuesto que unos tumaqueños reconocen que muchos otros no siguieron las indicaciones que desde el gobierno nacional, regional o local se imponían como medidas para enfrentar la pandemia. Pero a diferencia con los imaginarios y pánicos que circulaban desde el interior del país como Pasto, no lo estaban leyendo en la clave de imaginarios racializados y pensamiento racista que he señalado. Sus explicaciones apelan a otro tipo de criterios y matrices de sentido.
Los tumaqueños lejos están de ser la comunidad prístina, armónica y homogénea que desde el discurso culturalista o el de las ontologías relacionales suele endosársele a los afrodescendientes de la región del Pacífico colombiano. La profesora Fanny Castillo, por ejemplo, consideraba que esto respondía a “La necedad de los tumaqueños en decir que nada pasa. Frente a las situaciones difíciles, tan complicadas, sigue siendo como tan optimistas y decir todo lo que ocurre yo lo puedo superar. Dándonos como de los más fuertes del paseo”. Una “necedad” que es orgullo de sí, que es fortaleza ante la adversidad, no una tara racista de sujetos moralmente tachables y que requieren del tutelaje de otros.
Por su parte, para Gustavo Cabezas el que la gente en Tumaco no se plegara como en otros lugares del país a los confinamientos, era en gran parte expresión de una economía basada en el día a día. En esto también está de acuerdo Fernando Castillo, quien considera que esta condición hacía poco realista que la gente se “quedara en casa” como imponían las políticas gubernamentales ante la pandemia: “La gran mayoría de la población tumaqueña no es asalariada, sino que vive del rebusque, como decimos acá popularmente. Algunas personas viven de la agricultura, la pesca, pero los ingresos no es que sean muy elevados, y muchos negocios informales, muy pequeños negocios, ni siquiera alcanzan a ser micronegocios, ya que generan menos de veinte mil pesos en el día.[13] Y para sostener una familia, no alcanza”.
Las narrativas descalificadoras y descontextuadas sobre lo que ha llevado a muchos tumaqueños a recurrir a la medicina tradicional o a “no quedarse en casa”, es una expresión más de arrogancias y desprecios racializados de siempre hacia unas gentes que se rebuscan sus existencias en unas geografías marcadas por su empobrecimiento y la cotidianidad de la muerte.
Desconfianza al estado y las clases políticas
Como en otros lugares del mundo, algunos tumaqueños no dieron crédito a los relatos mediáticos y gubernamentales convencionales sobre la pandemia. No lo hicieron, entre otros factores, por una desconfianza histórica con respecto al gobierno y sus representantes. En palabras de la profesora Fanny Castillo: “Siempre se creyó [en Tumaco] que era un negocio, un montaje a partir de lo que se decía que las personas que eran internadas en UCIS eso era un dinero para los hospitales. Eso acá se volvió una verdad muy creíble. El temor a ser hospitalizado […] [Por eso] las personas que por alguna razón se sintieron afectadas y con un resultado positivo, nunca, nunca llegaron al hospital porque se dijo persona que llega al hospital de Tumaco, es persona en USI, es persona muerta”.
Esto lo escuché en reiteradas ocasiones, por las más diversas personas. Incluso, la cifra que circulaba es que se recibían 30 o 33 millones de pesos[14] por muerto por Covid reportado por el hospital. Algunos indicaban que ese dinero “se lo robaba la alcaldesa”, como suelen considerar (por su experiencia histórica) que hacen los alcaldes y otros funcionarios en diferentes instancias del gobierno con los dineros que se asignan a Tumaco. Incluso se le atribuyó a la alcaldesa la orden de tumbar los árboles de matarratón que se encontraban en una de las principales vías para evitar que la gente se confiara de sus beneficios. Para muchos, tumbar las matas de matarratón era una prueba más del negocio montado en torno a los muertos por Covid.
Desde niños, los tumaqueños tienen la certeza que los alcaldes se roban la plata del presupuesto asignado a la ciudad. Las denuncias son pan de cada día, y es lo que explica para el grueso de los tumaqueños el colapso de la infraestructura urbana, las obras a medio hacer o con grandes fallas, así como las precarias inversiones en la educación o la salud públicas. Algunas de estas denuncias, sobre todo cuando se hacen particularmente escandalosas, alcanzan a transitar por laberínticos y paquidérmicos procesos penales durante años, los cuales pocas veces alcanzan sentencias o, si lo hacen, terminan exonerando a los implicados o asignándoles unas penas nada contundentes.
Es consabido que cualquier obra o proyecto que pasa por la alcaldía supone (al menos) el diez por ciento del monto total para el alcalde. Esto es tan de sentido común, que una vez presencié una acalorada discusión entre dos contratistas de si ese diez por ciento estaba sancionado por ley o no. Lo sorprendente de esta discusión es que se le dio la razón a quien argumentaba que ese porcentaje para los alcaldes era establecido en la ley. Por supuesto, esto no es una particularidad de Tumaco ni del Pacífico colombiano, sino una de las tantas formas como las clases políticas locales, regionales y nacionales se apropian de los recursos públicos para seguir enriqueciéndose y reproduciéndose en el poder. La política es un negocio, uno que se hace a costa de la miseria de muchos. Es por esto que tristemente la gente suele considerar que un “buen alcalde” es el que no se lo roba todo, y hace algo.
Antes que al Covid, el miedo de muchos tumaqueños radicaba en ser hospitalizados. Antes que “ignorancia”, su temor estaba anclado en una experiencia histórica de desconfianza a la clase política a la que poco o nada le ha importado la muerte y la miseria de los tumaqueños. No era una desconfianza con el saber médico o con los hospitales per se, sino con lo que percibían como un negocio montado alrededor de los que se hacían pasar por muertos de Covid. Este temor estimuló que se acudiese a los remedios propios de la medicina tradicional, en particular a la utilización del matarratón. En palabras de Fernando Castillo: “Hubo un momento donde los casos de Covid se dispararon. La gente se asustó mucho, hubo una cantidad de muertos reportados. Pero al mismo tiempo empezó a aparecer información de los familiares de estas personas que habían fallecido y que decían haber fallecido en sus casas, o por otras enfermedades que eran prevalentes, pero que los reportaban luego por Covid, eso también aumento el temor”.
Clausuras
La sanción científica de si al matarratón se le pueden asociar poderes curativos o no con respecto al Covid tomará su tiempo; entre otras cosas porque implica nadar contracorriente de la actual euforia del mercado farmacéutico global y de los gobiernos nacionales, regionales y locales que se arropan en lo “comprobado científicamente” para acumular ganancias y gobernar a otros en nombre de pánicos sociales. Nada que no sepamos: la ciencia nunca ha sido inocente políticamente, y menos cuando es movilizada por el mercado. Nada para sorprendernos: la clase política y los burócratas, pescando en río revuelto.
No solo unas vidas parecen importar más que otras, sino que en nombre de la vida de quienes realmente importan se imponen a todos concepciones y prácticas sancionadas a raja tabla por los gobernantes en diferentes escalas, nacional, regional y local. Todo un autoritarismo ilustrado que solo ve ciertos indicadores, que solo entiende unas realidades y que demanda unos ciudadanos dóciles y temerosos.
Como nunca antes en nuestras vidas, hemos atestiguado el despliegue de un pánico médico de magnitud planetaria para controlar poblaciones. El hacer vivir y dejar morir de la biopolítica foucautiana, que apela a los discursos expertos y se imbrica con determinadas artes de gobierno, contribuye a explicar una dimensión de lo que se ha puesto en juego con la pandemia. No obstante, otra arista que no pueden dejar de incluirse en el entendimiento de esta singular experiencia histórica, refiere a los procesos de subjetivación y los entramados de emocionalidades cristalizados con las rupturas de un mundo que se experimentaba como dado. Las improntas del pensamiento racial y la lógica del racismo estructural, tampoco se pueden dejar de lado para entender cómo han operado a propósito del Covid una serie de sedimentados desprecios ontológicos en torno a gentes y geografías marcadas racialmente.
Notas
[1] Entre los cuales se suelen destacar los barrios Panamá, Viento Libre, El Voladero, La Calavera, Los Puentes y La Ciudadela.
[2] Para ampliar estas transformaciones, ver Tumaco, de paraíso a infierno, A. Angulo y D. López, Cien Días, Cinep, 94: 55-59, 2018, https://www.cinep.org.co/publicaciones/PDFS/20181201_articulo10.pdf
[3] https://www.youtube.com/watch?v=123vCXqmWAk&list=PLRGIVjxcV9TOVrZPjBEJ_2aFkKFzfH2il
[4] Esta es una relación que existe desde la época colonial, en donde un patrón adelanta a un individuo o cuadrilla la comida e insumos requeridos para realizar un ciclo productivo (extracción de madera, la minería, la pesca o el cultivo de coca, entre muchos otros), lo que supone un amarre en la “venta” a menor precio de la producción obtenida.
[5] La videoconferencia se encuentra en: https://www.facebook.com/watch/?v=259217268471039
[6] Solo el 31.7% de los hogares en Tumaco tienen acueducto y apenas el 5.5% tienen alcantarillado. Esto contrasta con las cifras del país donde la cobertura con esos dos servicios es, respectivamente, del 84.6% y el 76.6% (datos DANE, Censo 2018).
[7] Para ampliar este punto, se puede consultar Pandemia y corrupción: la tragedia humanitaria en Tumaco, L. Macías y D. Abello, Pares, Fundación Paz y Reconciliación, 14 de junio de 2020,. https://pares.com.co/2020/06/14/entre-pandemia-y-corrupcion-la-tragedia-humanitaria-en-tumaco/
[8] Tumaco: Frontera, exclusión, olvido y Covid, R. Restrepo Villa, portal de noticias Universidad de Antioquia, 3 julio 2020,
[9] Citada en Piden mantener autocuidado pese a descenso de contagios en Tumaco, M. de la Rosa, El Tiempo, Bogotá, 18 de enero de 2021, https://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/tumaco-disminuyeron-casos-de-covid-19-tras-pico-elevado-561100
[10] Uno de los escenarios en redes sociales en los cuales se debatieron estos asuntos es la página de Facebook “Foro por Tumaco”; con más de cien mil miembros, es un buen termómetro de las preocupaciones y aspectos relacionados con Tumaco.
[11] Pandemia y corrupción…, L. Macías y D. Abello, citado en la nota 7.
[12] Citado del periódico El Tiempo, en Pandemia y corrupción …, L. Macías y D. Abello, citado en la nota 7.
[13] Esto es un poco más de cuatro dólares estadounidenses.
[14] Alrededor de unos 8000 dólares estadounidenses.
Agradezco a Fanny Castillo, Gustavo Cabezas y Fernando Castillo por sus valiosas clarificaciones sobre el Covid 19 en Tumaco. También agradezco a Eduardo Gudynas por sus comentarios al texto, y por su invitación a escribir para la revista Palabra Salvaje. Finalmente, agradezco a Dina Piraquive su apoyo en la investigación documental.
Eduardo Restrepo es un. antropólogo colombiano, que ha trabajado sobre poblaciones afrodescendientes, la región del pacífico colombiano, las marcaciones étnicas, las subjetividades políticas y el racismo, así como sobre las geopolíticas del conocimiento y la teoría social contemporánea. Ha sido presidente de la Asociación Latinoamericana de Antropología.
Publicado en la web Palabra Salvaje el 25 octubre de 2021.La versión completa, con todas las fotografías en la revista Palabra Salvaje No 2 (octubre 2021) que se descarga aquí…
Se permite la reproducción siempre que se cite la fuente.
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