El largo camino hacia la guerra en Ucrania

Joachim Becker

Hace sesenta años estalló la llamada crisis de los misiles en Cuba. Aunque se enfrentó una amenaza de una guerra atómica, los principales protagonistas rápidamente comenzaron a negociar y desactivaron el peligro de una escalada. Eso ocurrió en plena guerra fría. Hoy en día, nuevamente se enfrenta una amenaza atómica, esta vez en el contexto de una guerra ardiente que tiene lugar en Ucrania. El gobierno ruso desencadenó la guerra y también calificó los usos de armas nucleares como una opción posible. Hasta ahora, la reacción de los otros protagonistas en esta guerra, los países de la OTAN y Ucrania, no han desescalado el conflicto o buscado una solución política, sino que continúa su intensificación. Son crecientes los riesgos de que esta guerra se amplíe. Además, países en otras regiones, muy lejos de la zona de guerra en Europa, están afectadas por lo menos indirectamente, por ejemplo por el aumento del precio de alimentos, fertilizantes o gas.

La guerra en Ucrania es el resultado de una larga sucesión de hechos y condiciones. En este artículo se examinan algunos de ellos, y en especial las circunstancias observadas desde la disolución de la Unión Soviética, tanto a escala nacional como internacional. La revisión concluye en 2022, al momento de la invasión de las tropas rusas en Ucrania.

 

Transformación caótica y desintegración de la Unión Soviética

El conflicto en Ucrania tiene antecedentes inmediatos en los tiempos que marcan el final de la “guerra fría”. Cuando el socialismo de estado implosionó y la Unión Soviética se desintegró, los sectores dominantes en los Estados Unidos vivieron “una euforia unipolar”[1] y se esforzaron de prevenir el surgimiento de centros de poder alternativos. Este esfuerzo no fue coronado por el éxito. China surgió como un poder económico y político de peso global; también otros estados como India, Rusia o Brasil buscan un orden multipolar. No obstante, tienen visiones diferentes sobre los principios de un orden multipolar.

Unos estados del Norte aceptaron sin reservas la reivindicación estadounidense de un orden unipolar encabezado por los EE.UU. Algunos estados de la Unión Europea (UE), como Alemania o Francia, se mostraron temporalmente un poco más ambiguos, reivindicando por lo menos una cierta autonomía. Eso fue mal visto por sectores dominantes de los EE.UU., y algunos desconfiaron de la formación de un eje entre Alemania y Rusia que brindaría la chance de un grado de autonomía más grande a esos países. De esos y otros modos, el espacio post-soviético se volvió un escenario para buscar esferas de influencia entre poderes rivales. Ucrania, un país importante ubicado entre Rusia y la Unión Europea, se encontró en el centro de esos apetitos. La agudización de los conflictos globales en el espacio post-soviético alimentó un nacionalismo imperial ruso que cuestiona al orden territorial que resultó de la disolución de la Unión Soviética, y que buscaba una revisión de fronteras, principalmente en Ucrania. Por lo tanto, la guerra en Ucrania tiene dimensiones globales y regionales.

Con la crisis final de socialismo estatal y la incipiente transformación capitalista, surgieron hacia el fin de los años ochenta movimientos nacionalistas en Unión Soviética. Aunque el proceso de desintegración de la Unión Soviética comenzó en unas regiones de su periferia geográfica, el rol de Rusia se reveló como decisivo. En la república soviética rusa, un bloque liberal encabezado políticamente por Boris Yeltsin y compuesto socialmente por directores de las empresas estatales y la tecno-burocracia, quiso controlar el proceso de transformación económica y privatizadora y liberarse del “peso” de las repúblicas soviéticas pobres (especialmente en Asia Central)[2]. Su postura favoreció la disolución de la Unión Soviética.

En otras repúblicas soviéticas, la coyuntura fue similar. Por un lado, jerarcas de las empresas estatales y sectores de la tecnocracia favorecieron esa disolución porque aspiraban al control de la privatización en “su” república; la intelligentzia en instituciones culturales proporcionó los argumentos histórico-culturales.

En Ucrania se formó una alianza muy heterogénea en favor de la independencia. Estuvo compuesta por un movimiento etno-nacional, principalmente enraizado en el oeste del país, por una fuerte fracción del Partido Comunista, que rechazaba la terapia de choque propuesta por Yeltsin y deseaba un control del proceso de transformación, y por mineros en la región del Donbass, en el este del país, que esperaban una mejora de su (pésima) situación material (como advierte Duleba[3]). El estado de ánimo de la población era muy inestable, así como también lo era la situación socio-política. Incluso en marzo de 1991, 76,4% de los participantes de un referéndum en la Unión Soviética (con la excepción las repúblicas bálticas, Armenia, Georgia y Moldavia) se expresaron en favor del “mantenimiento de la Unión de las repúblicas socialistas soviéticas como una federación renovada de estados soberanos”[4]. En diciembre de 1991, los presidentes de Rusia, Bielorrusia y Ucrania sellaron el destino de la Unión Soviética y la disolvieron.

En Rusia, una transformación capitalista irreversible y la privatización fueron las prioridades del gobierno Yeltsin. Su terapia de choque enfrentó resistencias institucionales por parte del parlamento. Reaccionó disolviendo y bombardeando el parlamento en 1993 y por instaurar un régimen ultra-presidencialista. Desde 1993, el régimen político ruso tiene fuertes rasgos autoritarios. Los gobiernos de Yeltsin estuvieron íntimamente ligados a unos pocos grupos económicos que había surgido con la ayuda del estado, pero bajo esos nuevos gobiernos la capacidad administrativa era muy baja. Con la excepción de los sectores de gas, petróleo y otras materias primas, la actividad económica colapsó y el PIB cayó un 45,2% hacia 1998[5], durante algunos momentos los salarios se cancelaban con mercancías y las pensiones se pagaron irregularmente. El drástico deterioro de la situación social y el elevado estrés desembocaron en un derrumbe de la expectativa de vida; pasó de 69,7 años en 1989 a apenas 64,5 años en 1994, y para los hombres eso fue todavía más brutal (de 64,3 años en 1989 a 57,6 años en 1995)[6]. Después de la crisis financiera de 1998, las medidas de corrección permitieron una cierta re-estabilización en los años siguientes, pero la gran mayoría de la población percibe aquella “era liberal” de los noventa como la década de caos y del empobrecimiento.

En Ucrania, el proceso de transformación fue más lento, pero no menos caótico. La capacidad administrativa del aparato estatal era todavía más reducida, como recuerda Marko Bojcun [7]. A pesar de las tendencias autoritarias latentes, en ese país se logró un grado más elevado de democracia que en Rusia. Inicialmente, los partidos se diferenciaron en un eje izquierda-derecha con preferencias de estrategias menos o más radicales. Adicionalmente, hubo una derecha etno-nacional que por razones históricas estaba fuertemente enraizada en el oeste del país. Con el avance de la privatización y el surgimiento de grupos económicos, los partidos se convirtieron cada vez más en formaciones oligárquicas. El concepto de la nación y del nacionalismo se volvió la principal característica para distinguirlos, relegando a un segundo plano las cuestiones socio-económicas. Por un lado, se advierte una concepción étnica de la nación la cual se basa fuertemente en el criterio de la lengua ucrania. Por otro lado, está la concepción “política” de la nación que se basa en las ideas de ciudadanía y territorio[8].

En el oeste del país debe recordarse que antes de la Primera Guerra Mundial, esa región perteneció al Imperio Austro-Húngaro y que al tiempo de la Segunda Guerra Mundial fueron muy activas las fuerzas fascistas bajo un nacionalismo ucranio integralista, lo que hace que el entendimiento étnico de la nación esté fuertemente enraizado. Los seguidores de esta posición han sido partidarios de una “de-rusificación” de Ucrania. En el este del país, que había pertenecido al Imperio ruso antes de la Primera Guerra Mundial y donde hay un gran número de rusófonos, predominaba la concepción política de la nación. Desde su punto de vista, se percibe a la nación ucrania como bi-étnica y bi-lingual (ucraniana y rusa[9]).

La población del oeste de país miraba políticamente más hacia el oeste, la población del este más hacia el este. Por lo tanto, los partidos políticos se diferenciaron no meramente regionalmente, sino también por su orientación geo-política pro-oeste o multi-vectorial. La competencia no era meramente económica sino también política entre los grupos económicos (u oligarcas) haciendo que la estabilización del estado fuera todavía más difícil. La caída económica de Ucrania fue incluso más profunda que en Rusia. La recesión de los noventa duró una década y el PIB cayó en esta época por 60,3% entre 1989 y 1998[10]. El país nunca más recuperaría el nivel PIB per capita de 1989[11]. Como ocurrió en esos años en Rusia, la situación social de los noventa fue un desastre. Hacia el fin de la década de 1990 comenzó una lenta consolidación de las capacidades estatales y una recuperación de la situación económica.

El régimen de Yeltsin buscó desarrollar relaciones estrechas con los países occidentales, aunque buscando una posición más autónoma en la segunda mitad de las noventa[12]. Una prioridad de la política exterior rusa fue preservar un papel destacado dentro del espacio post-soviético. Ello se expresó en iniciativas de institucionalizar organismos de concertación post-soviéticos, como la creación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) en 1992, aunque sus resultados fueron muy limitados. Entretanto, en Ucrania, en los años noventa, las instituciones de la política externa estaban muy debilitadas. Al comienzo, se enfatizaron las relaciones con el oeste, ya que después de la elección del presidente Leonid Kučma, el gobierno se esforzó más en mejorar sus vínculos con Rusia, que más allá de su profunda crisis, de todos modos todavía pesaba mucho en la economía ucraniana. Pero los gobiernos intentaron mantener buenas relaciones tanto con los países del oeste como con Rusia, y puede sostenerse que en esa década predominó una política multi-vectorial.

En la fase final de la Unión Soviética, el entonces secretario general de su Partido Comunista, Mihail Gorbačov, desarrolló el concepto de la “casa común europea”. Expresaba una perspectiva de superar las fronteras de bloque y adhería a la construcción de una arquitectura común de seguridad para Europa. Pero además buscó garantías que la OTAN no se ampliaría hacia el este, y aunque hubieron intercambios verbales sobre el asunto, no se concretó en un compromiso explícito.

Desde el lado de los países de Europa occidental, sus preocupaciones eran principalmente económicas. Países como Alemania, Austria y Italia desarrollaron importantes relaciones económicas, especialmente en el campo de la energía, con la Unión Soviética. En la nueva coyuntura político-económica se profundizaron los lazos económicos ya existentes con Rusia. Los países de la UE que buscaban vínculos más estrechos con Moscú no se mostraron muy imaginativos en organizar otro tipo de relación. Se firmó un primer acuerdo de cooperación en 1994, y se aprobó un documento de la UE sobre las perspectivas de esa cooperación con la visión de promover institucionalidades en Rusia que seguían el modelo de Europa occidental. Esta visión (paternalista) fue mal vista en Moscú[13]. La perspectiva del gobierno de EE.UU. tenía más matices geo-políticos y estratégico-militares. Rusia era el principal sucesor de la disolución de la Unión Soviética, pero estaba muy debilitada en los años noventa. Ante ello, los círculos dominantes en Washington quisieron prevenir un nuevo auge ruso bajo un polo propio de poder ge-político y la formación de estrechos vínculos entre Moscú con los países de Europa occidental, especialmente en el campo energético. Influyentes expertos, como Zbigniew Brzezinki[14], enfatizaron la importancia potencial de Ucrania como país grande ubicado entre Rusia y la UE y aconsejaron alentar a que éste se volviera contra Rusia.

Inmediatamente después de la fragmentación de la Unión Soviética, surgió la necesidad de lidiar con la herencia del armamento atómico distribuido en sus varias repúblicas. Con el involucramiento de los EE.UU. y Gran Bretaña se negoció un acuerdo sobre el retiro de las armas atómicas ubicadas en Ucrania, Bielorrusia y Kazajistán, bajo el cual esos países se desnuclearizaron. Como contraparte de la transferencia del arsenal nuclear ucraniano a Rusia y su desnuclearización, Moscú aseguró la aceptación de las fronteras de establecidas en 1991, acordado en el Memorandum de Budapest de 1994. En esta época, Ucrania no pudo asegurar el mantenimiento de las armas atómicas y además carecía de sus códigos. Además, dada la profunda crisis en ese país, los gobiernos occidentales también dudaban que Ucrania fuera capaz de gestionar un arsenal nuclear. Por lo tanto, se esforzaron para centralizar esas armas en Rusia[15]. Es así que en esa etapa, predominó la cooperación en las relaciones militares oeste-este.

Los próximos pasos de los EE.UU. en la región de Europa del Este no insistieron en la cooperación. En ese país tuvo lugar un debate sobre el futuro de la OTAN y la cuestión de una ampliación hacia el este europeo de esta alianza militar. Unos expertos del establishment de la política exterior advirtieron que esa expansión agudizaría las tendencias nacionalistas y anti-occidentales en Rusia y generaría nuevas tensiones en el espacio post-soviético[16]. El resultado fue que prevalecieron los adeptos de una ampliación de la OTAN hacia el este. Como consecuencia, en 1999, los primeros países de Europa centro-oriental se sumaron a la OTAN.

Poco después, esa alianza lanzó ataques aéreos contra Yugoslavia (Serbia y Montenegro), sin un mandato de la Naciones Unidas. Los países del Oeste percibieron el régimen de Slobodan Milošević como nocivo a sus intereses. La OTAN invocó la represión de población albanesa en la provincia serbia de Kosovo como justificación para el ataque militar. Rusia condenó el ataque que la OTAN había decidido por sí misma, observándolo como un peligroso precedente. Eso fue la primera gran discordia entre la OTAN y Rusia (como advierte Samardžić[17]). De este modo, ya en los años noventa del siglo pasado, la política de EE.UU. y la OTAN cerraron las opciones para acuerdos cooperativos entre Europa occidental y Rusia.

 

Consolidación de los estados y crisis recurrentes

Hacia fines de la década de 1990 comenzó la consolidación de los aparatos estatales en Rusia y Ucrania. La profunda crisis financiera del año 1998 y las tendencias centrífugas en Rusia provocaron cambios estructurales en Rusia. Se gestionó un consenso en los estrechos círculos dominantes que el modelo de gobernar de los noventa no podía continuar. En 1999, se nombró un nuevo primero ministro más independiente políticamente, Evgeni Primakov, que creó los fundamentos para un cambio de rumbo. Para el gusto de los oligarcas alrededor de Yeltsin, Primakov fue demasiado independiente como candidato para la sucesión a Yeltsin, en ese momento un presidente completamente desprestigiado. Ese grupo optó por un oficial con antecedentes en el aparato de seguridad, Vladimir Putin, para reemplazar Yeltsin. No obstante, una vez que Putin fue presidente, aumentó la autonomía del gobierno frente a esos oligarcas y los relegó a roles más alejados de la política. De ese modo aumentó la capacidad del gobierno de tomar e implementar decisiones estratégicas. Frente a las tendencias centrifugas, Putin centralizó el estado y suprimió militarmente las tendencias separatistas en Chechenia[18].

Al mismo tiempo, el gobierno de Putin construyó un régimen de partido dominante. En 2001, a partir de grupos que ya existían, se formó Jednaia Rossija como nuevo partido de poder. Inicialmente, ese partido no ofrecía una “ideología” definida, pero luego, paso a paso, ensambló elementos neoliberales y conservadores para generar un perfil “ideológico”[19]. Con el tiempo, se volvió más conservador en muchas áreas (concepción del Estado, nacionalismo imperial, familia), debido al desprestigio del liberalismo a raíz de la desastrosa gestión de los “liberales” rusos en los noventa. El gobierno puso los recursos estatales al servicio del partido dominante y cambio las reglas electorales y la legislación de los partidos a su favor. Se construyó un modelo de partido dominante y de partidos de oposición tolerados oficialmente, uno más a la derecha y otros más a la izquierda, de un modo que recuerda al promovido en México por el PRI (Partido Revolucionario Institucional) en buena parte del siglo XX. El arquitecto principal del partido, Vladislav Surkov[20], inventó la noción de “democracia soberana”[21] para el sistema de partido dominante à la rusa. De ese modo se constituyó un estado altamente centralizado y ultra-presidencial con un régimen de partido dominante y tendencias autoritarias. Aunque los oligarcas han sido relegados a un rol más a-político, hay lazos estrechos formales e informales entre el estado y grupos de capital. Las organizaciones de los sectores populares son débiles y son marginados por el estado. Los gobiernos rusos de la era putinista han sistemáticamente reducido los espacios para actores autónomos.

La consolidación del estado permitió una política económica más estratégica. El gobierno amplió el control estatal sobre el sector energético lo cual posibilitó también una mejor captura de las rentas por parte del estado. Se mantuvo el control sobre el sector hidrocarburos a través de la compañía Gazprom durante los años noventa, y a comienzos de los 2000, el estado incrementó su rol en esa área y la reorganizó. Por lo tanto, el estado asumió papeles más decisivos en un sector clave de la economía rusa[22]. Se ensancharon y diversificaron las infraestructuras energéticas internacionales (como gaseoductos). El gobierno se esforzó para obtener un mayor control de las compañías rusas en la infraestructura energética regional[23] y promovió construir gasoductos alternativos a aquellos que atravesaban Ucrania en dirección a Europa occidental[24]. En una segunda etapa, el gobierno amplió su papel y reorganizó otros sectores estratégicos, como la industria de armamento y el sector bancario. El estado también juegó un rol clave en áreas la industria atómica, aeronáutica o naval[25]. De todos modos, a inicios de los años 2000, todavía se buscaban inversiones extranjeras y cooperaciones con empresas de Europa del oeste, por ejemplo con EADS en el sector aeronáutica[26].

Al comienzo de los años 2000, el sector energético ruso disfrutó de un boom de altos precios que favorecieron la recuperación económica. Los salarios aumentaron y los bancos prestaron créditos para el consumo, lo que lo estimuló aún más, y aumentó la producción industrial orientada hacia el mercado interno. El sector manufacturero se recuperó y se implementó una limitada substitución de importaciones. Algunos industriales heredaron lazos económicos con las otras repúblicas exsoviéticas (especialmente Ucrania) y, por lo tanto, tenían un interés económico en proyectos de cooperación o integración regional.

Sin embargo, la gran crisis financiera de 2008/2009 mostró las vulnerabilidades del modelo extractivsta y rentista. Las turbulencias financieras afectaron al sector financiero ruso y la recesión en los países del centro golpearon a los sectores energéticos y la minería. De todos modos, el estado había acumulado suficientes recursos para tomar medidas substanciales contra la crisis.

La recuperación económica permitió una mejora del nivel de vida de la población rusa. Los ingresos aumentaron y la pobreza disminuyó. La política social continuaba siendo bastante limitada; la proporción del gasto social en el PIB apenas se elevó de 13% a 15% entre los años 2000 y 2008[27]. Las políticas sociales tenían un sesgo neoliberal aunque también se enfatizaron otras sobre la familia, en sintonía con perspectivas conservadoras. Dado el carácter limitado de la política social, la política extractivista era más bien de índole tradicional y no se podía caracterizar como neoextractivista como fue el caso bajo los gobiernos progresistas en América Latina[28].

La reestablización económica, social y política al inicio de la década de 2000 brindó legitimación al régimen Putin. Pero esa condición sufrió una primera fractura con la crisis financiera internacional de 2008-09. Además, el modelo de acumulación extractivista-rentista había generado mucha desigualdad. Eso determinó que buena parte de la población continuaba percibiendo críticamente la transición. En una encuesta en 2009, solamente un 21% declaraba que la “transición” beneficiaba “al hombre común”[29]. Por lo tanto, ese orden socio-político contaba con una legitimidad muy frágil, y ocurrieron algunas protestas sociales fragmentadas. En las grandes ciudades, sectores de la clase media-alta con simpatías liberales se mostraron críticos frente al sesgo estatista y a las tendencias autoritarias, y ante las elecciones presidenciales organizaron las primeras protestas políticas. Sn embargo, las protestas sociales y políticas no se articularon entre ellas)[30].

Entretanto, el estado ucranio también se estabilizó aunque de una manera mucho más frágil. En Ucrania, los grupos económicos, que aspiraban a controlar el estado a través de los partidos políticos, ganaron un rol decisivo en el sistema partidario. La identidad regional, el concepto de la nación y la orientación geo-política llegaron a ser los factores de diferenciación disfrazando su carácter profundamente oligarca[31]. Por lo tanto, Sławomir Matuszak calificó la democracia ucraniana como “oligárquica”[32]. A su vez, los grupos económicos y las formaciones políticas tenían orientaciones geopolíticas divergentes, abriéndose las puertas para intereses externos, estadounidenses, alemanes, rusos, etc. Como reconoció a finales de 2013, Victoria Nuland, en esta época secretaría de estado de EE.UU., Washington habían gastado 5 mil de millones de dólares para el fomento de la democracia en Ucrania desde 1991 hasta 2013[33]. Bajo esas condiciones, la combinación de luchas entre grupos de oligarcas y la pugna de intereses extranjeros produjo una inestabilidad política considerable.

Un primer clímax en los conflictos políticos ocurrió en 2004-05. El presidente saliente había designado a Viktor Janukovyč, representante de la gran industria pesada del Donbass, como su sucesor favorito. Janukovyč también era apoyado por el gobierno ruso. El candidato de oposición fue Viktor Juščenko, asociado a grupos económicos de mediano tamaño y favorito de los países de occidente. Alrededor de las elecciones presidenciales estallaron fuertes protestas sociales que denunciaban manipulaciones electorales, las tendencias autoritarias y también contra orientación en la política exterior de Janukovyč. Más allá de los asuntos coyunturales, esas reacciones también expresaron el descontento y la frustración ante la dominación oligárquica. Las protestas recibieron el apoyo de los países occidentales, y finalmente fueron exitosas en sus objetivos más inmediatos. Juščenko fue electo y asumió la presidencia. La política exterior se re-orientó hacia occidente, la distribución de poder entre los grupos económicos se modificó, pero no se alteró el papel y poder de la oligárquica. Sin embargo, la nueva coalición gobernante se reveló como muy frágil, se hacían y disolvían alianzas políticas. Después de la profunda crisis de 2008-09, ocurrió un giro, y Janukovyč logró triunfar en las elecciones presidenciales. Como consecuencia, los intereses de los grandes conglomerados económicos del Donbass se apropiaron el poder estatal[34], aunque la orientación exterior de ese bloque fue muy ambigua.

Mercado en la ciudad de Mukachevo, Zakarpattya.

La inestabilidad política económica se desarrolló mano a mano con una inestabilidad de política más general. El campo político pro-oeste (encabezado en estos años pro Juščenko) abrió las puertas al capital extranjero mientras que el bloque de los más grandes grupos económicos (representado inicialmente por Kučma y después por Janukovyč) favoreció más el capital “nacional”. Antes de la crisis financiera, crecieron las inversiones extranjeras por ejemplo en el sector bancario; se incrementaron rápidamente los créditos a los hogares lo cual estimuló el consumo, la industria y las importaciones. Un gran parte de esos créditos estaban denominados en moneda extranjera, mientras la moneda nacional ucraniana (hryvna) se sobrevalorizaba, favoreciendo las importaciones. Bajo esas condiciones, crecieron rápidamente el déficit de la cuenta corriente y la deuda externa. La combinación de créditos en moneda extranjera, el elevado déficit y el ingreso de capitales terminó siendo fatal en la crisis financiera internacional de 2008-09.

Como consecuencia, la moneda ucrania, hryvna, sufrió una fuerte devaluación, los deudores en euros y francos suizos tuvieron que enfrentar un servicio de la deuda mucho más costoso, y muchos fueron incapaces de pagar, lo que produjo turbulencias en el sector bancario. El banco central ucraniano tuvo que intervenir y cerraron muchos bancos. En 2009, el PIB cayó un 15,1% constituyendo una de las peores recesiones en el mundo[35]. La recuperación posterior fue muy lenta y frágil. Se negociaron acuerdos con el FMI, pero las relaciones con esa institución fueron tensas. Los intereses de los grandes grupos económicos ucranianos no estaban en harmonía con el FMI y varias de las propuestas de éste, como aumentar las tarifas de energía, tenían el potencial de hacer que la situación social se volviera explosiva.

 

Tensiones y disputas en la arena internacional

A comienzos del nuevo milenio, el estado ruso actuaba en la arena internacional como un actor mucho más consolidado que el ucranio. El gobierno de Putin inicialmente se esforzó en forjar estrechas relaciones con el oeste y, a la vez, consolidar la influencia rusa en el espacio post-soviético. En unos estados de la UE, Putin encontró un eco muy positivo. Se intensificaron las relaciones económicas, incluyendo las inversiones directas de empresas de Europa occidental en Rusia. El sector energético despertó un particular interés, y el proyecto clave fue la construcción de un gasoducto submarino en el Mar Báltico para conectar directamente Rusia y Alemania, sorteando Ucrania: Nordstream 1. Al final de su mandato, en 2005, el canciller alemán Gerhard Schröder, formalizaba el acuerdo para esa obra con Vladimir Putin. El emprendimiento fue muy discutido en Alemania, pero también en la UE, e incluso produjo controversias abiertas con los EE.UU., comenzó a operar en 2011.

El acercamiento entre Alemania y Francia de un lado y Rusia al otro lado, no se limitó a la esfera económica. Los tres países se opusieron a la invasión de Iraq encabezada por los EE.UU. y Gran Bretaña. Los países del Este europeo y también unos países del sur y oeste europeo participaron de esa agresión junto a los EE.UU. y Gran Bretaña. La UE se fracturó en una Europa “vieja” y “nueva” – la “Europa vieja” siguiendo un rumbo más autónomo y otra “Europa nueva” que actuaba como aliada incondicional de los EE.UU.

Para el gobierno de los EE.UU., la oposición conjunta de Alemania, Francia y Rusia fue una señal de alerta máxima. Se esbozaba una coordinación entre los principales poderes en el oeste y este europeo – un pesadilla para los estrategas en Washington. Esa postura europea era un desafío para el orden unipolar imaginado desde EE.UU. En el año 2000, el Departamento de Defensa publicó el documente “Joint Vision 2020”, expresando que su meta era lograr una “dominación completa” militar mundial[36]. Dos años después, los Estados Unidos comenzaron a rescindir contratos de limitación de armamento firmado durante la Guerra Fría. Con esos pasos, las administraciones en Washington desmontaron la arquitectura de seguridad internacional y europea. Paralelamente, se arrogaron el (pseudo)derecho de intervenciones unilaterales al estilo del bombardear Serbia o la invasión en el Iraq.

Las iniciativas de Putin de una relación cooperativa en el campo de la cooperación militar con los EE.UU. y con la OTAN, como la cooperación en la llamada “guerra contra el terror” en Asia Central después del septiembre de 2001, no dieron resultados concretos. Al contrario, los EE.UU. se esforzaron en ampliar la OTAN hacia el espacio post-soviético. Washington encontró potenciales socios en los nuevos gobiernos de Ucrania y Georgia, que habían asumido el poder después de revueltas populares (que recibieron el apoyo de varios actores en los países del oeste), tenían una orientación pro-OTAN). En ambos países, la propuesta de ingresar en la OTAN fue muy controversial. En 2008, los EE.UU. promovían la incorporación de Ucrania y Georgia en la OTAN, pero Alemania y Francia se opusieron. Aunque Berlín y Paris lograron bloquear el inmediato ingreso de dos estados post-soviéticos, no fueron capaces de poner claras límites para la expansión de la OTAN hacia el este. La perspectiva de una posterior entrada de Ucrania y Georgia seguía intacta.

Frente al unipolarismo de los Estados Unidos, el gobierno de Putin adoptó una postura más autónoma y más crítica hacia occidente. Tomó medidas como promover relaciones más intensas con los otros estados (participando en el grupo BRICS – Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), y otros países periféricos.

En el año 2008, la política de fomentar tensiones por parte de los EE.UU. resultó en un primer conflicto bélico. El gobierno de Georgia decidió de romper un armisticio e invadió una región separatista, y las fuerzas rusas respondieron, repeliendo ese ataque. Pero, la lucha por esferas de influencias en el espacio post-soviético debido a ese enfrentamiento que, aunque limitado, fue militar, asumió una nueva cualidad.

Debido a cambios de gobiernos en Alemania y Francia, el acercamiento entre poderes centrales de la UE y Rusia también perdió su empuje. En el año 2009, después la confrontación militar en Georgia, los gobiernos de Polonia y Suecia – países tradicionalmente muy críticos vis-à-vis Rusia – propusieron nuevas políticas hacia los países europeos del espacio post-soviético. Defendían acuerdos de asociación que incluyeron la liberalización del intercambio económico y la adopción parcial de la normatividad de la UE. Esa propuesta apuntaba hacia una integración subordinada y parcial a la esfera de influencia de la UE. Al mismo tiempo, Rusia promovía su propio proyecto de integración bajo la forma de una Unión Económica Euroasiática (UEE). Conscientemente, desde Bruselas, se colocó a los países del este a tener que decidir entre la UE o Rusia y su proyecto UEE[37]. La UE diseñó los tratados de una tal manera que los países asociados no podrían entrar a la UEE[38].

Azerbaiyán, Bielorrusia y Kazajistán no se mostraban interesados en ese tipo de acuerdo con la EU. Bielorrusia y Kazajistán formaban parte del núcleo fundador de la UEE. Posteriormente, Armenia también optó por la UEE por razones geo-políticas (debidas a su conflicto con Azerbaiyán), pero de todos modos, Bruselas se mostró flexible, y años más tarde firmó un acuerdo mucho menos rígido. Georgia negoció y logró un acuerdo con la UE. Pero el asunto se volvió muy polémico en Ucrania y Moldavia; en ambos los países, los partidos, los grupos económicos y la población se mostraron muy divididos sobre esa cuestión.

En Ucrania, tanto Rusia y la UE tuvieron, en general una importancia, similar pero debido a distintos factores. En cuanto a los movimientos poblacionales, desde el oeste del país se emigraba hacia el oeste europeo, mientras los habitantes del este lo hacían hacia Rusia[39]. Las industrias basadas en materias primas estaban más orientadas hacia el occidente, pero las otras, más avanzadas, como en armamento y maquinarias, tenían lazos estrechos Rusia, en buena medida heredados de la época soviética. Entonces, las preferencias ante esos posibles acuerdos fueron opuestas en el oeste y el este de Ucrania; los habitantes del oeste defendían un arreglo con la UE, mientras en el este se buscaba un acuerdo con Rusia (según una encuesta de noviembre de 2013[40]). Se logró un acuerdo con Ucrania, que además fue el primero que incluía una sección sobre el sector energético (un área clave también para los intereses rusos), y también se esbozó una cooperación en el campo de seguridad[41]. Por lo tanto, los conveníos contenían componentes más allá de la economía.

Aunque se estimaba que el entonces presidente, Viktor Janukovyč, era partidario una política exterior multi-vectoral, negoció el acuerdo con la UE hasta concretarlo. Los grandes grupos económicos preferían ese convenio y ello fue decisivo para sostener el gobierno de Janukovyč. Poco antes de la firma prevista del acuerdo, el gobierno ruso presionó muy intensamente a Ucrania. Janukovyč percibió el precio a pagar para la asociación con la UE sería demasiado alto, y a último momento, en noviembre de 2013, anunció que no firmaría el convenio[42]. Bajo esas controversias referidas a un acuerdo con Europa occidental, Ucrania perdió un equilibrio interno e internacional. Desde el 21 de noviembre de ese año, sectores liberales y nacionalistas comenzar a manifestar contra la decisión del gobierno, las movilizaciones se ampliaron, tuvo lugar una represión policial, y la protesta escaló todavía más.

Se desembocó en el llamado Euromaidan o el levantamiento de Maidan tomando como referencia el que se iniciaron en la plaza de la independiencia (Maidan Nezalezhnosti) en el centro de Kiev. También ocurrieron movilizaciones en otras ciudades de Ucrania, especialmente en el oeste. En una fase siguiente, estas protestas se generalizaron contra el gobierno de Janukovyč y entre los manifestantes había un difuso sentimiento anti-oligarca.

Las protestas del Euromaidan fueron diferentes a las de la “revolución naranja” de 2004-05, ya que en esta ocasión sectores paramilitares de la extrema derecha jugaron un rol relevante. Aunque la presencia de grupos de la extrema derecha fue minoritaria, jugaron un papel clave porque estaban muy bien organizados y se destacaron en la escalada de confrontación violenta con las fuerzas de seguridad. Hay indicaciones que esos paramilitares de la extrema derecha estuvieron involucrados en operaciones de “bandera falsa” en momentos cruciales. También, hubo cooperación entre formaciones de la extrema derecha, como Svoboda, y formaciones oligarcas-nacionalistas como Batkivščyna[43]. La pequeña izquierda ucrania se dividió sobre las protestas, y algunos grupos participaron en papeles marginales[44].

Los gobiernos de Europa occidental apoyaron esas protestas, y los ministros de relaciones exteriores de la UE negociaron una transición pactada hacia un nuevo gobierno, aunque las fuerzas de la oposición no aceptaban implementar ese compromiso. En realidad, Bruselas no promovió efectivamente la implementación de una transición pactada, y Janukovyč fue destituido sin lograr el quorum necesario en el parlamento, y se fugó de Ucrania[45]. Por lo tanto, el cambio de gobierno tuvo elementos de un golpe de estado.

Le siguió una presidencia transitoria, a cargo de Oleksander Turchynov; Seguidamente, Petro Porošenko, uno de los oligarcas más importantes del páis y que había respaldado el Euromaidan, fue elegido presidente. Por lo tanto, la dominación oligarca se afirmó, pero no obstante, las relaciones de poder entre los grupos económico-políticos y la orientación externa se modificaron. Esas nuevas administraciones tomaron una dirección nítidamente pro-occidental y se firmó el acuerdo de cooperación con la UE al año siguiente. El gobierno de transición, con Arseniy Jaceniuk como primer ministro, una persona que EE.UU. consideraba su favorito, se caracterizó por una fuerte sobre-representación de ministros del oeste y por la presencia más numerosa de representantes de la extrema derecha (etno)nacionalista en la historia de Ucrania independiente[46]. Adicionalmente, el parlamento votó una resolución que discriminaba el uso del idioma ruso. Esta resolución fue más tarde bloqueada, pero, como se reconoció, “el daño estaba hecho”[47]. Estas acciones del nuevo poder agudizaron las tensiones sobre todo en el este del país. Allí hay una numerosa presencia de población rusófona y las protestas contra Janukovyč habían sido muy débiles.

Los eventos en Kiev alimentaron tendencias separatistas latentes que ya existían en la península de Crimea y en la región de Donbass en el este ucraniano. El cambio de gobierno y el re-posicionamiento del país provocaron fuertes reacciones dentro de Ucrania y desde Rusia. Según Fedor Luk’janov, uno de los expertos rusos más conocidos en materia de política internacional, occidente no comprendió por mucho tiempo, “que para Rusia, Ucrania no representa meramente una líneas roja, sino una zona de un absoluto tabú”[48]. Desde la visión de Moscú, el camino de negociaciones y compromisos cada vez más difíciles se había agotado[49]. “La desilusión rusa con occidente, no meramente con los EE.UU., sino también con la UE, fue total”, resume Richard Sakwa al describir la actitud rusa[50].

Ante el cambio de gobierno en Kiev y a su re-posicionamiento, el gobierno ruso reaccionó de manera militar explotando las tensiones interiores del Ucrania. Su principal interés se focalizó en Crimea donde había una grande base de la marina rusa, a la que el gobierno de Putin atribuyó una gran importancia estratégico-militar. Ese emplazamiento era una herencia soviética y había sido concedida a Rusia en base de un acuerdo entre Rusia y Ucrania. En Crimea, Rusia aprovechó las tendencias separatistas pre-existentes y su presencia militar para tomar control efectivo de la península en febrero y marzo de 2014. El 11 de marzo de 2014, la Verchovna Rada (Consejo Supremo) de Crimea votó una declaración de independencia. Pocos días después, el 16 de marzo, se realizó un controvertido referéndum bajo control ruso y bajo circunstancias muy irregulares. Dos días después, el 18 de marzo, la península fue oficialmente incorporada a Rusia. La gran mayoría de los expertos jurídicos entienden que la anexión rusa de Crimea es ilegal[51].

Gradualmente se sumaron reacciones anti-maidan en el este del país, las que inicialmente imitaron las formas de protesta adoptadas por los seguidores del Euromaidan del oeste[52]. En las regiones del este, esas movilizaciones tuvieron un carácter más popular que aquellas del Euromaidan[53]. Entre los manifestantes también se observaban sentimientos anti-oligárquicos y de vez en cuando se articularon reclamos socio-económicos. A veces expresaron una nostalgia soviética, pero no se trataba de protestas de carácter izquierdista. Esos manifestantes retomaron el discurso ruso sobre los eventos del Euromaidan y calificaron el nuevo gobierno de Ucrania como “fascista” (lo cual no fue una caracterización pertinente a pesar de la fuerte presencia de representantes de la extrema derecha en el gobierno ucraniano de transición). Aunque grupos de izquierda como Borotba fueron un poco más visibles en el anti-maidan que los de izquierda en el Euromaidan, de todos modos su rol fue marginal[54].

Estas movilizaciones desembocaron en un movimiento separatista en el Donbass, la región rusófona en los oblasts de Donetsk y Luhansk en el este de Ucrania. La región cuenta con mucha industria pesada, y los separatistas obtuvieron apoyos desde el otro lado de la frontera desde Rusia. En los meses siguientes, los separatistas retrocedieron ante los avances ucranianos (que en parte se debían a la acción de los paramilitares de extrema derecha), hasta que en agosto de 2014 recibieron refuerzos y armamentos desde Rusia, y así reconquistaron parte de los territorios perdidos. Se formaron dos repúblicas separatistas, conocidas como República Popular de Donetsk y República Popular de Luhansk. En setiembre de 2014, se firmaron acuerdos para cesar los enfrentamientos armados, conocidos como Protocolos de Minsk. Aunque apoyados por Ucrania, Rusia y representantes de las dos repúblicas separatistas, fue violado varias veces, e incluso se acordó un Minsk II en 2015, con mediación alemana y francesa, que también fue incumplido. Se estima que 14 mil personas murieron en el conflicto de Donbass desde 2014 hasta la guerra de 2022[55]. Bajo esa primera guerra en Ucrania, el conflicto había asumido una nueva dimensión y comenzó una nueva escalada, hasta desembocar en el enfrentamiento actual.

 

Conclusiones

La invasión de Rusia sobre Ucrania en 2022 debe ser analizada y evaluada en un contexto más amplio, como una nueva fase de una disputa que está repleta de antecedentes, muchos de los cuales se han examinado en este artículo.

La disputa tiene una dimensión global y otra regional, las que a su vez están interrelacionadas. La transformación capitalista trajo consigo una desintegración de la Unión Soviética y una periferización de las economías y estados post-soviéticos. Los distintos gobiernos de Estados Unidos percibieron el derrumbe de su adversario de la guerra fría como una oportunidad para afirmar un orden mundial unipolar centrado en Washington. Desde esa perspectiva, se esforzaron para debilitar Rusia en el campo global y en el espacio post-soviético, e intentaron impedir que se establecieran lazos fuertes entre países europeos occidentales (especialmente Alemania) y Rusia. Si bien Europa occidental desarrolló algunas iniciativas para intensificar la cooperación económica y energética con Rusia, no se complementaron con la construcción de una arquitectura de seguridad pan-europea.

Inicialmente, los gobiernos de Yeltsin y de Putin buscaron construir relaciones estrechas con los países del oeste, pero Putin entendió que ese esfuerzo no encontró un eco favorable en Washington. Asimismo, desde la mitad de los años 2000, los países de Europa occidental que habían tenido una actitud de cooperación con Rusia se fueron subordinaron a la línea de Washington. Como reacción, la presidencia de Putin endureció su posición, puso más énfasis en la cooperación con países como China o India y se esforzó en fortalecer una postura dominante en el espacio post-soviético. La disputa de zonas de influencia entre los EE.UU. y la UE de un lado y de Rusia de otro lado, se focalizó sobre las regiones europeas del espacio post-soviético, particularmente sobre Ucrania, en tanto es el estado más importante de esa zona.

En Ucrania, la autonomía del Estado frente a los grupos económicos era muy limitada. Esos actores compitieron por el poder estatal y sus representantes políticos movilizaron diferentes concepciones de la nación ucraniana y de la política exterior que prevalecían en las distintas regiones dentro de Ucrania. Ese fue un terreno propicio para que actores externos pudieron forjar alianzas coyunturales con grupos políticos-económicos dentro del país. De ese modo, la disputa por el posicionamiento externo de Ucrania se volvió un factor desestabilizador adicional.

Cuando la UE colocó a Ucrania ante la alternativa de elegir entre esa unión o Rusia, se perdió el balance interno y externo. El conflicto sobre el Acuerdo de Asociación con la UE desencadenó procesos y fuertes protestas sociales con un intenso involucramiento de fuerzas paramilitares de la extrema derecha, el derrumbe del gobierno y el re-posicionamiento pro-occidental del país. Desde occidente, especialmente los EE.UU., se había fomentado activamente a grupos pro-occidentales ucranianos y que se cambiara el rumbo de las relaciones internacionales.

Ante esas situaciones, el gobierno de Putin reaccionó de una manera muy dura, parcialmente de forma militar. De ese modo, la escala del conflicto asumió una nueva cualidad. Moscú pasó a actuar como un poder imperialista de segundo rango: por un lado, desafió el unipolarismo de los EE.UU., y por otro lado, se esforzó en mantener a Ucrania en una posición económicamente y políticamente subordinada. Desde el año 2014, el conflicto escala hasta llegar a la guerra de 2022, la que se analizará en un próximo artículo, también considerando sus dimensiones internacionales y regionales.

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Notas

[1] Diagnóza: unipolárni porucha, V. Bělohradský, Právo, 10 Marzo 2022, p. 16.

[2] Die Einführung des Kapitalismus in Russland, F. Jaitner. VSA, Hamburgo, 2014, p. 54.

[3] Koniec sučasnej strednej Europy? Ukrajina a Slovensko po prvnej vlne rozširenia NATO, A. Duleba. Inštitút pre verejné otázky, Bratislava, 1998.

[4] Geopolitika Ruska, O. Krejčí. Professional Publishing, Praga, 2017, p 249.

[5] Divergent economic-political trajectories: Russia, Ukraine, Belarus, en: Crises in the Post-Soviet Space. From the Dissolution of the Soviet Union to the Conflict in Ukraine (F. Jaitner y colab., eds.), J. Becker, Routledge, Londres, 2018, pp. 61-80.

[6] Taking Stock of the Shock. Social consequences of the 1989 Revolutions. K. Ghodsee y M. Orenstein, Oxford University Press, Oxford, 2021.

[7] Towards a Political Economy of Ukraine. Selected Essays 1990-2015. M. Bojcun. Ibidem, Stuttgart, 2020, p 112.

[8] Strasti za nacionalizmom. Stara istorija na novyj lad, J.Hrycak. Krytyka. Kyjiv, 2011, p 325 y ss.

[9] Ukraiński Donbas. Oblicza tožamości regionalnej. Studenna-Skrukwa, M. Wydawnicteo Nauka i Innowacje, Poznań, 2014, pp 77 y ss.

[10] Ghodsee y Orenstein, 2021, citado arriba, p 50.

[11] Ghodsee y Orenstein, 2021, citado arriba, p 33.

[12] Géopolitique de la Russie, L. Aubien. La Découverte, Paris, 2022.

[13] Aubien, 2022, citado arriba, p 142.

[14] The Great Chessboard. American Primacy and Its Geostrategic Imperatives, Z. Brzezinski. Basic Books, New York, 2da ed., 2016, pp 42, 133.

[15] Guerres cachées. Les dessous du conflit russo-ukrainien, M. Endeweld. Seuil, Paris, 2022, p. 41 y ss.

[16] Russie. Le retour de la puissance, D. Teurtrie. Armand Colin, Paris, 2021, pp 128 y ss.

[17] Druga hladna vojna – Zahod in Rusija 1999-2019, N. Samardžić. Ciceron, Ljubljana, 2022.

[18] Aubien, 2022, citado arriba, p 46 y ss.

[19] Entre le marteau et l’enclume. La fabrication d’une hégémonie partisane dans la Russie de Poutine, C. Fauconnier. Septentrion, Villeneuve d’Asq, 2019, p. 117 y ss.

[20] Fauconnier, 2019, citado arriba, p 116.

[21] Russian Political Culture, V. Surkov, Russian Social Science Review, 49(6): 81-97, 2008.

[22] L’économie politique de la Russie 1918-2018, J. Vercueil, Seuil, Paris, 2019, p. 191, 238.

[23] Geopolityka rurociągów. Współzależność energetyczna a stosunki międzypaństowe na obszare postsowieckim, E. Wiciszkiewicz. Polski Instytut Spraw Międzynarodowych, Varsovia, 2008.

[24] Teurtrie, 2021, arriba, p. 64.

[25] Vercueil, 2019, citado arriba, p. 197 y ss; y Teurtrie, 2021, citado arriba, p. 103 y ss.

[26] Teurtrie ,2021, citado arriba, p. 131 y ss.

[27] Vercueil, 2019, citado arriba, p. 185 y ss.

[28] Véase El nuevo extractivismo progresista en América del Sur. Tesis sobre un viejo problema bajo nuevas expresiones, en: Colonialismos en el siglo XXI (varios autores), E. Gudynas. Icaria, Barcelona, 2011.

[29] Ghodsee y Orenstein, 2021, citado arriba, p. 129, cuadro 11.4.

[30] Loft offices and factory towns: Social sources of political polarization in Russia, I. Matveev y O. Zhuravlev, en: Socialist Register 2022. New polarizations, old contradictions. The crisis of centrism (G. Albo et al., ed.), Merlin Press, Londres, 2021, p. 229 y ss.

[31] Ukraine and the empire of capital. From marketisation to armed conflict, Y. Yurchenko. Pluto Press, Londres, 2018, pp. 78, 128 y ss.

[32] Demokracja oligarchyczna. Wpłw grup biznesowych na ukraińską politykę. S. Matuszak. Prace OSW 42, OSW (Centre Eastern Studies), Varsovia, 2012.

[33] Frontline Ukraine. Crisis in the Borderlands, R. Sakwa. I.B.Tauris, Londres, 2016.

[34] Yurchenko, 2018, citado arriba, p. 146 y ss.

[35] Transition Economies: Political Economy in Russia, Eastern Europe and Central Asia, M. Myant y J. Drahokoupil. Wiley, Hoboken, 2011, cuadro A2.

[36] En Aubin, 2022, citado arriba, p. 127.

[37] “Los líderes de la Unión Europea dieron un duro mensaje … al presiden de Ucrania: elegir entre una unión aduanera con Rusia o un acuerdo de libre comercio con nosotros. Ustedes no pueden tenerlos a los dos“; EU to Ukraine: reforms necessary for trade pact, Kyiv Post, 25 febrero 2013, https://www.kyivpost.com/article/content/eu-ukraine-relations/eu-to-ukraine-reforms-necessary-for-trade-pact-320910.html

[38] cf. Partnerstwo w czasych kryzysu. Wyzwania dla integracji państw Europy Wschodniej, R. Sadowski. OSW Punkt Widezenia 36, OSW, Varsovia, 2014, p.29.

[39] Untergeordnete Integration. Das Assoziationsabkommen zwischen der EU und Ukraine, J. Becker. Kurswechsel 3: 78 y ss., 2014.

[40] Die Ukraine gibt es nicht, O. Figes, en: Majdan! Ukraine, C. Dathe y A. Rostek (eds.). Suhrkamp, Berlin, 2014, p. 70.

[41]  Acuerdo de Asociación entre la Unión europea y sus Estados Miembros, por una parte, y Ucrania, por otro. Diario Oficial de la Unión Europea, L 161/3, 29.5.2014. El acuerdo se puede leer en https://trade.ec.europa.eu/doclib/docs/2016/november/tradoc_155103.pdf

[42] Ukraine suspends talks on UE trade pact as Putin wins tug of war, I. Traynor y O. Grytsenko, The Guardian, 21 noviembre 2013, https://www.theguardian.com/world/2013/nov/21/ukraine-suspends-preparations-eu-trade-pact

[43] The far right, the Euromaidan, and the Maidan massacre in Ukraine, I. Katchanovski. Journal of Labour and Society 23(1): 5-29, 2020.

[44] Left divergence, right convergence: anarchists, Marxists, and nationalist polarization in the Ukrainian conflict, 2013-14, V. Ishchenko. Globalizations 17(5): 820-839, 2020..

[45] Innenpolitische Gründe der Ukraine-Krise, P. Stykow, Osteuropa, 64(5-6), p. 57.

[46] Yurchenko, 2018, citado arriba, p. 180 y Katchanovski, 2020, citado arriba, p. 22.

[47] Sakwa, 2016, citada arriba, p. 149.

[48] Perestrojka 2014. Russlands neue Außenpolitik, F. Luk’janov, Osteuropa, 64(5-6), p. 144.

[49] Luk’janov, 2014, citado arriba.

[50] Sakwa, 2016, citado arriba, p. 106.

[51]  Das Völkerrecht der Gebietsreferenden. Das Beispiel der Ukraine 1991-2014, A. Peters, Osteuropa, 64(5-6), pp. 119  y siguientes; ver también Sakwa, 2016, cit. arriba, pp. 108 y siguientes (Sakwa discute también la argumentación rusa).

[52] Stykow, 2014, citado arriba, p. 58.

[53] Sakwa, 2016, citada arriba, p. 149.

[54] Ishchenko, 2020, citado arriba, pp. 827 y siguientes.

[55] Der längste Krieg in Europa seit 1945. Augenzeugenberichte aus dem Donbass, U. Heyden. Tredition, Hamburg, 2022. p. 18.

 

Joachim Becker es un economista alemán, residente en Austria, docente en la Wirtschafts Universität (Universidad de Economía y Negocios) en Viena. Se especializa en economía del desarrollo y economía política, enfocándose en Europa del Este y Sur, y en América Latina. Entre sus publicaciones más recientes se destacan los capítulos en libros colectivo Dependency, (Non-)Development and possible alternatives: The Visegrád Countries and the post-Yugoslav space; Uneven Development in the EU: Processes of core-periphery relations; y Mechanisms of dependence: Conceptualizing the Latin American dependency research program for the analysis of European capitalisms. En castellano, se destaca su compilación “El golpe del capital” sobre las crisis financieras y sus consecuencias en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay (Coscoroba, 2007).

Todas las fotografías son del autor y muestran escenas en distintas ciudades ucranianas.

Publicado en la web Palabra Salvaje el 6 diciembre 2022.La versión completa, con todas las imágenes, publicada en la revista Palabra Salvaje No 3 (diciembre 2022) se descarga aquí….

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