Elbio Chitaro
POEMA, UN BASILISCO
(Para hablar de la irritable raza de los poetas)
Todos los poetas poseemos una forma de ver. La mía tiene que ver con la tristeza, el desaliento. Con un lloro susurrado bajo las mantas. Con arrugas en la piel.
Ver donde no hay. Donde no hubo ni habrá austeridad.
Una forma de ver; no la aptitud, el tejemaneje donde somos. El arte de uno. La luz, las sombras. La superficie del botijo que bebimos; y bosquejamos con grafito.
Desde ayer no puedo sacar los ojos de mis brazos.
No puedo ver.
——-
Hablo del pájaro que vuela a baja altura, y mira para atrás. Para advertir, quién lo persigue en su largo recorrido: quizás un viento enjaulado en la mirada.
Hablo del caballo arrastrado por la corriente. Por la miserable cerrazón encubriendo las lenguas de la tierra.
Hablo de fantasmas y troperos.
Hablo del rocío quebrando las pasturas.
——-
Los poetas poseemos eso, ver donde no hay. Quiero decir, hay, pero sólo cuando lo vemos los poetas.
Si no ¿cómo haríamos para escribir de la tristeza de los hombres?
¿Cómo haríamos para ver las evidencias del clavo en la pared?
¿Cómo nos manejaríamos con el aura?
——-
Poema, un basilisco, decía mi madre.
Era una forma de punir la insolencia.
Un castigo divino de sus ojos,
que me decían
como hijo y padre;
e hijo otra vez.
7.
Apenas recuerdo cosas de la muerte: el fuego,
el sentido, en medio del jardín del bien y el mal;
un árbol se incendiaba erguido,
brasas leías en el río.
Voz in extremis corría alrededor del árbol
del mundo: exterminio, ahogo fue la explicación;
el árbol sólo nos dejaba,
en ascuas. Solos nos dejaba.
Cuervos acabados en el peñón, tanto para
nada. Niños atendían quien les diera pan;
raíz latía como cuerpo,
nos conectaba a la tristeza.
Cuervos albinos a altura de hombre se miraban,
uno al otro, y decidían ir por la cerveza;
era una higuera que no supo
prometer higos infamantes.
Ratas, pues sí, claro, había ratas en la lancha,
huían con su cola y talón de Aquiles precedidos;
una ardiente tarde de junio,
todo nos marcó hasta morir.
Absolví el pecado desde un zarzal, antes que
oiga cantar tres veces el gallo delator;
poetas empequeñecieron,
nada detuvo al iscariote.
El aire no avivó fuegos. Sólo los peinaba.
Labraba así: embellecía lenguas doloridas;
¿qué pasa, sonríes poeta?
Judas no se duerme, embrutece.
12.
El camino es otro. Es otro. Otro es.
Las huellas son otras.
El camino, las huellas son los otros
por las huellas.
Caminar, extraviarse,
sin huellas ni caminos.
Es otra cosa.
La huella es otra. Es otra. Otra.
Los caminos son otros.
14.
en esta casa nada quiere decir nada
Eduardo Milán
Ir por la poesía, subyugar
lo profundo del verbo descarnado;
entonces, nada: uncir los bueyes, atar la coyunda
a los cuernos, sujetar la melena y vocear;
luego, como si fuera poco, uncir el labrador al yugo
y que comience la cadena productiva.
Es el plan.
Ir por la poesía, no tener más
que una palabra, pero antes abjurar
del uso de verbos como ser o estar. Usarlos menos.
Usarlos como puente levadizo sobre un foso
infestado de serpientes. Verbo, poleas,
lo que suele usarse con absoluto desparpajo
por el mercader.
Ir por la poesía, pero ¡ojo!
con el uso del ser para hacer pie
en el piso del poema. Eso, lo triste. Hacer pie en la cosa.
Pie en la piedra como cimentación profunda.
Ir por la poesía, brincando de piedra en piedra
sobre el torrente. Ojo con el traspié, irse de canto.
Derrumbe.
Parménides de Elea discreparía conmigo.
Él me diría, lo sé: “el ser es, el no ser no es” ¡Qué gracia,
así cualquiera filosofa! Si mencionas a la muerte
y dices “la muerte es”, si hablas de la nada como vacuidad,
hazlo sin que mueran de risa los obreros.
Sin embargo, nadie oirá esa nada. Menos en Elea,
a la hora de la siesta.
En definitiva, ir por la poesía, traicionar
lo primero que nos viene a la cabeza, es decir,
dejarlo como cobardes que desertan de la guerra.
Ir por la poesía, no asir el máuser; tampoco la guadaña
para sacar soledad al firmamento. No firmar armisticios.
Mantenerse firme, esperar el tiro de gracia
misericorde.
ALUCINADA COMO SI FUERA IMPRESCINDIBLE SU LENGUAJE
(La poesía fue un acto de amor quién sabe a cambio de qué).
Esa mirada desea ser después de la batida. En los sotobosques, los cuentos de hadas de los Hnos. Grimm.
(Hada,
alada salamandra,
castra).
Sotto voce Hades se persigna. Crecen niños mediadores del chamán. Ceremonia, arte y predestinación de la belladona. Ley inexorable.
Esa mirada hace de la muerte imprescindible. No más lebreles dentellando el charque de mis muslos de gacela. No acosarás a nadie, perverso Acteón. Ni a la cierva ni al pudú en el abrA( del poeta. No hallaremos nada en ese ensueño desprovisto de malezas.
(Nada,
parca profanada).
Nada en los refugios de piedra berroqueña. Nada en las cenizas de serpiente. Ni presa, ni Alicia, ni melodía encantadora. Nuestras cabezas están acandiladas sobre la hojarasca.
Cosa extraña. ¡Tantas pitonisas en la noche! Bebiendo alcohol, mascando hojas de laurel, tiritando fuerte contra la ciudadela. Esos ojos leídos sobre la circunferencia de la aureola. La humedad del silencio. La brisa desde la Compañía del Gas o Museo del Tiempo, según el Presupuesto Quinquenal.
El agua sucia impide vislumbrarte claramente. La mirada es otra, porque otro deseo ser yo mismo. Miss Hyde: oculta ese cielo que nos viene desde el más allá. Escucho a los muchachos del cuarteto de cuerdas reír de las pequeñas sensaciones. El pez de color en la bolsita. No puedo con mi tristeza subyugada. Nada queda en la distancia.
La poesía une miradas con sonrisas, esencias y caricias. Pero, en el fondo, hace que el ajenjo sea más amargo aún, más ajeno, más cruel. ¿Cuál es la diferencia entre un vaso de ajenjo y el ocaso?[1] La diferencia es la soledad frente a la alucinación. El sueño verde: caracol.
La incertidumbre es cierta (subrayo el ser conjugado en presente indicativo). Aunque no la mencionen los poetas de La Ronda, es imprescindible su textura. Su verdadero tiempo, su verdad. El entrelazamiento de lo incierto con los hilos de la vida. El orden, la disposición de lo incierto entre las palabras.
¿Y el silencio, blanca azucena? ¿y la falta de él? El silencio no deja de olvidarse ni un instante. Como mamba negra entrelazada a la anatomía de las letras. La duda entonces, como un elemento interlineal que invade todo desde el río. Como los imberbes en la Bahía de Cochinos. El fracaso del mal. La basura en los mangles de Zapata. La expoliación del futuro por el benemérito Mr. President JFK (in English). Marilyn, babe: algo tienes que ceder. No eres sólo un pedazo de carne rosicler, como te citaba el cretino Bobby K. ¿A quién llamaste esa ultra-madrugada? ¿Dónde quisiste enviar el rayo de tus lágrimas? ¿Por qué el veneno en tu corazón?
Esa mirada no sabe dónde posar el Officium defunctuorum. ¿En qué puerta, doble puerta, Hermes Trimegisto? ¿Dónde posar el oro oscuro?
La brisa es más notoria cuando estoy contigo, cuando me envuelves y disuelves. La caricia es sentida como una obligación de lo divino en la memoria. Las ventanas están hechas para acongojar toda tu templanza.
Nada forma más escarcha en nuestros labios que tus poemas desesperanzados. Ten la piedra azul en la mano alzada hacia la criatura. Sobrepasa al Dios inverso, trastrocado. Cógelo. ¡Ay, pequeña niña! ¡Ay, pequeña niña, ven conmigo al huerto universal!
No es fácil circunscribir el asunto a objetos fríos como una botella carente de dulzor. Como un espejo que habla desde la pared finita.
Sí viene el mozo dile lo que ves; o mejor, dile lo que no ves. Después del segundo vaso comienzas a perder fe en los poemas que escribiste. Un día sí, otro también. La tristeza es una sola y se empoza en las postreras horas del día jueves.
La errabundez es mayor cuando sonríes. No existe quietud en tu sonrisa. No existe dios. Lo incorpóreo, la elipsis del sujeto. Los cuchillos sangran en las piedras de afilar. El agua lava lo que puede. El corte es futuro inequívoco en la piel. Los objetos tienen hambre de querencia. Apelan al apego de superficie suave como la palma de tu mano. Cómo necesito tus manos, niña mía.
Hoy place al monacal, felicidad que nunca le aparece cuando pide. Ronronea como gato de Cheshire entre las piernas. ¿Cómo hacer para que Gable no se entusiasme con tu boca? Con tus besos sobre el almíbar derretido.
La felicidad es nunca más, un horizonte sobre el mar de los sargazos. Una región, un continente hundido en el contenido de la vida. La felicidad es nunca más, anormalidad de lo real, piel sin edad. En suma, la felicidad no posee arrugas. Es un camino sin retorno. Sin retorno o ritornello.
Cada vez estamos más lejos del comienzo. Cada vez estamos más lejos del concepto de vida. Y si nos alejamos de ese concepto también lo hacemos del de muerte. El concepto de muerte está íntimamente ligado a la culpabilidad. La culpa es una palabra religiosa. Y la religión, como sabemos, es el opio de los pueblos.
PORTENTO
Con los brazos en alto, sosteniendo con dulzura
los hombros de mi camisa de vestir. Única, blanca
e incorrupta camisa Manhattan wash and wear
que luego luciría; que tú veías sonreír
con efluvios a pino silvestre y palmolive.
¿Cómo hacías para sentir la brisa de coral
y conmover
tus manos arrugadas por el agua?
¿Cómo hacías para verme airoso
desde la pileta de lavar
bajo el duraznero?
¿Cómo hacías? Di. ¿Cómo lo hacías?
Debajo de tus viejas chinelas de plástico,
pequeñas alimañas de un rosa pálido,
agonizaban contra la enredadera.
Otras se retorcían convulsas
bajo el polvo gris del patio proletario.
Ellas, las culebras,
justificaban toda la inmundicia
que causaban
sólo para recordarnos que aún estaban allí.
Mientras, tú tarareabas un valsecito del Perú
que recogía la risa de la brisa del río
y al viento la lanzaba.[2]
NUDO EN LA GARGANTA
Debía haber bolsas rotas de pórtland. Ladrillos de campo chupando la aguachenta. Hierro tratado, clavos enderezados a martillo, alambre dulce. Fretachos y cucharas de albañil.
Debía haber tablas de encofrado con nudo en la garganta. Tablón de pino. Planchada, columna y viga.
Debía haber dolor en los riñones. Manos callosas, olor a pata y sudores congelados en la faja.
Debía haber ternura.
Pero no había eso. Había sospecha de desmayo, pedregullo, camaradas en silencio con pucho entre los labios.
Nada de hermosura. Sólo camión.
– Me cago en Dios, dijo el albañil al catequista. Mientras partía a macetazos la viga malograda.
El catequista era el hijo que llevaba su apellido. El silencio era la tarde desmedida. Las distancias, huecos de esperanza.
– Me cago en tu madre, sintió.
Sudor frío bajo el manifiesto corazón.
La muerte tigre comería trigo si pudiese. Grava en los huecos del corazón, donde lastima.
Granulometría del maíz en las rodillas. Grava la histeria del pupitre. La de la tiza horrísona en el betún.
Detrás hachazo, olor a mierda, pozo negro bajo el duraznero.
Ese árbol dio los frutos más ricos. Puro almíbar. Puro azahar.
Pura sombra.
Vieja pared del arrabal
Tu sombra fue mi compañera
De mi niñez sin esplendor
La amiga fue tu madreselva.[3]
El canto de una calandria se alza sobre la pileta de lavar. Mientras en la cocina se escucha Madreselva en la voz de Libertad Lamarque.
- Bien pegado el revés a esa chirusa.
- Le costó el destierro, pero le hizo un favor.
- La muy mosquita muerta.
Esa espesura que dejaron los muertos; los malos entendidos, las compresas de alcohol.
La sal, el fuego por la boca. Fuego que se mete por la boca y se pierde adentro.
El poeta no supo dar un rasgueo de luz con su guitarra. Ni un puto croquis de arte bella.
Fracaso para embellecer la mierda.
Nada queda de la apuesta. Se lo llevaron todo.
No.
Quedan las palabras huecas.
Las muecas.
Las muescas en la oreja. Las moscas del fogón.
No.
Queda la vanidad. La presunción del poema. La hinchazón de la lengua. Los humos, el aire, el viento. Los fueros del poeta, la vanagloria.
Ahora tienes el brazo dormido. No vuela tu cresta sobre los cadáveres. Nada queda del furor. Nada del cuchillo. Nada del miedo.
Tienes el brazo sin cabeza.
Teatro en el teatro de operaciones.
Poema en el poema.
Sol en el sol de la planchada.
Agua turbia en la sed. Lo mismo apaga.
Esa paz en los andamios.
Ese ladrido.
Hablas de ti. No de mí.
De mí no te han dejado.
Ellos se lo llevaron.
Escribir a tientas. Pegarle un golpe de katana a un quebracho colorado. Abrir en dos a un yacaré.
Escribir sin pies ni cabeza. Sin orden, como nido de carancho.
Escribir sobre la carroña, literalmente.
No importa el buey, bien se lame.
No importa el carnero merino.
Escribir con la sudoración del corazón o cualquier otra víscera. Sobre la piedra.
Con la carne amoratada. Con la podredumbre.
Con el tufo a podrido del olvido.
Al sol.
Con la mano temblando todavía. A escasos metros del muñón.
Hoy fue la lámina, ningún lápiz.
Eduardo Espina
(ASPEREZA)
Esa flor
hace hablar, no hay otra.
Los pétalos rojos de ese geranio abatido,
quebrado,
retrotraen los ojos de mi madre cuando niña.
Por encima de esos ojos hay otros
que observan cada gesto,
cada movimiento que hacemos,
cada sensación de muerte.
La poesía no abarca todo,
no llega ni siquiera a cubrir la superficie.
Aspereza es su nombre de rigor. Aspereza es el quid
de su cuestión.
Esa flor
hace hablar a los estigmas, es como un rayo de sol
en mar furioso.
No hay poesía sino hay ambición.
De alguna manera el poeta
es la misma representación de la avaricia.
Lo quiere todo.
Deseo no es necesidad, y viceversa. Lo sabes.
Hoy la poesía se ha convertido
en un acto de stand up sin gracia.
Es patético comunicárselo a los que empiezan
a jugar al acto de expulsión de los demonios.
Ya nadie quiere ser
el que recibe las bofetadas.
Nadie quiere pagar derecho de piso.
Ya nadie hace el juramento
porque todos creen estar a salvo del infundio.
La poesía no tiene segundos actos,
es pura caída.
Esa flor
hace hablar. A mí, negro león
de suburbio, me tocó el cardo corredor.
Pudiera ser peor, la manufactura legionaria
de una corona de espinas;
la flagelación: 300 azotes al mar.
La poesía se limita a buscar silencios
entre el sufrimiento.
A veces sólo encuentra ludismo.
Sin embargo, el show debe continuar.
Nadie es imprescindible,
ni siquiera el dueño del freak show.
En sí, la poesía es el arte trashumante
de la ventriloquía.
Notas
[1] Oscar Wilde.
[2] “La flor de la canela”, valsecito peruano compuesto por Chabuca Granda en 1950.
[3] Luís César Amadori: Madreselva (1931, tango).
Elbio Chitaro es uruguayo, poeta galardonado en dos ocaciones con el Premio Nacional de Literatura, y activo participante en encuentros internacionales de poesía. Su poemas se han publicado en varios libros y entre los más recientes se encuentran Mal que nos pese (Solazul) y Otra piedra, otro corazón (La Coqueta). En redes se lo puede seguir en Facebook /echitaro y en Instagram @elbiochitaro
Publicado en la web Palabra Salvaje el 13 diciembre 2022.La versión completa, con todas las imágenes, publicada en la revista Palabra Salvaje No 3 (diciembre 2022) se descarga aquí….
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