Sin un antes ni un después

 

Juan José Mateo

Existe una tradición intelectual que forjaron grandes pensadores del siglo XIX, como Karl Marx y Fredrich Engels, anatemizada por los círculos académicos y a merced de una censura que, por acción u omisión, se privó de llevar el debate hasta las últimas consecuencias. Ese debate venía a proponer lo que el filósofo argentino José Pablo Feinmann denomina “la conciencia de la ignominia”, un mecanis-mo fenomenal por el cual fracciones de las clases sociales desposeídas, sintonizadas por conciencias testigos, reaccionan al status quo de las sociedades basadas en la exclusión, para hacerles frente. Esta lucha de los unos (las minorías que detentan el privilegio de tomar la sartén por el mango) contra los otros (las mayorías a quienes les toca bailar en la siempre acalorada fritanga de la subsistencia) es el principio que Marx y Engels van a identificar como el motor de la historia de la humanidad.En el siglo XIX, fueron los obreros andrajosos y teñidos de hollín quienes salieron a la intemperie reclamando mejores condiciones de trabajo y de vida. Decidieron visibilizarse mediante la huelga general. Hoy, en pleno siglo XXI, esas luchas pueden darse en los más diversos planos de la expresividad subjetiva y desde sectores que, con una llamativa sensibi-lidad social, practican esa conciencia de la ignominia con estilo peculiar.

En tal sentido, y como consecuencia de la evolución estética de la pintura, no descubriremos nada si afirmamos que muchas veces, en la fotografía, también puede traslucirse en forma intencionada la insolencia de la denuncia. ¿Por qué partir de esta tradición intelectual y científica descriptiva para abordar lo que en principio desea plantearse como una producción artística? ¿Qué podría hacer una pretendida obra artística para revertir tal estado de conciencia ominosa? ¿Acaso exorcizar los fantasmas de quien la produce? ¿Acaso plantearse como un vector libertador de la expoliación simbólica?

Desde el punto de vista trazado en los párrafos anteriores, la obra de Fernanda Rivera Luque bien podría significar esa postura universal de resistencia a la dife-rencia. Una diferencia que desnuda a los “unos” y a los “otros”. Pero en la particular sociedad fueguina, existe otro doble juego que amplía las diferencias. Tierra del Fuego padece la fractura social más contrastable y escandalosa. En la Isla de los milagros, los hijos de los que alguna vez llegaron de otros tiempos se convierten en los “NyC” (nacidos y criados) y comienzan a diferenciarse de los “VyQ” (venidos y quedados). Se trata de una odiosa clasificación utilizada en la actualidad con un fin segregacionista y muchas veces xenófobo, cuyos orígenes discursivos resta estudiar, pero que talló hon-do en la conciencia de los isleños en los ominosos años noventa, la década neoliberal, la era del individualismo y del sálvese quien pueda, con el inolvidable telón de fondo de la desocupación y el desmantelamiento del Estado benefactor.

Esta serie de postales agrupadas bajo el título “Sin un antes ni un después” constituye, justamente, la reacción al principio de casta (el término lo utilizamos para clasificar a una sociedad que sostiene el privilegio del “origen” desde el lugar de nacimiento), desenmascarando el origen VyQ de la totalidad del universo fueguino. Porque en esas imágenes aparecen documentadas personas que eran recientes habitantes de Tierra del Fuego. Hoy desaparecidas por el inexorable paso del tiempo, pero inmortalizadas en la me-moria visual fija que solo la película fotográfica pudo brindar en el momento de la toma. Esas imágenes en blanco y negro son el palimpsesto que delata la realidad incontrastable que, en definitiva, en la fueguinidad –si es que tal cosa podría llegar a existir en la ontología de la identidad– se define por “aquel que está llegan-do”. Todos alguna vez llegaron. Los que lo hicieron más temprano, aniquilaron a los reales NyC, aquellos a los que hoy la Antropología denomina como “indígenas de la Patagonia austral”.

A partir de borrar el sustrato indígena, comenzó la “historia” fueguina, que en su etapa mítica, nos brin-da el gran desfile de los grandes hombres de la Patria territoriana: ¡Los VyQ que valieron la pena! Los VyQ bisabuelos, abuelos y padres de los NyC, los verdaderos “fueguinos” en toda aquella historia…

El cuadro entonces es poco alentador: a las diferen-cias sistémicas de una sociedad que mediante el merca-do planetario clasifica entre poseedores y desposeídos de riqueza, se suma la oscura perla fueguina de preten-der montar una sociedad de casta en pleno siglo XXI.

Pues bien, “Sin un antes ni un después” viene a saldar cuentas. Viene a recordar que ocultos tanto antes como ahora, estuvieron nuestros hermanos norteños y latinoamericanos, chilenos principalmente, pero también todos aquellos representantes del submundo de la necesidad, la pobreza y la humildad. Hombres y mujeres de hueso y carne que forjaron su historia y crearon ese palimpsesto inocultable, por más que sectores presumidos de nuestra sociedad austral así lo quieran desconocer, demeritándolos e intentando instalar la falsa conciencia del binomio NyC-VyQ. Nada de eso existe porque el fueguino es aquel que siempre está llegando.

El isleño es aquel condenado a la distancia y el esplín del terruño original, el desterrado, el preso natural, el advenedizo. Y cuando pueda, inten-tará volver como un “don” a aquel origen que lo despidió como mendigo. Pero también están aquellos que, quizá sin un trayecto signado por los marcos de lo perentorio, llegan a estas tierras buscando amparo de deudas espirituales, como la aventura, el amor por lo exótico, la contemplación del escenario natural y todas aquellas materias pendientes de la existencia individual. Quizá algo de eso haya en la autora de la obra, que la conmine a intervenir la historia visual fueguina.“Sin un antes ni un después” es una producción crítica porque su objeto es la diferencia. La conciencia de la ignominia es el método del montaje de aquello que debería estar oculto, y que en la obra se pretende coloro y vivaz. Es otra página de otra historia. Es una metahistoria de lo oculto y lo presente. Es rebelión de la imagen que late al ritmo de una secuencia que reivindica ausencias inmerecidas.

.
Juan José Mateo, argentino, historiador por la Universidad Nacional del Sur, miembro del Isnsituto de Estudios Fueguinos. Publicado originalmente en Boca de Sapo, No 30, mayo 2020, Argentina; www.bocadesapo.com.ar