Críticas y alternativas ante la Modernidad en América Latina

Zizekismos, imitaciones, blindajes y desobediencias

 

Eduardo Gudynas

 

En los últimos años han proliferado los ejercicios de críticas y los llamados a alternativas. Pero a pesar de ese ímpetu no puede ocultarse que muchos de esos esfuerzos padecen de simplismos, repeticiones y ambigüedades. Esa situación se volvió más evidente durante la pandemia por Covid19 en 2020 y 2021, y luego en el marco de la guerra en Ucrania en 2022.

Esa es una situación que debe examinarse con detenimiento dada la enorme importancia que tienen los análisis críticos. Son indispensables para comprender lo que realmente está ocurriendo en cada país, en América Latina y en las demás regiones. Son necesarios para ir más allá de los simplismos y eslóganes, para revelar actores, procesos y circunstancias con rigurosidad, sin quedar atrapados con las apariencias. Pero además, esos abordajes críticos son fundamentales para pensar, imaginar o desear alternativas de cambio. Si la crítica sucumbe, eso arrastrará la calidad de las propuestas y ensayos alternativos.

Esos esfuerzos, sea en la crítica como en las alternativas, están sujetos a todo tipo de influencias desde el norte global. Algunas son directas y otras indirectas, y se desemboca en que intelectuales, militantes sociales o políticos latinoamericanos imitan o reproducen las miradas de aquel norte, incluso aquellas que son simplistas. Hay conocidos críticos en ese norte que se vuelven ejemplos o inspiraciones para América Latina y otras regiones del sur, llegándose a extremos de la imitación. Parecería que la crítica latinoamericana para volverse legítima y efectiva, debe citar y publicar en inglés, francés o alemán, y meterse en las conversaciones de lo que ocurre en Washington, Madrid, Londres, París o Berlín. Eso, a la vez, impide advertir que algunos de esos aportes desde el norte son superficiales y simples.

Existen numerosos contingentes de académicos, políticos y militantes que entienden que esto no es un problema, y por el contrario, proclaman las bondades de parecerse a ese norte moderno al que toman como ejemplo a seguir. Esas posiciones son sencillas de reconocer, en especial cuando se ubican en la derecha del espectro político, y han sido objeto de múltiples opciones desde una mirada latinoamericana comprometida con la justicia. Podría decirse que es más sencillo advertir sus simplificaciones en esos casos y evitar caer en la imitación.

Pero la situación es más complicada con algunos actores que se colocan en la izquierda, pero que de todas maneras sus críticas son simplistas, desconectadas de las realidades latinoamericanas, y por ello pueden ser contraproducentes para construir alternativas. Sea por el embelesamiento o la imitación de los dichos en el norte global, esta problemática es particularmente sensible para militantes o actores de una izquierda independiente, para integrantes de movimientos sociales, e incluso para parte de la academia latinoamericana.

Esta situación se aborda en este breve ensayo tomando como ejemplo los dichos de un intelectual del norte que es muy admirado y citado en América Latina y en el sur global, en particular por quienes se vinculan al progresismo y a la izquierda. Se trata del filósofo esloveno Slavoj Žižek, y se toman sus más recientes posiciones frente a la guerra en Ucrania y la pandemia por Covid19. Se examinan los contenidos en sus proposiciones, su relevancia para América Latina, y sus potencialidades para elaborar alternativas. Como se verá en las secciones siguientes, Žižek es un caso entre muchos otros, que ofrece críticas simplistas, con alternativas propias de ese norte global que pueden resumirse a escoger entre distintos tipos de Modernidad. Al contrario de esa postura, desde América Latina son necesarios ejercicios críticos más rigurosos, ajustados a nuestras circunstancias, y que necesariamente deben plantearse como alternativas a la Modernidad.

 

 

Morro da Favela, Tarsila do Amaral, 1924, Brasil.

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Hipócritas y sinceros

Slavoj Žižek es muy conocido en América Latina, y buena parte de su obra ha sido traducida al castellano y portugués, circula en universidades, y es tomado como ejemplo por muchos, tanto de la izquierda tradicional, la independiente así como desde los progresismos. Es miembro del Consejo de la Internacional Progresista, que incluye a figuras globales como Noam Chomsky, Walden Bello, progresistas del norte como Jeremy Corbin, y latinoamericanos, como Gustavo Petro de Colombia, el ex presidente Rafael Correa de Ecuador o el ex vicepresidente de Bolivia, Alvaro García Linera[1].

Entre sus opiniones más recientes, a raíz de la invasión rusa a Ucrania, el esloveno lanzó una dura crítica al régimen de Vladimir Putin. Al mismo tiempo reclamó que “Occidente” debería dejar de aceptar que Moscú determine los términos del enfrentamiento, y pasó a defender una respuesta militar contra Rusia[2]. Vale la pena analizar el encadenamiento de sus ideas.

Žižek entiende que esta guerra tiene profundas raíces, incluso metafísicas. Los contendientes serían, por un lado “Rusia”, y por el otro el “Occidente”, el que en unos momentos es Europa y en otros es más que ella, y que a la vez sería liberal. Podría pensarse que nosotros, latinoamericanos, estamos dentro de ese “Occidente”. Pero si cuestionáramos el casillero que nos asignaron, algo esperable porque desde hace décadas padecemos todo tipo de problemas con Washington, si eso hacemos, caeríamos inmediatamente en seguir a Moscú o tal vez a Pekín.

Esa pareja en oposición, “Rusia” – “Occidente”, según el razonamiento de Žižek se correspondería con el enfrentamiento entre el “pragmatismo” (de Rusia y China), con la hipocresía del Occidente liberal. El esloveno rechaza el “pragmatismo” por falencias que califica como éticas, y lo ejemplifica con las violaciones a derechos humanos. Al mismo tiempo cuestiona a Occidente, al que varias veces iguala con el liberalismo, por ser “hipócrita”, al aplicar su ética de manera selectiva. Pero en una confesión reveladora afirma que desecha al “pragmatismo” ruso y prefiere al liberalismo occidental precisamente por su hipocresía. La ventaja de ese liberalismo radica en la hipocresía, ya que permite criticar y denunciar según los propios estándares liberales, y eso es imposible con los pragmáticos de Pekín o Moscú.

Todo esto desemboca en reclamar que se debe actuar, incluso militarmente, contra Rusia. Agrega como explicación que esto sería una “solidaridad” con lo que llama países “en desarrollo”, asumiendo otra vez que entre ellos nos encontramos los latinoamericanos, los que enfrentarían una crisis alimentaria que requiere liberar los puertos en el Mar Negro. Para evitar esa situación exige que Occidente use las armas. Ser de izquierda, dice Žižek en una nota más reciente, requiere abandonar el pacifismo y luchar defendiendo a Ucrania contra Rusia[3]. Como puede verse su crítica, y desde ella, sus alternativas, desembocan en reclamar una izquierda armada y belicista.

Reformulando esas posturas de modo más esquemático, sería como entender que el programa de Bruselas y Washington está repleto de contradicciones y malas acciones, pero los de Moscú y Pekín son peores. En la balanza se favorece a los occidentales porque si bien hipócritas, serían mejores dada la posibilidad de cuestionar sus gobiernos y ganar algunos reclamos, y se concluye que la defensa de esa hipocresía occidental merecería emplear las armas.

Debemos reconocer que estamos ante un análisis de coyuntura de un simplismo abrumador, pero que sin embargo es repetido y leído en nuestro continente como si fuese serio. Nos ofrece, además, una alternativa escuálida, porque bastaría con ser resignados y juiciosos hipócritas. Inmediatamente surge la interrogante de porqué se toma en serio a Žižek en América Latina. Si se siguen sus posiciones, también deberíamos elegir entre pragmáticos que violan derechos e invaden países, o hipócritas que hacen lo mismo de tanto en tanto pero al menos permiten que intelectuales, periodistas y ONGs los cuestionen, y que ocasionalmente festejen algún avance.

Desde un simplismo analítico similar operan quienes denuncian las violaciones de derechos humanos en Venezuela y colocan como alternativa maravillosa convertirse, pongamos por caso, en una democracia al estilo chileno, haciendo caso omiso de que allí también se incumplen esos derechos. Razonan parecido los que felicitan a Putin precisamente por no ser hipócrita, por su sinceridad en anunciar una invasión que finalmente llevó a cabo, aunque se silencian sobre sus otras mentiras o sobre el dramático saldo de muertos que está dejando esta guerra.

También se debe estar prevenido en no caer en la ingenuidad de asumir una política donde basta ser sincero, por ejemplo cumpliendo las amenazas, para convertirla en una práctica virtuosa inmune a los juicios morales. Si así fuera, cualquier gobernante autoritario que anunciara la represión, y la aplicara, quedaría blindado por su sinceridad.

 

La contracara culinaria

En el bando aparentemente contrario al de Žižek se ubicarían quienes proveen ideas y relatos que sostienen la política del gobierno Putin. Entre ellos los análisis también son simples, esquemáticos, y por supuesto binarios. En esos casos se defiende la sinceridad del autoritarismo, y éste como necesario para la sobrevida del Estado. Un ejemplo de esa posición es el excéntrico Vladislav Surkov, uno de los ideólogos detrás de Putin. Su franqueza es expresada a partir de una metáfora culinaria: por un lado, habría una postura anglosajona, donde el chef ofrece un menú político desde el cual se puede elegir, y por otro lado, se encontraría la opción rusa, donde es el chef quien escoge por uno, sin opciones, porque ese maestro cocinero “sabe mejor qué es lo que se quiere”. Esta última es, según Surkov, la opción rusa, y la que él prefiere[4].

De manera análoga a Žižek, se dibuja un mundo enmarcado en Rusia versus Occidente, binario, simplista, con sinceros de un lado e hipócritas del otro. Surkov ofrece como alternativa a la democracia liberal la idea de “democracia soberana”, por la cual Rusia es un país democrático en tanto es soberano. La condición de soberanía es la justificación suficiente y única necesaria para indicar que bajo cualquier práctica política será democrática. Considera que los cuestionamientos, críticas o denuncias a ese tipo de democracia rusa son un ataque a su soberanía y son inaceptables[5]. Es otro juego de palabras para defender un autoritarismo que es sincero al reconocer que la elite (el chef) tiene saberes superiores y tomará las decisiones por todo el pueblo.

 

El alma de la política

Siguiendo un sendero o el otro, la relevancia que toma la categoría hipocresía no es menor. Recordemos que el término significa una falsa apariencia de virtud o devoción. En su origen griego, la palabra aludía a disfrazar no sólo las intenciones sino también la propia alma. Ese engaño, la mentira del hipócrita, el disfraz de demócrata que viste el autoritario, ha sido denunciado y criticado por voces ciudadanas por un largo tiempo. Si seguimos a Žižek reduciendo nuestras opciones en América Latina, aceptando a los hipócritas porque la otra opción es peor, el resultado sería un empobrecimiento de la política. Si nos entusiasmamos con Surkov, defendiendo a los sinceros más allá de lo que hagan, también empobrecemos la política y se legitiman los autoritarismos.

Al mismo tiempo, se vuelve necesario advertir que el modelo zizekiano se vuelve autoritario aunque de otro modo. Recordemos que durante la pandemia por Covid19, el esloveno propuso como alternativa aplicar un “comunismo de guerra”, tal como ocurrió en la Unión Soviética en 1918, alabó el manejo sanitario por medio de masivas clausuras aplicado por Pekín, y afirmó que todos los países deberían seguir algo así como un gobierno mundial administrado al estilo de la Organización Mundial de la Salud (OMS)[6]. Describe su propuesta de cambio como una “nueva forma” de comunismo, y que en uno de sus clásicos juegos de palabras termina entreverándolo con el liberalismo. En este otro caso también se desemboca en una alternativa que es escuálida, por momentos estrafalaria: bajo su modelo se debería contar con una dosis de autoritarismo, pero no tanto como el de Pekín, una fuerte coordinación, como la soviética, y a la vez se recostaría en algunos valores liberales (en el sentido que le da el esloveno a ese concepto).

Se puede adelantar aquí que estos abordajes simplistas o las oposiciones binarias simplificadas son inaceptables desde un punto de vista latinoamericano. Buena parte de las izquierdas y la enorme mayoría de los movimientos sociales en el continente han reclamado acabar con la hipocresía, han exigido asegurar y ampliar los derechos humanos y la justicia más allá de las amenazas y acciones del poder. En varios casos esas opciones trascienden ideas y modelos de la modernidad occidental porque desde hace décadas sabemos que un simplismo eurocéntrico no es suficiente.

Bahianas, John Graz, 1930, Brasil.

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La presencia del capitalismo

Las perspectivas zizekianas, las de sus seguidores, e incluso las de sus oponentes, por momentos olvidan la presencia del capitalismo en los actuales conflictos. No se aborda adecuadamente que el régimen de Moscú representa un tipo de capitalismo que es post-comunista (en referencia a que se conformó después de la caída del socialismo real y la disolución de la Unión Soviética), con un fuerte componente político ya que se usa la política y el Estado como un medio de acumulación de dinero (tal como describe por ejemplo Iván Szelényi[7]). La guerra, por lo tanto, también debe ser entendida como una reacción de los grupos dominantes políticos, burócratas y los llamados oligarcas para asegurar sus beneficios, sus privilegios y el control del poder, como por ejemplo analiza Vlodymyr Ischchenko desde una mirada marxista[8]. Este tipo de miradas estaban presentes en anteriores obras y conferencias de Žižek pero ya no en el actual que opina sobre la guerra y la pandemia.

Esa es una cuestión relevante porque algunos elementos de ese capitalismo político estatal ruso tienen resonancias con experiencias latinoamericanas. En el continente también prevaleció la captura del Estado para hacerlo funcional a intereses del capital, en nuestro caso a aquel defendido por actores transnacionalizados y oligarquías locales. Al mismo tiempo, sea en Rusia como en América Latina, la economía depende sobre todo de los extractivismos. La muy alta proporción de las exportaciones rusas de materias primas, en particular minerales e hidrocarburos, es análoga a la que se observa en varios países sudamericanos, ya que están en el orden del 70 al 80 % del total de sus ventas externas[9]. La corrupción juega papeles clave en todo esto, manteniendo y reproduciendo los extractivismos y apuntalando regímenes políticos verticales y cada vez más autoritarios, como sucede en América Latina o en Rusia.

Bajo esas condiciones, en Rusia, cualquier reforma política y económica que lleve a reducir la dependencia extractivista, anular la corrupción o democratizar la política, implicaría el final de ese capitalismo estatal. Para evitar ese extremo, Moscú desplegó un programa que es autoritario, antiecológico, imperialista y colonialista a su modo. Allí se sufren problemas que también resuenen en nuestra experiencia latinoamericana, tales como limitar la asociación y expresión ciudadana y partidaria, la persecución de los críticos al gobierno, la subordinación de las minorías étnicas (que desemboca en una sobrepresentación en las tropas que pelean en Ucrania[10]), la obsesión con exportar todo el petróleo posible antes de que se impongan medidas más rígidas para frenar el cambio climático, y otras expresiones que llegan al extremo de las aventuras militares. Observado esto, desde América Latina, se vuelve difícil concebir que Moscú exprese una renovación ideológica o ejemplos a seguir, tal como era percibida por muchos latinoamericanos a mediados del siglo XX.

Otro de los actores en disputa en el escenario global, China, también ofrece políticas que son autoritarias, descansan en un Estado omnipresente, ensimismado en la vigilancia y el control policíaco hasta alcanzar la vida cotidiana, opresivo sobre sus minorías étnicas y ecológicamente depredador. Pekín está entusiasmado y defiende su variedad de capitalismo.

Tampoco puede escapar a nuestra atención que según análisis de la izquierda independiente dentro de Europa, el régimen de Putin reviste características que lo acercan a un fascismo, como indica el historiador y militante ruso Ilyá Budraitskis[11]. Si eso es así, pensar que la política de Moscú es un ejemplo para una renovación latinoamericana, sería como aceptar a los que celebran un fascismo propio, como lo ejemplificaba la presidencia de Jair Bolsonaro en Brasil.

Podría haberse esperado que desde Rusia o China se cobijaran renovaciones críticas desde el marxismo contra el capitalismo, o que ensayaran políticas públicas alternativas que no caigan en alguna variedad de capitalismo. Nada de eso ocurrió. Los análisis críticos simplistas olvidan estas particularidades, y eso golpea sobre todo a la izquierda que intenta renovarse. Justamente esto confesó Santiago Alba Rico, sin tapujos al reconocer que la guerra en Ucrania “ilumina los harapos mentales y organizativos de la izquierda”[12]. Un peligro de ese tipo también se puede advertir para América Latina, ya que las críticas superficiales empobrecen nuestras reflexiones, nos acostumbra a aceptar que el juego de palabras puede reemplazar disecciones más rigurosas de la coyuntura.

Es posible denominar como zizekismo a esos modos que producen alternativas débiles y desconectadas de nuestras urgencias. Pensemos por un momento si la opción que Žižek planteaba ante la pandemia, un comunismo liberal que imite estilos de Rusia o China, y gerenciado por una organización global como la OMS, sería adecuada pongamos por caso para América Latina. No puede olvidarse que el paso de los meses demostró que cualquiera de esas opciones padeció de múltiples problemas, muchos de los cuales se arrastran al momento actual. Al mismo tiempo, ese tipo de alternativa no atiende ninguno de los problemas latinoamericanos más urgentes y no expresan innovaciones políticas.

 

Una metafísica global

Análisis como los de Žižek son muy ambiciosos por su pretensión de universalismo. El esloveno afirma que existen “estándares éticos globales”, los que serían los del liberalismo europeo occidental. Esa universalidad es tan importante que aquel que no siga al liberalismo se convertiría en un “pragmático” al estilo de Putin. Esa mirada es típica de los modernos, en especial europeos. Son quienes parten de la certeza que sus categorías, su ética y su moral, aquellas que son propias de sus circunstancias y tierras, son las verdaderas y por lo tanto universales.

Desde esa perspectiva, los razonamientos al estilo zizekiano apelan a diferentes universalismos, y que en el contexto global terminan en defender algún tipo de globalización. Se produce, sea intencionalmente o no, la necesidad de contar con una condición totalizante que se aplicaría a todos los extremos de la geografía planetaria, desde Londres a Tierra del Fuego, donde todos estarían inmersos en una moral universal.

Nos encontramos con un punto de partida típico de una de las variedades de la Modernidad del siglo XXI pero que se asemeja a la del siglo XIX. Es un modo de pensar cansino, que no logra romper con la hipocresía, y sus alternativas se encasillan en sucedáneos del liberalismo. En los casos zizekianos, las distintas mezclas deseadas entre comunismo y liberalismo arribarían a una suspensión de la renovación histórica, dado ese encasillamiento en esas posturas ideológicas. Es casi como si le diera la razón a Francis Fukuyama con su “fin de la historia”[13]. El mensaje es de una Modernidad bajo la cual no existen alternativas a ella, sólo son posibles los ajustes. Es cierto que el esloveno sigue otro recorrido ideológico, pero los grandes cambios ideológicos se desvanecen con el maridaje que propone entre liberalismo y comunismo[14].

Todas esas posturas, al concebir que existiría una moral que es universal, son funcionales a una colonialidad de las ideas y las sensibilidades. Su mandato es que nosotros, en el sur global, también deberíamos seguir esos preceptos. Cualquier desvío es negativo, y podría justificar reacciones defensivas, incluso militares como reclama Žižek. Es desde esa mirada que agregó que el “pacifismo es la respuesta errada” ante la invasión rusa, porque Ucrania “pelea por la libertad global”[15]. Otra vez la Modernidad termina justificando una guerra.

El esloveno entiende que todo esto descansa en raíces metafísicas, pero es aceptable sospechar que no asume lo profundamente arraigadas que están las que cimentan a la Modernidad. Sus alternativas no atacan esas raíces sino que nos deja optar entre diferentes ramas del árbol moderno. Algunos en América Latina se conforman en esa tarea, ya que no debemos olvidar que la condición moderna también se reproduce y alimenta desde nuestro sur. En cambio, otros quieren ir más allá del ámbito moderno, y esa es una postura característica en varias demandas ciudadanas y luchas políticas latinoamericanas. En cualquiera de esos intentos está la necesidad, la urgencia, no seguir dentro del viejo occidentalismo, sobre todo eurocéntrico, del que siempre desconfiamos e intentamos escapar.

Esa diversidad cultural y política no es reconocida desde ojos zizekianos. Como no logra hacerlo, su instrumental crítico es limitado, tanto para los propios modernos, ya que en varios casos se dejan de lado las corrientes críticas que desde su seno se han lanzado contra la Modernidad, como para aquellos que buscan alternativas a esos órdenes modernos.

 

Crítica inadecuada, alternativas débiles

El ejercicio que se acaba de realizar permite dejar en evidencia dos problemáticas distintas pero entrelazadas. Primero, hay críticas ante las circunstancias actuales que en una primera lectura podrían ubicarse a la izquierda, pero son muy simplistas, incompletas, y en buena medida inadecuadas al estar enfocadas en la historia y contextos propios del norte. Segundo, como consecuencia de lo anterior, las alternativas que se generan son muy débiles, en varios casos difusas y en otros son repeticiones de ensayos que sabemos que fracasaron.

Si se implementara un zizekismo latinoamericano enseguida surgen múltiples preguntas: ¿Debemos resignarnos a una política de la hipocresía criolla? ¿Necesitamos un liberalismo latinoamericano como opción de cambio? ¿Tenemos que aceptar la metafísica occidental? De ese modo quedamos atrapados en las discusiones políticas que prevalecen en el norte occidental, las que pueden ser adecuadas para sus contextos, pero no para los latinoamericanos, los que están bajo otras experiencias, exigencias y urgencias.

En la política de ese norte no se encontrarán regímenes políticos como los progresismos latinoamericanos; ni Macron ni Putin son similares a las experiencias bajo los gobiernos de Néstor Kirchner o Lula da Silva. No hay empujes políticos promovidos por campesinos o indígenas en Europa que sean similares a los registrados en América Latina en las últimas décadas. Asimismo, los intentos de renovación de una izquierda independiente latinoamericana, que quiere incorporar cuestiones tales como ecología, género o interculturalidad, no se lograrán si se siguen los dogmas de Putin o Xi Jinping. Por otro lado, buena parte de los observadores en América del norte o Europa occidental confunden izquierda y progresismo, y eso alimenta abordajes limitados que se repiten aquí en América Latina por quienes se contentan con abrazar los temas y discusiones políticas generados en ese norte global. Se pierde de vista que el reconocimiento de la distinción entre izquierda y progresismo es justamente una particularidad latinoamericana.

Del mismo modo, aportes latinoamericanos como los del Buen Vivir se vuelven inentendibles para buena parte de los actores y analistas políticos europeos y occidentales. Ni Moscú ni Pekín, tampoco Bruselas o Washington han sido escenarios de discusiones por los derechos de la Naturaleza, porque la sola idea de sujetos no humanos está reñida con la tradición occidental.

A pesar de todo eso, una y otra vez se citan, imitan o invocan las soluciones y propuestas que se elaboran desde ese norte global. Eso no ocurre solamente alrededor de la obra de Žižek, la que se ha tomado como ejemplo aquí, sino que lo mismo sucede en otros terrenos. Tan solo como ejemplos recientes, se puede señalar que el gobierno de Alberto Fernández en Argentina decía inspirarse y citaba como guía al economista estadounidense Joseph Stiglitz, y Gustavo Petro en Colombia o Gabriel Boric en Chile invitan, celebran y citan a la economista británico-italiana Mariana Mazzucato. Ninguno de ellos, así como muchos otros consultores, asesores o académicos del norte, tienen conocimientos precisos sobre lo que sucede realmente dentro de cualquiera de esos países; cuestionan algunas variedades de capitalismo pero ninguna de sus alternativas plantean abandonarlo sino que desean ajustarlo y mejorarlo[16]. La repetida presencia de ese tipo de figuras muestra que los líderes políticos latinoamericanos entienden que deben buscar su propio economista de respaldo en ese norte para ganar confianza y legitimidad.

Venceremos, Rina Lazo, 1914, Guatemala.

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Pensar de otros modos

La aceptación de la hipocresía política, y posturas análogas, como las de abrazar el pragmatismo, e incluso la idea de un “autoritarismo moderado” como ocurre con los juegos de palabras de Žižek, hace que sea inevitable recordar a Hannah Arendt. La alemana agudamente señaló el papel que desempeña la hipocresía, y junto a ella el racismo, en el imperialismo y el fascismo, mientras que a la vez, sus palabras prefiguraban algunos de los temas centrales en las reacciones que describimos como postcoloniales y decoloniales surgidas desde el sur global. Evocando a los ingleses, nos recuerda que se tomaron en serio la “carga del hombre blanco”, o sea “o bien la hipocresía o bien el racismo” para convertirse en los “trágicos y quijotescos locos del imperialismo”[17].

Las reacciones, denuncias y respuestas a esos conocimientos y sensibilidades originadas en el norte global tienen una larga historia y muchas expresiones en América Latina. Integraban cuestionamientos que no solamente resistían una subordinación que era política y económica, sino que también advertía que estaba anclada en saberes y sensibilidades del Occidente modernizado. Para clarificar esta cuestión se pueden señalar las posiciones denominadas como decoloniales, inspirados por ejemplo en Aníbal Quijano o Enrique Dussel[18]. Más recientemente, surgieron desde colectivos más diversificados, incluyendo una fuerte presencia indígena, las ideas del Buen Vivir que tienen ese mismo talante.

No es el propósito aquí sopesar cada una de esas u otras corrientes, sino que se quiere dejar en claro que existen, que son múltiples, rigurosas y enraizadas en América Latina. Apuntalan perspectivas y manejan contenidos que por lo general no son reconocidos o aceptados desde el norte global, ni siquiera entre muchos que se dicen de izquierda. Estos últimos esperan que nosotros elaboremos desde el sur una crítica que siga el marco conceptual y los instrumentos de ese norte, como si desearan que pariéramos nuestros Žižek criollos.

Advertir esto no desemboca en reclamar censurar a autores como Žižek, ya que debe ser asumido como una voz propia del contexto de ese norte, y es allí donde deberían resolver si vale la pena tomarlo en serio para, por ejemplo, repensar la izquierda occidental.

Aclarado ese punto, también se debe advertir que cuando nos exigen tomar partido por uno u otro bando bajo esa racionalidad occidental, expresada en ideas tales como las de occidente versus el resto, como se ha vuelto común ante la guerra en Ucrania, se cercena nuestra historia, nuestra diversidad de expresiones políticas y culturales, incluso a los intentos de nuestras propias alternativas[19]. Eso no quiere decir que no pueda defenderse un bando o el otro, sino que si se llega a esa posición, lo expresado debe ser resultado de una reflexión propia. La tarea urgente en la América Latina de hoy está en observar y analizar a la Modernidad de otro modo bajo un pensamiento propio.

 

El repetido regreso a la Modernidad

Las críticas que prevalecen bajo los modos de pensar del norte global, tanto en los países del norte geográfico, como los intelectuales y militantes que las repiten en nuestro sur geográfico, terminan enfrentadas a las contradicciones y límites de la Modernidad. Ocurre en el sentido que advertía de Dipesh Chakrabarty al referirse a las tensiones que padecen intelectuales europeos que por un lado deben “reconocer los barbarismos históricos y actuales” que han actuado como fundamentación de la “civilización” europea, y a la vez deben apelar a los “más altos ideales utopistas” en la tradición de esa misma “civilización” para promover  otras éticas, responsabilidades o aceptaciones de pluralidades[20].

Ante esa situación, un enorme número de actores consideran que la Modernidad cuenta con los medios e instrumentos para ajustarse a sí misma, reparar los daños que eventualmente ocasione, los que a veces considera como accidentes, o que incluso puede mejorarse. Lo que no puede negarse es que esa aspiración en ajustar o mejorar la Modernidad, por ejemplo recuperando a la razón como liberación, se vuelve funcional a ella. Dicho de otro modo, la ilusión de lograr una Modernidad justa y solidaria se vuelve un mecanismo que la blinda. Incluso los críticos que pueden aparecer como más incisivos, como ocurre por momentos con Žižek, más allá de sus humoradas, sigue siendo moderno y es incapaz de ofrecer una alternativa a la Modernidad. Es más, Žižek ha afirmado que para ser realmente revolucionario se debe ser Moderno, y con ello excluye inmediatamente las propuestas y ensayos que están más allá de la Modernidad que se han sucedido por ejemplo en América Latina. Denunciar el capitalismo, augurar su inminente colapso, o incluso burlarse, como hace el zizekismo, no es suficiente como alternativa, y por esa razón terminan siendo funcional a la autocontención moderna. Podemos entretenernos con ese tipo de cuestionamientos entusiastas, pero lo que hace es alentar la producción de nuevas modernidades corregidas.

Es cierto que hay cuestionamientos más serios y elaborados que el estilo zizekista. Un ejemplo apropiado es el ecuatoriano Bolívar Echeverría, para quien no hay nada más moderno que el capitalismo, y la raíz de las crisis está en esa condición. Por lo tanto, Echeverría plantea que las alternativas están en dejar atrás el capitalismo, pero con toda sinceridad confiesa que aspira a una Modernidad no-capitalista[21]. Sus análisis, por su crítica al capitalismo son más radicales que los popularizados por economistas como Stiglitz o Mazzucato, y más detallados y serios que los de Žižek, pero de todas maneras permanece dentro de la Modernidad. Echeverría apela a instrumentos de la Modernidad para solucionar las crisis modernas.

Otro ejemplo pertinente ocurre con Walter Mignolo, que en esta misma revista aborda la guerra en Ucrania diciendo que seguirá una perspectiva decolonial[22]. A medida que se sigue su argumentación se encontrará que el cuestionamiento no es del todo decolonial, porque los contrastes que plantea entre lo que llama Occidente y Rusia (y otros países) en realidad están inmersos en las clásicas evaluaciones modernas del poder geopolítico. El mundo multipolar que Mignolo invoca, y que celebra, resulta de contrarrestar el poder de Estados Unidos y sus socios con un mayor protagonismo de Rusia, China, India y otros países. Pero es una multipolaridad dentro de un único mundo conceptual, el de los modernos. Al enfocarse en los enfrentamientos por el poder económico, político y militar, no advierte que tanto un bloque como el otro siguen expresando variedades de capitalismo, y además con sus específicas pretensiones coloniales, muchas de las cuales nos afectarán en América Latina. No sólo se debería cuestionar la unipolaridad geopolítica actual, sino las lógicas y sensibilidades en las que se sustenta entender un mundo con polos de poder, sea uno o unos pocos. Este caso sirve para mostrar que la Modernidad es tan potente, que hace que se tomen instrumentos y miradas analíticas que, como hace Mignolo, al ser modernas nos regresan a ella.

Debe reconocerse que la Modernidad puede ser descrita de múltiples formas y a lo largo de distintos momentos históricos[23]. En unos casos se la presenta como una postura filosófica o política, en otros casi como sinónimo de capitalismo, están quienes insisten en igualarla a la modernización, y otros tienen miradas más amplias abordándola como cultura, ideología, narración, imaginario, cosmovisión, y así se pueden sumar otras perspectivas. También están los que utilizan conceptos parcialmente análogos como el de “civilizaciones”, y entonces la referencia moderna es el “occidente” (tal como ocurre con Žižek, quien opone una tradición histórica y política rusa contra otra de “occidente”).

Se la puede considerar como única o diversa, adaptada a distintas condiciones históricas o culturales[24]. Siguiendo esa postura, nos encontraríamos con una modernidad europea, habría otra propia de Estados Unidos, y se habrían sumado versiones más recientes, por ejemplo en Asia o en América Latina. O podría hablarse de modernidades occidentales y otras serían coloniales. Como expresa Josetxo Beriain, distintas modernidades se conformaron “dentro de diferentes Estados nacionales y dentro de diferentes agrupamientos étnicos y culturales, entre movimientos comunistas, fascistas y fundamentalistas, diferentes entre ellos…”[25]. Incluso podrían describirse modernidades híbridas, fragmentadas y reorganizadas unas con otras, y por lo tanto también plurales, a tono con las interpretaciones de Néstor García Canclini para América Latina[26].

Sea bajo esas u otras posiciones, existirían elementos y sentidos propios de la modernidad, extendidos globalmente, y que aún reconociéndola plural, se repetirían en cualquiera de esas expresiones. La cuestión relevante aquí es advertir la presencia de ese conjunto básico de ideas y sensibilidades. Entre esos elementos constitutivos se cuenta la pretensión de la razón, y de allí los modos cartesianos y optimistas de abordar la ciencia y la tecnología, la fe en el progreso, y con ello en el desarrollo, una supuesta secularización, la pretensión de universalidad, la postura patriarcal, la dominación de la Naturaleza, el antropocentrismo, y la dualidad entre la sociedad y el ambiente.

Es cierto que hay autores que dudan o rechazan que exista una Modernidad como tal; por ejemplo, Fredric Jameson sostiene que la Modernidad “no es un concepto, ni filosófico, ni de ningún otro tipo, sino una categoría narrativa”[27]. Pero de todos modos lo que aquí se señala es que esas diferentes narraciones comparten ciertos componentes y cadencias, y esos aspectos comunes son los que permiten delimitar lo que aquí se califica como una ontología moderna, no solamente por atributos como los señalados arriba sino por condicionar los interrogantes y las respuestas aceptadas como posibles.

La categoría de ontología, tomada de sus usos en la antropología, permite aceptar esa heterogeneidad pero a la vez deja en claro ese modo de pensar y sentir común a todas sus manifestaciones. El uso del concepto de ontología se refiere aquí a los modos de concebir, entender y sentir el mundo, sus condiciones de existencia, las prácticas que lo reproducen y los mitos, relatos, saberes, etc., que lo conforman[28].

Es propio de la ontología moderna aceptar algunos de sus déficits pero para inmediatamente sostener que podrá resolverlos por ella misma. En América Latina son comunes las posiciones que siguen defendiendo las versiones clásicas, eurocéntricas, de la Modernidad, y a ellos se suman los que consideran que es todavía un proyecto a completar (en el sentido de la conocida postura de Jürgen Habermas[29]). Pero incluso los críticos más agudos, como Echeverría, postulan una Modernidad alternativa, o en el caso de Mignolo, el esfuerzo decolonial no logra que se desembarace del instrumenta moderno.

Sin embargo estamos rodeados de problemas, crisis y desafíos que la Modernidad no puede resolver. En unos casos, en ella están las raíces de los procesos que causan esos problemas y en otros se muestra agotada, en el sentido de no ser capaz de ofrecer nuevas alternativas. Es de unos modos un fracaso, ya que no puede lograr las ambiciosas metas que en su esencia se repiten desde la Ilustración, pero no del todo, porque la Modernidad sigue presente, reproduciéndose en múltiples matices en infinidad de sitios. Patxi Lanceros sostiene que “naufragó” la Modernidad como “modelo que apostó a la eternidad y ahora muestra su desvalimiento, su vulnerabilidad”[30]. En el marco del presente análisis, esa sentencia debería ser reformulada para señalar que la Modernidad contemporánea es un continuado naufragio, donde se nos plantea de saltar de un bote salvavidas a otro, sin que la tormenta ceda ni los muertos se salven.

Es una situación que además lleva a retomar la aguda advertencia de Boaventura de Sousa Santos, cuando señala que hay “problemas modernos para los cuales no hay soluciones modernas”[31]. Todos esos son botes salvavidas modernos, que tal vez pudieran lidiar con viejas tormentas pero a las que ahora se suman otras nuevas, como el cambio climático, que no pueden superarse desde la ontología moderna.

La Modernidad impide y entorpece esa búsqueda de alternativas que no son modernas. Es que ésta se organiza para impensar, negar e impedir alternativas a ella misma. Esta condición puede ser calificada como un blindaje, que se construye presentando a la Modernidad como un todo generalizado y universal, carente de bordes o fronteras, y que por lo tanto no hay un más allá a esa condición. Este blindaje no es simplemente una consecuencia sino que su reproducción es un proceso constitutivo que también define a la Modernidad.

La imitación y repetición, tales como las que se ilustraron arriba, refuerzan la condición moderna, y muchas veces lo hace operando bajo mecanismos que recuerdan al colonialismo interno en el sentido descrito por la boliviana Silvia Rivera Cusicanqui. Esa es una condición que afecta los comportamientos, la producción del discurso y la determinación de identidades[32]. La referencia es apropiada, porque Rivera Cusicanqui es una conocida crítica de las relaciones académicas donde se trafican ideas, donde se articulan  los “centros de poder del hemisferio norte”, con “universidades, corrientes disciplinarias y modas académicas del norte, con sus equivalentes del sur”[33]. La independencia frente a esas circunstancias no es sencilla, porque bajo la condición colonizada «las palabras resultan insuficientes para desmontar los bloqueos epistemológicos y las penumbras cognitivas que nos invaden en los tiempos de crisis»[34]

Jameson advierte que las “alternativas radicales y las transformaciones sistémicas no pueden teorizarse y ni siquiera imaginarse dentro del campo conceptual gobernado por la palabra ‘moderno’”[35]. Si bien algunas de esas palabras tienen distintos significados en el presente texto, su alerta es análoga  a la que se defiende aquí: el blindaje de la condición moderna hace imposible una alternativa a ella. La consecuencia es que muchas de las alternativas que se proponen, como se indicó arriba, en realidad caminan en círculos dentro de esa condición.

 

Necropolítica y desobediencia salvaje

Este breve recorrido parte de dos problemas simultáneos. Por un lado, la imitación y adhesión a una crítica que se produce en un norte global que no está necesariamente conectada ni responde a nuestras circunstancias latinoamericanas. Por otro lado, advertir sobre abordajes críticos que una vez que se los revisa con atención quedan en evidencia que son limitados y superficiales, y que por lo tanto producen alternativas débiles o ineficientes. Ese estilo, que aquí se lo denominó esquemáticamente como zizequismo, encierra dificultades que se acentúan porque su simplismo, y en especial allí donde es florido, se vuelve atractivo para nutrir e inspirar nuestros cuestionamientos aquí en el sur, y ello nos deja atrapados en la inoperancia. Dicho de otro modo, nos mantiene encerrados dentro de la Modernidad.

Sin embargo, las consecuencias más dramáticas de las actuales crisis, tanto la vinculada a la pandemia o a la guerra, como otras que ya estaban presentes desde antes, y que siguen agravándose, han dejado en evidencia que no se podrán cumplir las promesas modernas de una buena vida. En cambio, lo que estamos presenciando, es una aceptación resignada de una necropolítica[36]. Se deja morir a las personas y a la Naturaleza para mantener vivas las economías modernas. Es una condición de una Modernidad que se devora a sí misma, desprovista de opciones que realmente lo eviten.

Es necesario abandonar esa resignación. Al hacerlo queda en claro que las opciones que se necesitan para enfrentar ese cambio no pueden ser modernas, o únicamente modernas, sino que es necesario buscar más allá de esa ontología. Es posible plantear una frontera más allá de la cual hay sentires y saberes distintos a los modernos, o bien reconocer que hay ensayos que eso proponen.

Las aperturas a otras ontologías permite poner en evidencia que existen esos otros mundos o bien que hay intentos en generarlos[37]. En cierto modo, el postular esas aperturas reviste sentidos análogos a la idea de transmodernidad de Enrique Dussel, que en tono decolonial coloca en una exterioridad a actores y acontecimientos latinoamericanos que la Modernidad absorbe, anula u oculta[38].  No existiría una única ontología moderna que todo lo abarca, sino que es posible reconocer otros componentes, relaciones y performances que se expresan en realidades heterogéneas y contingentes[39]. Estamos rodeados de esos ejemplos y en particular en América Latina; muchos de ellos rescatados por nuevas miradas desde la antropología, como nos recuerdan Déborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro[40]. Pero además hay ensayos recientes que han cobrado gran visibilidad como las aperturas organizadas desde las posiciones originales del Buen Vivir, en tanto postulan tanto un rechazo a preceptos modernos básicos, tales como el progreso, desarrollo o utilitarismo, y a la vez proponen alternativas de comunidades ampliadas, integradas por humanos y no-humanos, se desentienden del progreso y reconocen valores intrínsecos en plantas y animales.

Sea una u otra opción, la cuestión aquí es que los ejercicios críticos superficiales, más allá del atractivo en sus eslóganes, nos dejan atrapados dentro de versiones de la Modernidad, y por ello producen alternativas insuficientes o ineficientes ante los dramas contemporáneos. No sólo eso, sino que esas crisis son tan graves, que esos estilos zizekianos nos entretienen mientras que la condición necropolítica se está expandiendo ante nosotros. Entender esta situación es clave para una perspectiva de izquierda comprometida con la justicia social y ecológica, ya que ese mandato le obliga a no caer en esas trampas.

De todos modos es necesaria la precaución, porque un pensamiento propio desde América Latina no es inmune no solamente a repetirse dentro de la Modernidad, sino a caer en la superficialidad y el dogmatismo. En efecto, las críticas y las alternativas pueden ser simplistas, sean que imiten o no a las del norte, sean propias o no. Además, la impostura subordinada hace que sea más sencillo imitar al norte, y esas copias tienen mayor poder de penetración dentro de América Latina. Eso hace que un pensamiento propio latinoamericano deba ser riguroso, pero además plural, capaz de liberarse epistemológicamente, y comprometido con las urgencias del continente[41].

En cambio, en América Latina, el entramado de la colonialidad de saberes que se impone sobre todos nosotros, alimenta el coro que imita los debates que ocurren en el norte global, mientras nuestros países permanecen en los mismos estilos de desarrollo que los condenan a ser proveedores de materias primas y resumideros de la violencia, con toda la pobreza y exclusión que eso produce. Quedamos atrapados en una conversación que olvida nuestras memorias para volver a comenzar, una y otra vez.

La ruptura de esa condición para abrirse a otras ontologías solo es posible desobedeciendo a la Modernidad. Si esta ontología se presenta como una condición que todo lo ocupa, sin límites, será necesario rechazar esos entendimientos, y aceptar la posibilidad de ontologías distintas a ellas, sean algunas que ya están ocupadas, otras que son híbridas con nuestra Modernidad, o las que resultan de intentos en generarlas. Es necesario desobedecer la creencia en el progreso, a las recetas del desarrollo, a la inmunidad científico-técnica, o a las éticas utilitaristas, y así en otros frentes. Esta es un desobediencia radical que se expresa en varias dimensiones, como las políticas, epistemológicas, históricas o éticas[42].

Buscar alternativas a la Modernidad no implica ser anti-moderno. Esta postura no se refiere a rechazar todos y cada uno de los componentes de la Modernidad, ni tampoco aspirar a recrear un pasado pre-moderno. Las aperturas a otras ontologías no necesariamente desechan aportes modernos, sino que dialogan con ellos, a veces los aceptan, en otras los reformulan o recombinan, o bien los abandonan. Son esfuerzos que resuenan y dialogan con las elaboraciones ciudadanas, son luchas para pensarnos por nosotros mismos sin estar atados a la colonialidad de los saberes modernos. En la desobediencia no hay lugar para la imitación; en la proposición de alternativas tampoco hay cabida para el simplismo. Son tareas demasiado urgentes y necesarias como para albergar la improvisación.

 

Notas

[1] Véase la información en www.progressive.international

[2] We must stop letting Russia define the terms of the Ukraine crisis, Slavoj Žižek, The Guardian, Londres, 23 mayo 2022, https://www.theguardian.com/commentisfree/2022/may/23/we-must-stop-letting-russia-define-the-terms-of-the-ukraine-crisis

No hay que dejar que Rusia defina los términos de la invasión a Ucrania, El Diario, Madrid, 28 mayo 2022, https://www.eldiario.es/internacional/theguardian/no-hay-rusia-defina-terminos-invasion-ucrania_129_9023554.html

[3] Pacifism is the wrong response to the war in Ukraine, S. Žižek, The Guardian, 21 junio 2022, https://www.theguardian.com/commentisfree/2022/jun/21/pacificsm-is-the-wrong-response-to-the-war-in-ukraine

[4] Vladislav Surkov: ‘An overdose of freedom is lethal to a state’, entrevista por H. Ford, Financial Times, 18 junio 2021, https://www.ft.com/content/1324acbb-f475-47ab-a914-4a96a9d14bac

[5] Otros aspectos acerca de la idea de “democracia soberana” en ‘Sovereing democracy’, Russian-style, I. Krastev, Open Democracy, 16 noviembre 2006, https://www.opendemocracy.net/en/sovereign_democracy_4104jsp/

[6] Pandemic. Covid-19 shakes the world, S. Žižek, OR Books, New York, 2020.

Pandemia. La vida estremece al mundo. Anagrama, Barcelona, 2020.

[7] Varieties of Post-communist Capitalism. A comparative analysis of Russia, Eastern Europe and China, I. Szelényi y P. Mihályi. Brill, Leiden, 2020.

[8] Behind Russia’s war is thirty years of post-soviet class conflict, V. Ishchenko. Jacobin, 10 marzo 2022, https://jacobin.com/2022/10/russia-ukraine-war-explanation-class-conflict

[9] Más detalles en Gudynas, 2022, citado arriba.

[10] ‘Putin is using ethnic minorities to fight in Ukraine’: activist, M. Petkova, 25 octubre 2022, AlJazeera, https://www.aljazeera.com/features/2022/10/25/russia-putin-is-using-ethnic-minorities-to-fight-in-ukraine

[11] Putinism. A new form of fascism? I. Budraitskis. Spectre, 27 octubre 2022, https://spectrejournal.com/putinism/

[12] Nueve dilemas, S. Alba Rico, Público, Barcelona, 11 marzo 2022, https://blogs.publico.es/dominiopublico/43977/nueve-dilemas/

[13] El fin de la historia y el último hombre, F. Fukuyama. Planeta, Barcelona, 1992.

[14] Tal vez Fukuyama tuvo razón, es la pregunta que se hace Žižek en Maybe Fukuyama has won, 28 noviembre 2016, video en https://www.youtube.com/watch?v=ButtAWqNpRg

[15] Pacifism is the wrong response to the war in Ukraine, S. Žižek, The Guardian, 21 junio 2022.

[16] Ejemplos de las críticas y alternativas de esos economistas son Capitalismo progresista. La respuesta a la era del malestar, J.E. Stiglitz. Taurus, Madrid, 2020.

El valor de las cosas. Quién produce y quién gana en la economía global, M. Mazzucato. Taurus, Madrid, 2019.

[17] En la sección sobre el Carácter imperialista, en el capítulo dedicado a Raza y burocracia, pág. 316, en Los orígenes del totalitarismo, H. Arendt. Alianza, Madrid, 2006.

[18] Un ejemplo de ese giro en varios de los ensayos en el libro colectivo Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntricos, E. Lander, en: La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales (E. Lander,comp), CLACSO, Buenos Aires, 2000.

[19] Ver otras ideas en esta problemática en: Muy lejos está cerca. Los efectos de la guerra en Ucrania sobre el comercio global, energía y recursos naturales latinoamericanos. Un análisis preliminar. E. Gudynas. RedGE, Lima, 2022.

[20] Chakrabarty plantea esa tensión a propósito de Balibar y Mezzadra; Postcolonial studies and the challenge of climate change, D. Chakrabarty. New Literary History 43: 1-18, 2012.

[21] Por ejemplo, en el capítulo “Modernidad y capitalismo (15 tesis)”, en Las ilusiones de la modernidad, B. Echeverría. Trama Social, Quito, 2001.

[22] Ucrania: el punto sin retorno y el cambio de época, W. D. Mignolo. Palabra Salvaje 3: 45-60, 2022.

[23] Distintas aproximaciones a la modernidad, influyentes en América Latina, incluyen entre otros a Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, N. García Canclini. Grijalbo, México, 1990.

Bienvenidos a la modernidad, J. J. Brunner. Planta, Santiago, 1994.

Modernidad, razón e identidad en América Latina, J. Larrain. Andrés Bello, Santiago, 1996.

Consecuencias de la modernidad, A.Giddens. Alianza, Madrid, 1999.

  1. El encubrimiento del Otro. Hacia el origen del «mito de la modernidad«, E. Dussel. Biblioteca Indígena, Vicepresidencia Estado Plurinacional Bolivia, La paz, 2008.

[24] Un influyente aporte sobre las modernidades múltiples se debe a S.N. Eisenstadt, Multiple modernities, Daedalus 129: 1-29, 2000. Véanse además, las precisiones y advertencia señaladas por Eduardo Restrepo, en Modernidad y diferencia. Tabula Rasa 14: 125-154, 2011.

[25] Modernidades en disputa, J. Beriain, Anthropos, Barcelona, 2005, p 14.

[26] García Canclini, 1990, citado arriba.

[27] Una modernidad singular. Ensayo sobre la ontología del presente, F. Jameson. Gedisa, Barcelona, 2004, p. 44

[28] Véase, por ejemplo, Is another Cosmopolitan possible?, M. Blaser. Cultural Anthropology 31(4): 545-570, 2016.

[29] La modernidad, un proyecto incompleto, J. Habermas, en: La posmodernidad (H. Foster, ed.), Kairós, México, 1988.

[30] La modernidad cansada. Y otras fatigas, P. Lanceros. Biblioteca Nueva, Madrid, 2006, p. 25-26.

[31] Descolonizar el saber, reinventar el poder, B. de Sousa Santos. Trilce, Montevideo, 2010, p. 20.

[32] Véase, por ejemplo, el capítulo En defensa de mi hipótesis sobre el mestizaje colonial andino, en Violencias (re)encubiertas en Bolivia, S. Rivera Cusicanqui. La Mirada Salvaje, La Paz, 2010.

[33] Ch’ixinakax utxiwa. Una reflexión sobre prácticas y discursos descolonizadores, S. Rivera Cusicanqui. Tinta Limón, Buenos Aires, 2010,  p. 63.

[34] Un mundo ch’ixi es posible. Ensayos desde un presente en crisis, S. Rivera Cusicanqui. Tinta Limón, Buenos Aires, 2018, p 38

[35] Jameson, 2004, citado arriba, p. 180.

[36] Este concepto, inspirado en A. Mbembe, bajo la actualidad latinoamericana se presenta en Necropolítica: la política de la muerte en tiempos de pandemia, E. Gudynas, Palabra Salvaje 2: 100-123, 2021.

[37] La idea de “aperturas ontológicas” se plantea en The politics of modern politics meets ethnographies of excess through ontological openings, M. de la Cadena. Editor’s Forum: Theorizing the contemporary, Society Cultural Anthropology, 13 enero 2014, https://culanth.org/fieldsights/the-politics-of-modern-politics-meets-ethnographies-of-excess-through-ontological-openings

[38] Por ejemplo en Hacia una filosofía política crítica, E. Dussel. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2001.

[39] Se puede revisar, por ejemplo, What’s wrong with a one-world world, J. Law. Distinktion Scandinavian Journal Social Theory 16 (1): 126-139, 2015.

[40] Véase por ejemplo el capítulo Un mundo de gente en ¿Hay un mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines, D.Danowski y E. Viveiros de Castro. Caja Negra, Buenos Aires, 2019.

[41] Sobre el pensamiento propio véase Descentrando a Europa: aportes de la teoría postcolonial y el giro decolonial al conocimiento situado, E. Restrepo. Revista Latina Sociología 6: 60-71, 2016.

[42] Estas posiciones se discuten en Manifiesto salvaje, E. Gudynas, Palabra Salvaje 1: 34-48, 2020.

 

Algunas de las ideas en este artículo, como las del blindaje ontológico, se adelantaron en distintos encuentros; destacándose la conferencia en el encuentro Knowledge / Culture / Ecologies en la Universidad Diego Portales, Santiago (Chile), 2017; en el seminario Rethinking Nature and Society, convocado por el Institute Latin American Studies de Columbia University (EE.UU.) y en un taller dictado en la Universidad Autónoma Metropolitana de la ciudad de México, 2022. Distintas versiones del texto fueron corregidas y comentadas por Gonzalo Gutiérrez a quien estoy muy agradecido.  

Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES).

Publicado en la web Palabra Salvaje el 15 diciembre 2022.La versión completa, con todas las imágenes, publicada en la revista Palabra Salvaje No 3 (diciembre 2022) se descarga aquí….

Se permite la reproducción siempre que se cite la fuente.