David Roca Basadre
Fotografías de Patrick Murayari
Fue una noche penosa para la señora Vilma, el oxígeno costaba mucho más de lo que podía juntar vendiendo todo lo que tenía. A su esposo, moribundo en casa tras no haber encontrado cama, ya no le bastaba el paracetamol. La fiebre no cedía, se ahogaba de asfixia, el sueño le era imposible. Fue un 9 de julio de 2020, eso lo recordaría luego, porque de reojo leyó en un diario que se había convocado a elecciones generales para el próximo año. Leyó distraída, y no pensó en el tema, delante suyo el compañero de su vida se iba de a pocos.
Cuando el presidente Martín Vizcarra convocó a elecciones generales para abril de 2021, como manda la ley, el caso de la señora Vilma no era el único. Para entonces, ya había transcurrido medio año de pandemia por coronavirus desde marzo de 2020 en que se había dado la primera alerta en el Perú. A partir de entonces, todo había ocurrido como una marea que crecía sin parar. Y quien no había sido afectado, estaba aterrado por un virus que parecía indestructible. Las tapas de los diarios solo confirmaban lo que ocurría a la vista de la mayoría.
Pasaban los días con noticias sobre enfermos encerrados, muertes sin ver a nadie, fotos de bolsas negras apiladas en los hospitales y centros médicos de las ciudades, noticias de algún familiar o conocido víctima de aquella enfermedad nueva, la huida de muchos a las zonas rurales que, al inicio, parecían lugares de refugio seguro. Estaban todos presos por un drama que muchos no habían sufrido jamás. Porque en aquellos lugares generalmente invisibles del país, el dengue, la tifoidea son casi formas de vida, a las que se agregaba esta abrumadora novedad[1].
Candidatos y política
En medio de todo ello, la noticia de convocatoria a elecciones generales, no pudo serle más indiferente a la mayoría. El enemigo silencioso y desconocido, era todo lo que podía importar.
Apareció un apabullante número de candidatos, dieciocho. Que hubieran podido ser más si, para suerte de los electores, no quedaban algunos fuera de carrera. Rostros conocidos de la política se cruzaban con otros novedosos, y varios inesperados. En las primeras encuestas el número de indecisos superaba largamente el 30%, con ningún candidato más allá de un dígito del porcentaje de intención de voto, salvo un par que apenas lograban superar el 10%, punteros mentirosos que no llegarían a los primeros lugares al final de la carrera.

La novedad de uno de ellos, el que más intención de voto generaba, era toda una señal: ex arquero de fútbol del club Alianza Lima, uno de los más populares del país, había sido brevemente alcalde del distrito de La Victoria, barrio popular en la capital, y sede del club en que militara. Joven que apenas llegaba a la edad requerida, sin programa preciso, guapetón de sonrisa fácil, incapaz de expresar alguna propuesta adecuadamente, e invitado de todos los programas de farándula en la televisión y la radio. Al inicio, aquel iba a ser el presidente de la república.
El resto iba sumando desde 8% hasta el pelotón que quedaba en el grupo “otros” con de 0.5%, para abajo, en intención de voto.
Por aquellos mismos días, había tensión entre el ejecutivo y el Congreso de la República que crecía. El presidente Vizcarra aparecía con sus ministros al menos una vez por semana para dar anuncios sobre la pandemia, con cifras de contagios y de mortalidad que se incrementaban cada día. Por entonces, el tema de la vacuna era un sueño que aparecía en notas breves de los diarios. Parecía tan lejano.
Pero el congreso desafiaba al ejecutivo por razones que no tenían nada que ver con la pandemia. Una reforma política que incluía asuntos como la conformación del órgano de designación de jueces y fiscales, el financiamiento de organizaciones políticas, la no reelección de congresistas, el retorno a la bicameralidad en el congreso, la alternancia para lograr paridad de género en los procesos electorales, eran motivo de debates que dejaban de lado aquello que tenía en vilo a la mayoría. El congreso, preso de intrigas varias, solo buscaba la manera de destituir, o vacar como se dice en el Perú, al presidente.
Migración de retorno y cuarentena
La migración hacia las zonas rurales empezó a incrementarse, luego se sabría que llegarían a cerca de un millón en total desde las diversas ciudades del Perú, abandonando sobre todo las desprotegidas barriadas, lugar de llegada de los que habían huido de la pobreza rural y que iniciaban el retorno: no era tan malo después de todo asegurar el alimento diario cuidando la tierra y el ganado. Al inicio. Porque el virus tardó en llegar a las zonas rurales. Aunque finalmente llegó, precisamente con los que creían huir del virus, pero lo llevaban en la mochila.
Alojado en un centro de recreo, Leandro que vino a Lima a estudiar y trabajar, envió imágenes desde su alojamiento. Era parte del grupo de indígenas awajún, la nación más grande de la Amazonía, que fue trasladada por el mismo Estado a su tierra de origen, Condorcanqui, en la región Amazonas. Me envió fotos de su estancia, sorprendido por comodidades que no conocía, su humor era bueno, pero lo conmovía la idea de dejar abandonados sus proyectos. En el grupo de Leandro eran alrededor de 100 personas a las que trasladaron por avión en ese plan de retorno sorpresivo. Huían, también, de las medidas restrictivas más severas del continente que el gobierno había dictado: cuarentena general durante un mes y las 24 horas del día.
Donde el virus aún no llegaba, la libertad era plena. Las comunidades indígenas se habían replegado en sí mismas, no debían salir: vivir de la caza y de la pesca, de los cultivos necesarios, esa era la idea. Y durante meses evitaron al virus. Por esas cosas del centralismo alejado del país, fue el Estado el que llevó el virus a las comunidades alejadas: al crear un bono para apoyar a las poblaciones más pobres, incluyeron a quienes, como los awajún, se las arreglaban bien. El tropel hacia el Banco de la Nación para cobrar el bono, necesariamente en las ciudades más cercanas, recolectó también al coronavirus entre los pueblos indígenas.
Mientras, se incubaba el descontento en el país. Con apenas posibilidad para comprar alimentos y medicinas y bajo control estricto, un mes primero, pero otro mes luego, las diferencias también se notaron. Porque aquel que tenía una residencia aireada y jardín podía incomodarse, pero superaba el evento con rutinas, internet, y a salvo. Pero para el país real, aquel 70% de la población con negocios informales y con trabajadores informales, que viven del día a día, eso era tragedia. Muchos podían vivir de sus ahorros un tiempo, la mayoría no. Sumemos un millón de migrantes venezolanos que tenían que ver cómo se las arreglaban, tantos de ellos sin papeles aún. El clima era tenso.
Poco a poco, los días empezaron a parecer como cualquier otro de antes de la pandemia. La única diferencia era la mascarilla que permitían reconocer tan solo esos ojos negros de peruanos y peruanas, que suelen ser expresivos y a veces bellos. Las mascarillas se veían como un aparejo difícil de llevar, muchos no sabían por qué, pero la ley es la ley. Y así, mascarillas sucias, de usos varios se descolgaban bajo la nariz para permitir a los vendedores de la calle gritar su mercadería.
– No te da miedo el virus, pregunté a un muchacho grueso, desaliñado que vendía plátanos.
– Hermanito, de algo hay que morirse, respondió; “y si no vendo se mueren de hambre mis hijos. No hay para escoger”, agregó.
El mismo problema de la señora Vilma por el oxígeno se incrementaba para miles. La venta, en manos privadas desde hacía algunos lustros, se prestaba a enormes abusos por los precios que alcanzaba en el mercado. La crisis por camas UCI era el clamor cotidiano, no solo para los infectados por covid, sino también para los que las necesitaban por otras dolencias. También el comercio por camas UCI, que nadie denunciaba por temor a perder la posibilidad de obtenerla para un ser querido. “La corrupción suele ser ciega, sorda y muda”, me dijo un médico del seguro, moviendo la cabeza, impotente.
Por un momento, pareció que el virus no se propagaba en altura, los casos no eran notorios en las ciudades andinas. Pero, de pronto, el virus empezó a llegar a todas las regiones que parecían haberlo estado librando.
Fue en la ciudad más grande de la Amazonía, Iquitos, en la región Loreto, que se dio el caso más dramático. El drama era mayor allí, pues a la pobre infraestructura hospitalaria, se sumaba la escasez de médicos y personal de salud en general, de insumos, y la ausencia total de oxígeno. La propagación del virus era tal que, al cabo de unos meses, se calculó que habían alcanzado la inmunidad de rebaño con casi el 93% de personas afectadas. Pero en el proceso las víctimas se multiplicaban.[2] Entre ellos la tristeza por la pérdida de médicos y enfermeras, mal protegidos, que cobraban mártires en proporciones mayores a otras regiones.
El modo de ser generalmente extrovertido, desinhibido, de la gente loretana fue esta vez su peor enemigo. Las restricciones las respetaban unos pocos prudentes, el resto lo vivó como imposible tanto por necesidad como por carácter. Sumado a las carencias, todo concurrió para crear un desastre.
La política ajena al drama
El congreso, por su lado, estaba en otra cosa. Había destapado actos de corrupción supuestamente cometidos por el presidente Vizcarra, cuando este fuera gobernador de la región de Moquegua. Cada vez más, la clase política mayoritaria en el congreso hacía de ese el principal tema de su agenda, y así a fines de septiembre de 2020 planteó remover al presidente, la vacancia, sin haberse llevado a juicio los casos a los que se referían, basándose en una cláusula vaga y nunca definida de la constitución, que faculta a vacar al presidente de la república por “incapacidad moral”.
Para esas fechas, se hablaba en cifras oficiales de alrededor casi 20 mil fallecidos a nivel nacional. Aún con las restricciones, el gobierno de Vizcarra no era mal visto por la mayoría de la población. Sus apariciones frecuentes, a pesar de un manejo ineficaz de la pandemia que luego habría de conocerse, representaba en ese momento una esperanza. Y las reformas políticas que presentó, objeto de un referéndum, lo habían posicionado bien. Mientras que la imagen del congreso era muy mala, y sus integrantes percibidos como politiqueros.
Fue recién a fines de noviembre que se votó la vacancia de Vizcarra, lo que marcó un parteaguas. Vizcarra había heredado el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, liberal de derechas que había renunciado por presión de un congreso anterior, controlado por la extrema derecha fujimorista. Luego, Vizcarra, valiéndose de una situación creada, había disuelto aquel congreso, y convocado a elecciones que pondría a otros parlamentarios, con menos fujimoristas, pero con el mismo carácter de oposición dura al poder ejecutivo. Carecía de vicepresidente. Así que el nuevo presidente debía ser el presidente del congreso, el señor Manuel Merino. Que efectivamente asumió.
La toma de las calles, sin importar la pandemia
Para esas fechas, producto de la estricta cuarentena inicial que, por la necesidad de sobrevivencia de la gente se había ido aflojando poco a poco, la cantidad promedio de infectados diarios llegaba a los dos mil, según las cifras oficiales. Ya para entonces, se había notado un subregistro en ese conteo. Comparados los fallecimientos mensuales del año anterior, durante el mismo mes, se notaba un incremento de más del 200%. Y las fotografías de fallecidos y los testimonios de los deudos, o de aquellos que habían logrado sobrevivir, no solo estaban en los medios, sino entre los comentarios de todos los peruanos, sobre todo en barrios populares.
Entonces, el nuevo presidente de la república procedió a nombrar a su equipo ministerial. El presidente del Consejo de Ministros escogido, el abogado Ántero Florez-Aráoz, famoso por haberse opuesto a quienes pedían que el Congreso de la República convoque a referéndum sobre el Tratado de Libre Comercio (TLC), aludiendo – en referencia racista a la mayoría mestiza e indígena de los peruanos – a que no se iba a preguntar opinión a llamas y vicuñas, era hombre ya en la última etapa de su carrera política. Escogió, así, entre lo más graneado de la extrema derecha, para su gabinete ministerial. Y de esa manera, aquellos que jamás hubieran gobernado por medio de una elección, accedieron al poder.
Se desató la furia de la población. Las restricciones por pandemia las olvidó absolutamente todo el mundo, y las avenidas y cada esquina se llenaron de manifestantes que reclamaban la renuncia de Merino. Sobre todo, gente joven, pero incansable en las calles de la capital y en las de todas las ciudades del país.
La propaganda gubernativa le echó la culpa de las movilizaciones a Maduro, a Cuba y al Foro de Sao Paulo – como no – y el premier Florez-Araoz y su ministro del interior ordenaron reprimir directamente. La policía salió a disparar. En tiempos de teléfonos móviles y cámaras de vigilancia, no fue complicado tener pruebas de aquello. Pero las movilizaciones continuaron. Nadie quería a Merino, salvo el pequeño grupo a su alrededor, a los que ya habían bautizado, replicando la canción pegajosa nacida de algún juego de Facebook, como “viejos lesbianos”[3].
Los medios transmitían a su manera, anunciaban revoltosos, violentos, fotos y televisión enfocaban incidentes aislados – como alguna fogata –, mostraban el humo de los gases lacrimógenos que lanzaba la misma policía, para dar la impresión de una turba de indeseables.
A pesar de todo, las movilizaciones callejeras fueron creciendo, hasta que se volvieron indetenibles. Las tomas de calles, los repliegues, los retornos más airados aún, mostraban esa convicción de pueblos, tan jóvenes la mayoría, que saben que tienen la razón. Hubo presos y heridos, denuncias de tiros al cuerpo por la policía, hasta que el asesinato, por disparos de perdigón a corta distancia, de dos jóvenes en Lima, Inti Sotelo y Bryan Pintado, incrementó la indignación general.
Merino debió renunciar, menos de una semana después de juramentar, y el congreso debió elegir nuevo presidente. Era tal la indignación por la vacancia de Vizcarra, que solo podía ocupar el cargo alguien que no hubiera votado a favor de la misma. El congresista Francisco Sagasti, representante del Partido Morado, grupo liberal minoritario, pero que en bloque se había opuesto a la vacancia, fue el elegido para presidir el Congreso de la República y, por ello, ejercer como presidente de todos los peruanos.
Se reanuda el proceso
Las movilizaciones se detuvieron, las visitas a los lugares donde habían fallecido los jóvenes reconocidos como mártires continuaban, pero el talante del nuevo presidente pareció calmar a la población. Montañas de flores se acumulaban en el punto del asesinato. Murales con el rostro de Inti y Bryan empezaron a aparecer en los barrios de las ciudades.
Cosas del país, casi por la misma época, en el circuito petrolero amazónico, cerca de la ciudad de Iquitos, la policía disparaba contra una movilización indígena en torno al lote 95 de extracción petrolera, en la alejada localidad de Bretaña, causando heridos y la muerte de Wilian López, Chemilton Flores y Elix Ruiz, tres indígenas de la nación kukama que no merecieron ningún titular ni mural que los recuerde[4].
Lejos del lote 95, Francisco Sagasti, hombre culto, elegante en sus maneras, pero claro, directo, intelectual dedicado a los estudios sociales y políticos durante su vida, a los 75 años ocupaba provisionalmente el cargo que hasta ese momento solo había estudiado desde fuera.
Había que abocarse a conseguir más vacunas. Y a eso se comprometió, y a llevar a buen término el proceso electoral cuya primera consulta sería el 11 de abril. La época navideña y de año nuevo fue triste, pero siempre logra apartar de todas las preocupaciones. Las reuniones familiares se multiplicaron a pesar de las advertencias, y anunciaron de esa manera lo que vino luego.
Para enero del año 2021, más del 50% respondía que no votaría por ninguno de los candidatos, sea porque no sabían por quién, o porque no les interesaba opinar. Y ningún candidato lograba pasar de un dígito en la intención de voto. Pero las cifras de infectados por covid se incrementaron, como era previsible, hasta un promedio de 6 500 infectados diarios, lo que empalmó con la llegada de la segunda ola. La gestión del presidente Sagasti, sin embargo, había logrado adquirir vacunas en el mercado mundial. Lentamente al inicio, la vacunación en marcha se hizo más intensa, y abría una luz de esperanza.
El Perú fue a votar el 11 de abril de 2021, con mascarilla, en plena segunda ola de contagios y con la mayoría de los candidatos demasiado cercanos en intención de voto, tanto como para hacer imposible imaginar el resultado. Que fue, a ojos de la mayoría, el menos pensable y el más problemático que se podía imaginar para pasar a la segunda vuelta.

La lucha de los antis
Por un lado, la extrema derecha fujimorista, Fuerza Popular, que repetía con Keiko Fujimori, hija del exdictador, pero con una votación de apenas 10.99% quedaba en segundo lugar, frente a 15.72% y el primer lugar de un sorpresivo Pedro Castillo, maestro rural, campesino, rondero, que había apenas comenzado a crecer en intención de voto, candidato por un pequeño partido provinciano de extrema izquierda muy dogmática, Perú Libre, que lo había invitado a ser su representante.
El ausentismo batió récord en esa elección, en un país con voto obligatorio y multa para los que se abstienen: el 30% de los electores hábiles, alrededor de 7 millones y medio de votantes, no acudió a las urnas.
Fue un shock. En el barrio popular de Villa El Salvador, en Lima, en una esquina se disputaban los diarios. Averiguar quién era Pedro Castillo era el acertijo del día. El cacareo al paso era audible.
– Dicen que es un comunista, que va a hacer lo mismo que en Venezuela.
– Hay que rezar”, dijo una señora, aunque no muy convencida.
– Todo menos los fujimoristas, ya no más, diría otra.
Así los debates. Cuando, aquel 11 de abril, el Perú había ya superado el pico de contagios de la primera ola. La buena noticia era que los resultados de la vacunación entre el personal sanitario empezaban a manifestarse con una baja sostenida de víctimas. La vacuna funcionaba.
Un protagonista que, durante la campaña de la primera vuelta intervenía asiduamente pero aún sin mucho rebote entre la población, empezó a tener un rol grave. Un medio de televisión de señal abierta, WillaxTV, decidió iniciar una campaña favorable a la candidata Fujimori plagada de mentiras y rumores atemorizantes. Fujimori era poseedora de un antivoto – gente que declaraba que jamás votaría por ella – de 70% en ese momento. Esto marcó, también, la aparición a rostro descubierto de un protagonista político, incluso con vinculaciones internacionales, de franco cariz ultraderechista e identificado con el entorno de la candidata, que se unificó con gentes provenientes de diversas fuentes partidarias y empresariales.
En torno a esta, y con ese medio y una enorme marea de trolls y bots financiados de alguna manera para inundar las redes, además del concurso de la inmensa mayoría de candidatos a la derecha del espectro, y la suma abierta y sin escrúpulos de prácticamente todos los medios de comunicación, se inició una feroz campaña de miedo contra Pedro Castillo acusándolo de terrorista, a él y al partido que lo había llevado como candidato.
En un país como el Perú que sufrió durante casi tres lustros la bestialidad de la subversión terrorista, y la represión indiscriminada del Estado como respuesta, con decenas de miles de muertos y desaparecidos, decir terruco – terrorista en la jerga nacional – a cualquiera, sigue siendo muy efectivo para descalificarlo.
Se instaló una estrategia electoral centrada en el terruqueo, que consistía, además de atacar los excesos en el lenguaje que Perú Libre ofrecía, y atacar a Castillo, en asociar con el terrorismo a cualquiera que obstaculizara a Fujimori. Incluyendo al Jurado Nacional de Elecciones y a la Oficina Nacional de Procesos Electorales, por el solo hecho de no plegarse a sus demandas. Y, cómo no, al presidente de la república, por su honesta imparcialidad.
Incorporaban a ello bulos y noticias falsas sobre todo lo que estuviera a la mano, sin ningún escrúpulo – como negar la validez de las vacunas, para atacar a Sagasti, promoviendo así que muchos se negaran a vacunarse – lo que logró que, por miedo, el 70% del antivoto de Fujimori se redujera a 50%.
El candidato Castillo, con menos recursos, inició una campaña pueblo por pueblo, asistido por una legión de maestros ubicados en cada rincón del país. Con un solo lema, muy potente, logró capitalizar el anti fujimorismo pero también la adhesión a su propia imagen: “Nunca más pobres, en un país rico”. Un caso extraordinario: por primera vez alguien de origen tan popular y sin otro título académico que el de docente escolar, pero además un maestro rural, imagen respetada en los miles de comunidades campesinas e indígenas, y urbanas modestas, podía ser electo presidente de la república. Es decir, alguien auténticamente alejado de todo contacto con el establishment político y económico.
El país se divide
Al momento de iniciarse la campaña para la segunda vuelta, a pesar de las expectativas por la vacunación que comenzaba, el país sufría el peor momento de la pandemia. La segunda ola fue inmisericorde: el país ya sumaba más de un millón y medio de positivos por covid. La demanda de oxígeno seguía siendo un calvario, a pesar de cadenas solidarias que habían logrado instalar fábricas de oxígeno gratuito. Las clínicas privadas, que cobraban precios que podían llegar a los 30 mil dólares y hasta más por estadía, sin contar los costos por el tratamiento, eran otro escándalo. A pesar del acondicionamiento de algunos lugares adicionales, en la capital, sobre todo, la demanda de camas UCI seguía siendo enorme. La única esperanza eran los continuos avisos de compras de vacunas por parte del gobierno de Sagasti, y la buena marcha de ese operativo que empezaba a llegar a todos los rincones del país.
El proceso electoral empezó a atraer la atención de la población. Se enfrentaban el miedo al fujimorismo, sobre lo que Castillo no tenía mucho que trabajar pues es un anti que está suficientemente instalado, versus el miedo al “comunismo”, al terrorismo cuando se pudiera agregar aquello, sobre lo que la enorme campaña mediática incidía diariamente.
El largo intermedio entre el 11 de abril, hasta el 6 de junio, encontró a todos los peruanos divididos. Familias enteras, amigos de toda la vida rompieron relaciones, la enemistad y la beligerancia se insertó en el cotidiano, en las redes, y las medias verdades servían de plataforma para todos los inventos posibles sobre el adversario. Imposible debatir siquiera: frente a frente se encontraron certidumbres inconmovibles incapaces de escuchar al otro.
– Pablo Iglesias ha venido a asesorar a Castillo. Ese español quiere hacernos lo mismo que hizo asesorando a los chavistas.
– ¿De verdad crees eso? ¡Ni siquiera ha venido a Lima!
– Entiende, los comunistas se han juntado en el Foro de Sao Paulo y con Bill Gates que ha puesto chips en las vacunas, van a tomar el control. ¡Tú no eres patriota!
– … qué te puedo decir… Oye, ¿me bloqueaste? ¡Oye…!
Llamativo era que esta batalla en todos los espacios tuviera como primeros protagonistas a actores principales de ambos bandos y a los aliados que se habían sumado para la segunda vuelta, menos al profesor Castillo.
Poco se habría de escuchar a Castillo, entretenido en una campaña pueblo por pueblo, villorrio tras villorrio, sin detenerse, y con un solo discurso. Aparte los momentos de los debates electorales.
Esta vez, al revés que en la primera vuelta la población sí estaba pendiente de la campaña electoral. Sea porque dos candidatos son más fáciles para identificar que diecinueve, o que a pesar de la pandemia se respiraba ya cierto alivio a la vista de la vacunación que empezaba a tener resultados: el personal de salud en primera línea había reducido visiblemente el nivel de contagiados y los decesos ya no se presentaban, al menos entre ellos.
Las encuestas daban ventaja a Pedro Castillo, pero la campaña de miedo al terrorismo de Fujimori surtía efecto, de tal manera que, al llegar el día de la segunda vuelta, era imposible prever cuál sería el ganador.
El ausentismo se redujo al 25%, lo suficiente como para, posiblemente, alterar el resultado final, que fue de tan solo 44 mil votos a favor del maestro rural Pedro Castillo, que fue electo presidente de la república, el año 2021, cuando el Perú cumplió el bicentenario de la proclamación de su independencia.
Un presidente venido del mundo de los olvidados
Tras el resultado electoral oficial del Jurado Nacional de Elecciones, confirmado por todos los observadores internacionales, la candidata Fujimori y todo su sector se negaron a reconocer el resultado, alegando lo que llamaron “fraude en mesa”, que – según ellos – involucraba al mismo presidente de la república, Francisco Sagasti, culpable de haber mantenido la neutralidad durante el proceso. El ejército de trolls y bots[5] del fujimorismo, inundó las redes sociales con sus argumentos. Y, enseguida, un ejército de abogados se dedicó a presentar recurso legal tras recurso, que retrasaran la proclamación del ganador.
Finalmente, faltando apenas siete días para el 28 de julio, fecha constitucional del cambio de mando, superando nuevos escollos, el Jurado Nacional de Elecciones pudo proclamar presidente electo al maestro rural Pedro Castillo Terrones. Un apresurado proceso de transferencia, con muchas incertidumbres, marcó el paso histórico a un evento digno del bicentenario de la independencia que festejó el Perú en 1821: por primera vez, un ciudadano sin ninguna ligazón con algún sector económico, político o social del establishment, un campesino de raíces poblanas, proveniente de un lugar tan alejado de la capital en todo sentido, como es Chota en la región Cajamarca, alguien perteneciente a aquellos sectores ciudadanos permanentemente postergados desde toda la historia colonial y republicana, se convirtió en presidente de la república.
El sombrero alón del presidente electo, del que nunca se separa, la nueva primera dama, sencilla religiosa y austera, las hijas pequeñas y un varón adolescente que de pronto llamó la atención de las niñas de su edad, a pesar del fuerte acento de su tierra natal, la cuñada a la que había criado desde niña como hija, irrumpieron ante la curiosidad de muchos. Y el desprecio sin ocultamiento de los más duros adversarios.
Este diálogo de la señora Lilia Paredes con una periodista, pinta de cuerpo entero las distancias:
– Seguro ya están pensando en la vestimenta adecuada, para ir con sus hijos, con toda su familia, a la juramentación, preguntó la periodista, con algo de malicia.
– Señorita, la vestimenta no hace a la persona, las buenas acciones son lo más importante que uno puede lograr o hacer con la gente más humilde del Perú, respondió sin afectación alguna, la esposa del presidente.
Llegó el presidente Pedro Castillo cuando la pandemia había comenzado a ceder, aunque aún estaba el Perú amenazado por la nueva variante delta. Pero de ser el país con más fallecidos en el mundo por cada millón de habitantes –uno por cada doscientas personas– el país aceleró su ritmo de vacunación apuntando a que al fin del año toda la población sería vacunada. El saliente ministro de salud, le deja al entrante un buen balance, entre ellas suficientes camas UCI y posibilidades de aprovisionamiento de oxígeno para resistir en pie una eventual tercera ola.
No es un gobierno que comienza fácil. El escaso tiempo para la transferencia y la poca dotación de técnicos calificados en el pequeño partido de gobierno, Perú Libre, que, de pronto y gracias al profesor del sombrero chotano, se encuentra en el gobierno y con más congresistas que los que pudo jamás soñar, generan muchas interrogantes. Buen número de congresistas, en efecto, pero en gran minoría y casi sin aliados. Congresistas que pertenecen en parte a Perú Libre, y otros al grupo original de maestros con los que Pedro Castillo quiso forjar un “partido del magisterio”.
Promesas y nombramientos en conflicto
El nuevo presidente, en su discurso de investidura, hizo un listado de propuestas que a todos pareció extenso pero aceptable. Pero también reafirmó la necesidad de una nueva constitución que reemplace a la vigente heredada del fujimorismo, y que es al extremo privatista. Pero también hizo un alegato de afirmación anticolonial, denunciando a la conquista y sus oprobios, lo que causó gran escándalo entre los sectores conservadores[6].
Nadie sabía quiénes integrarían el gabinete de ministros, y el nombre del primer ministro lo guardó en secreto el presidente Castillo hasta el 29 de julio. Con el marco majestuoso y espectacular de la Pampa de la Quinua, lugar histórico, donde tuviera lugar en 1824 la decisiva batalla de Ayacucho, que puso punto final a la presencia española en nuestro continente, tras un juramento simbólico suyo, el presidente juramentó sorpresivamente, como presidente del Consejo de Ministros, a Guido Bellido Ugarte, hombre del ala más radical de Perú Libre, y cercano de Vladimir Cerrón, secretario general del partido.[7] Bellido tuvo, además, declaraciones, que generan incertidumbre, acerca del grupo terrorista Sendero Luminoso, durante una entrevista en una emisora de su natal Cusco.
Algunos días más tarde, el presidente juramentó a dieciséis de los dieciocho ministros, quedando al aire la juramentación de los ministros de economía y justicia, a pesar de que, hasta poco antes, eran los más seguros en esos cargos.
Finalmente, el economista Pedro Francke, que había logrado tranquilizar al sector empresarial con su presencia, juramentó tras casi dos días de negociaciones en los que puso muchas condiciones. De la misma manera, el abogado Aníbal Torres, asumió el ministerio de justicia.
La recepción por parte de la oposición de derecha de la mayoría de los nombramientos, y en particular del primer ministro, fue muy dura y crítica. Se referían a los antecedentes profesionales, pero también políticos, de los juramentados.
El ministro de salud salió a declarar que mantendría a los viceministros del anterior gobierno y a todo el exitoso equipo de vacunación, con lo que dotó de alivio a buena parte de la población.
El ministro de economía ha logrado convencer a un exitoso presidente del autónomo Banco Central de Reserva, una especie de Greenspan local que está en el cargo hace años, que continúe, y ha anunciado medidas que contribuirán a la estabilización financiera, incluso comprometiéndose a no pasar el nivel de déficit de 12% que es de los más bajos de la región. La “inclusión empresarial”, que significa abrir la economía a la micro y pequeña empresa relegadas, figura entre sus principales propuestas.
Pero hay otras señales que no logran apagar al torbellino derechista, y tampoco a los sectores más moderados, posibles aliados que Castillo ha perdido con los cuestionables nombramientos ministeriales.
¿A dónde va el Perú, a partir de ahora?
Es la primera vez en su historia, también, que el Perú es gobernado por un grupo francamente de izquierdas. Lo más a la izquierda que tuvo fue el gobierno militar reformista del general Juan Velasco Alvarado, entre 1968 y 1975, que llevo a cabo una profunda reforma agraria convirtiendo haciendas en cooperativas, nacionalizó mineras y petroleras, promovió la participación de los trabajadores en la conducción de las empresas, gestó la creación de varias empresas estatales que se ocuparon de aspectos hasta ese momento muy descuidados.
Veintitantos años después, la dictadura de Alberto Fujimori se dedicaría a privatizar todas las empresas gestadas durante la revolución liderada por Velasco Alvarado, incluyendo las cooperativas agrarias que fueron obligadas a convertirse en sociedades anónimas, y cuyas acciones – gracias a argucias del fujimorismo que bloquearon las ventas de las empresas campesinas – fueron adquiridas a precios de remate por los propietarios de las agroexportadoras que hoy son sus propietarias.
El Perú que recibe Pedro Castillo es resultado de ese proceso de privatizaciones del dictador Fujimori, que, mediante una constitución aprobada en 1993, relegó al Estado a un rol explícitamente subsidiario. A partir de allí, sin mencionar los grandes escándalos por corrupción del fujimorismo, la economía peruana tuvo grandes resultados macroeconómicos que lo ubicaron como una especie de figura descollante y exitosa a ojos del mundo. Es así que “en los últimos 27 años (1993 y 2019) la economía peruana logró un crecimiento promedio anual de 4,8%; en los últimos diez años (2010-2019) la economía creció a una tasa interanual de 4,5% y en los últimos cinco años (2015-2019) se expandió a un promedio anual de 3,2%”[8].
La fuente mayor de ese crecimiento fue la actividad extractiva, tanto de minerales de los que el Perú es gran productor, como de la floreciente agroexportación. Pero, al mismo tiempo, la población informal – empresas y trabajadores – no bajaba del 70% a 80%, y el salario mínimo es de alrededor de US$ 250, que solo se cumple en las escasas empresas formales.
En suma, que bastaba una aguja en ese globo para desinflarlo. Y eso fue el virus de la pandemia por coronavirus. Sin posibilidad de actividad informal que es lo que, aunque precariamente, permite vivir a la mayoría de los peruanos, la economía se derrumbó. Y el milagro peruano mostró su fragilidad.
El dilema entre guardar las necesarias medidas para impedir la propagación de la epidemia, y la necesidad de salir a trabajar para sobrevivir – propia de todas las sociedades con mucha pobreza – se instaló casi naturalmente en el Perú. Y se resolvió mediante la obvia decisión de salvar lo inmediato, lo urgente de la vida diaria, y enfrentar al enemigo misterioso esperando no morir en el intento.
La extrema privatización legada por el fujimorismo, había relegado la inversión del Estado, también en salud y educación. Y así, fue entre aquellos que salieron a salvar el día que la peste cosechó a la mayor cantidad de sus víctimas. Con hospitales más que desbordados y el terrible récord de fallecidos que sorprendió al mundo.
El discurso electoral de Pedro Castillo se resumió, entonces, en dos frases que, en ese contexto, sonaron poderosas: “No más pobres en un país rico” y “Nueva Constitución”. Sumado a su imagen personal en la que sus electores – mayorías pobres, campesinas e indígenas marginadas desde siempre – se sintieron reflejadas, ha sido la promesa de reivindicaciones profundas, lo que lo hizo presidente de la república.
Los desafíos del presidente Castillo
Son muchos escenarios que se abren delante de la gestión de Pedro Castillo. En política, va desde la acostumbrada vacancia presidencial inmediata que, por ahora, solo promueve un pequeño pero alharaquiento sector de extrema derecha, pasando por sucesivas censuras a varios de sus ministros, hasta la posibilidad de que logre avanzar raspando en algunas de sus propuestas.
El debate central, lo que más irrita a la derecha y a la extrema derecha, es la insistencia de Castillo en el tema de la nueva constitución, en el entendido que se trata de desmontar el sistema económico legado por el fujimorismo. Este ata de manos al Estado, al que relega a la tarea de defensa, justicia, policía, salud y educación pública, y asistencia social, y da casi ilimitada capacidad de acción a la iniciativa privada.
La idea que la derecha defiende es la del libre mercado, pero en realidad lo que hay es monopolios tolerados y disfrazados, abundancia de empresas que dependen de negocios con el Estado – muchos de ellos por favores especiales –, evasión fiscal múltiple u milmillonaria, y un sector laboral sin capacidad de defensa[9]. Además, la existencia en la constitución peruana de los llamados “contratos ley” implica que, por encima de las leyes nacionales, incluyendo a la misma constitución, priman los acuerdos contractuales entre el Estado y las empresas privadas, lo que favoreció enormemente a las actividades extractivas.
Pedro Castillo no pretende imitar a Chavez ni a Cuba ni a nadie, como satirizan sus adversarios, pero sí tiene la misión enorme de poner la economía peruana, las riquezas que elabora su gente, al servicio de ellos mismos. Simbólicamente, se reivindica la papa. Este tubérculo, en sus orígenes venenoso, y que fuera domesticado por los antiguos pobladores andinos, y del que el Perú produce cerca de 250 variedades, sufre la competencia de papa de menor calidad importada, a pesar de que a miles de pequeños agricultores se les pudre la cosecha, sin compradores, o deben malbaratarla. Igual con la buena confección textil, incapaz de competir con el dumping chino, y que ha dejado en la calle a miles de trabajadores. Dar ventajas a los productores y fabricantes peruanos, es una tarea a la que se ha comprometido Castillo.
El presidente también prometió leyes laborales que defiendan a los trabajadores, reivindicaciones culturales y territoriales de los pueblos indígenas, lucha contra la deforestación de los bosques, particularmente de la Amazonía, que son simples medidas democráticas que no cuestionan el sistema, pero sí lo modifican profundamente a favor de las mayorías, aunque – es verdad – a costa de muchos intereses. Cuidar los bosques significa enfrentarse al abuso de la tala legal de madera y a las mafias de la tala ilegal, estrechamente coludidas; significa cuestionar enormes plantaciones devastadoras de palma aceitera en manos de un gran grupo económico de origen peruano, pero que cotiza en la bolsa de Nueva York. Falta ver si efectivamente Castillo acometerá eso, no es algo que se pueda garantizar, sus funcionarios no tienen antecedentes que permitan suponerlo.
Deberá asumir los daños que han afectado a los pueblos indígenas amazónicos por actividades de gas y petróleo, por invasión de sus tierras, y recuperar ecosistemas dañados. Deberá cumplir con los compromisos de consulta previa, pero ordenada e informada, con las comunidades afectadas por actividades en sus tierras.
Deberá sortear, también, a sus propios compromisos apresurados e irresponsables con los mineros informales, y lo que haya ofrecido a los agricultores cocaleros, pobres del campo, migrantes de las alturas hacia la selva amazónica alta – migrantes como los que llenan por el oeste de pobreza los entornos de las ciudades como Lima – pero también fabricantes directos de cocaína. Todos ellos depredadores, tanto como los grandes inversionistas, de territorio y de fuentes de vida.
Deberá vacunar, vacunar, vacunar a toda marcha, por salud y vida, pero también por algo en lo que todos los economistas están de acuerdo: “La mejor medida para reactivar la economía es la vacunación.”
Deberá sortear, asimismo, las expresiones de desprecio de la clase política tradicional y de los sectores económicos que se consumen en racismo y distancia, y de lo que se ven expresiones a diario.
Interrogantes tempranas
Pasados los primeros meses de su mandato, un panorama confuso se abre, sin embargo. El nombramiento de varios ministros sin los antecedentes requeridos para cada cargo, e incluso algunos con cuestionamientos por cercanía con un movimiento ligado a Sendero Luminoso, el MOVADEF[10], tema muy sensible para los peruanos, ha puesto en bandeja argumentos para la oposición de derecha y extrema derecha. Además, la intromisión del secretario general del partido que prestó su registro electoral a Castillo para ser candidato, Vladimir Cerrón, que como declarado leninista exige la primacía del partido en la toma de decisiones, y presiona con algún resultado para lograr esto.
El caso del ministro del ambiente nos sirve de ejemplo. Rubén Ramírez Mateo es un abogado sin relación alguna con la temática ambiental, y ha sido designado por presión de Cerrón. En la prensa se le presentó como abogado asesor de invasores de terrenos para vivienda, en sitio arqueológico que demás no es apto para construir. Estas invasiones son frecuentes en la sobrepoblada Lima, que alberga mucha pobreza. Con estos antecedentes, desde su ministerio salieron las objeciones a la promulgación de una ley que establecía la obligación de protección, descontaminación, remediación y recuperación de cuencas hidrográficas afectadas por daños ambientales, al tiempo que concedía derechos a los ríos, que ya había sido aprobada por el Congreso de la República, y para la que solo faltaba la firma del presidente de la república: Castillo la observó, y pasó a archivo.
Uno de los grandes anuncios es el de un tren que atraviese la zona sur andina y llegue hacia la costa norte para transportar minerales, y personas, con el apoyo de las grandes empresas mineras, obviamente beneficiarias. Ha dejado en suspenso conflictos mineros sobre los que debió actuar con energía hacia la empresa infractora en el corredor minero del sur.
Durante la presentación del primer gabinete el Congreso de la República, para obtener su voto de confianza, trámite necesario, no mencionó más que al pasar aspectos ambientales, pero no hubo un plan o propuesta integral al respecto, como si el sector no existiera.
Sin dudas, se trata de un gobierno extractivista más, con signo social izquierdista, pero ciego ante la evidencia de que, si no se cuida territorio, toda proyección social rebota en la nada.
La revolución de las reformas
Alberto Flores Galindo[11], uno de los más importantes historiadores recientes, fallecido tempranamente, decía que, en el Perú, tan solo llevar a cabo reformas democráticas, sería revolucionario. Y, sin embargo, esa es la tarea difícil que le espera a Pedro Castillo.
El tiempo dirá si está a la altura de la situación en que lo ha puesto la esperanza y la ilusión de una mayoría de peruanos que han visto en él la posibilidad de, por fin, estar representados en la conducción del país.
Notas
[1] En un famoso tondero, baile típico del norte del Perú, la letra dice: “La gripe llegó a Chepén, ya llegó. Está matando mucha gente, y cómo muere tanto pobre, y no muere la decente. ¿Por qué será?” https://www.youtube.com/watch?v=Dkzai6MsQdc
[2] Un reportaje del New York Times testimonia gráficamente sobre el contraste entre el supuesto éxito económico del Perú, revelado como mito por el virus: https://www.nytimes.com/es/2020/06/12/espanol/america-latina/peru-coronavirus-corrupcion-muertes.html
[3] Video del que se origina el apodo: https://www.youtube.com/watch?v=qq9tUAMugCU
[4] Lote 95: Denuncian penalmente al Estado por muerte de kukamas, Servindi (Lima), 7 diciembre 2020, https://www.servindi.org/actualidad-noticias/07/12/2020/lote-95-denuncian-penalmente-al-estado-por-muerte-de-kukamas
[5] El periodista español, Julián Macías Tovar, especialista en redes, hizo un seguimiento a todas las amenazas de golpe, acusaciones de fraude sin prueba, campaña de odio y mentiras, y tras analizar los más de 100.000 tuits con el HashTag #FraudeEnMesa descubrió miles de fakes news, cuentas falsas, bots, y tuits repitiendo los mismos errores: https://twitter.com/JulianMaciasT/status/1402635839516127234?s=20
[6] Puede verse y escucharse completo el discurso presidencias de Pedro Castillo en: https://www.youtube.com/watch?v=TnbT9K_V1FI
[7] Para ampliar algo más acerca del origen y antecedentes de Castillo y el partido Perú Libre, se puede remitir a artículo del autor en: https://sudaca.pe/noticia/opinion/las-paradojas-del-candidato-castillo/
[8] Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI).
[9] El caso más ilustrativo es el de las empresas agroexportadoras, que se benefician de un estatus laboral particular que reduce a 15 días las vacaciones de los trabajadores, las libera del pago de varios beneficios sociales, y reduce el salario mínimo.
[10] Movimiento por la Amnistía y los Derechos Fundamentales (MOVADEF)
[11] Flores Galindo, poco antes de morir y de la mano de Joan Martínez Alier, estaba abriéndose a la dimensión ambiental, y al redescubrimiento de José María Arguedas, normalmente confinado en el culturalismo, pero que fue un auténtico adelantado del ecologismo.
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David Roca Basadre es periodista ambiental peruano, analista político y activista ecologista. Se puede seguir en twitter en @drocabas
Patrick Murayari Wesemberg es fotógrafo de Loreto (Perú), promotor y activista del colectivo Piquete Fotográfico. Todas las fotografías en el artículo final son de su autoría, excepto la imagen de un río contaminado, en el VRAEM, que corresponde a GCQ
Nueva versión actualizada y revisada publicado en el sitio Palabra Salvaje el 25 de octubre 2021. Se permite la reproducción siempre que se cite la fuente.
La versión final del texto, junto a todas las fotografías, se poublicó en la revista Palabra Salvaje No 2 (octubre 2021) que se puede descargar aquí…