Un mundo incendiado: vida y muerte en la Edad del Fuego

Gonzalo Gutiérrez Nicola

 

El uso del fuego ha sido el más trascendental de los logros humanos, así lo entendía el antropólogo escocés James George Frazer cuando en 1930 publicó un libro donde reunió mitos de sociedades de distintos continentes sobre su origen. En base a ellos estableció tres edades históricas: una Edad sin fuego donde los humanos ignoran el uso e incluso la existencia del fuego; una Edad del uso del fuego donde están familiarizados con su uso y lo emplean para calentarse y cocinar pero desconocen los modos de encenderlo; y una Edad de encendido del fuego donde han adquirido ya los conocimientos para iniciarlo 1.

A aquellas edades establecidas por Frazer, que dan cuenta del pasaje de una humanidad que desconoce el uso del fuego a una que primero lo utiliza y luego lo controla, seguramente se debe agregar una nueva edad que dé cuenta del uso descontrolado del fuego a escala global en la actualidad. Esa edad ya tiene un nombre: el piroceno 2.

Pero antes de detenernos en el presente vayamos bastante para atrás en el tiempo. El fuego no siempre ha existido en la Tierra, para que pueda hacerlo debieron darse las condiciones físico-químicas que lo posibiliten. Además de la presencia de oxígeno en cantidades suficientes en la atmósfera, tiene que haber algo más que sirva de combustible. La combustión es una combinación de oxígeno con algún otro elemento. Y también el clima es un factor que incide ya que el combustible debe estar seco. Considerando que la Tierra se formó hace unos 4.600 millones de años, las primeras bacterias productoras de oxígeno surgieron durante la era Paleoarcaica, hace 3.600 millones de años. La vida surgió en ausencia de oxígeno, y de hecho fueron los organismos vivos quienes produjeron la oxigenación de la atmósfera hace unos 2.500 millones de años.

En lo que respecta al fuego, se han encontrado restos paleobotánicos de carbón vegetal que datan de la transición entre el periodo Silúrico y el Devónico –hace entre 420 y 395 millones de años– lo que constituye una evidencia de los primeros incendios. En ese periodo las plantas comenzaron a extenderse por la superficie terrestre y desde entonces los incendios han sido parte de la dinámica de muchos ecosistemas. La vegetación de bosques y praderas se ha ido adaptando a los incendios y algunas especies los utilizan a su favor. Las llamas eliminan parte de la biomasa vegetal superficial y permiten que las semillas se abran y germinen, y afloren nuevos brotes que estaban cubiertos por la capa superior. Por su parte las cenizas se esparcen con el viento y contribuyen a fertilizar el suelo. Se estima que casi la mitad de los incendios forestales son debidos a causas naturales como la caída de rayos o la actividad volcánica 3.

Esos ciclos de incendios forestales se han producido en el planeta a lo largo de millones de años, pero en un momento reciente –en términos geológicos– la actividad humana introdujo nuevas dinámicas del fuego. En el transcurso de la prehistoria y de la historia su uso se ha ido incrementando y diversificando.  Eso incluye la utilización del fuego por parte de pequeños grupos de cazadores-recolectores con un impacto a nivel local, y también por parte de sociedades de mayor tamaño basadas en la domesticación de plantas y animales que utilizan el fuego para despejar terrenos a ser cultivados o para que crezcan pastizales destinados al consumo animal. Con ello, la capacidad humana de modificar el paisaje y alterar los ecosistemas fue en aumento. Pero a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, con el advenimiento de las sociedades industriales basadas en la quema de combustibles fósiles, además del incremento cuantitativo en el uso del fuego debido al crecimiento de la población, se produjo una transformación cualitativa.

En la actualidad el fuego está en todas partes, está en las fábricas, en los hogares, dentro de los motores, y también en los innumerables incendios que nos rodean, sean debidos a causas naturales o de origen antrópico. Esa transformación en el uso del fuego ha generado efectos acumulativos que han conducido a cambios a gran escala en la atmósfera con consecuencias dramáticas para la vida en el planeta.

 

De homínidos a humanos

En muchos de los mitos recopilados por Frazer el fuego existía pero fuera del alcance de los humanos, se encontraba en poder de los dioses o de otros seres no humanos. En esos relatos, la vida sin el fuego cotidiano se describe como signada por múltiples penurias: hambre, frío, oscuridad, desprotección. Cuando por fin nuestros antepasados obtienen el fuego la vida cambia radicalmente y los mitos dan cuenta de la importancia que ello tuvo. A partir de entonces la vida humana se movería más allá del resto de la creación; el manejo del fuego nos alejaría de los demás seres vivientes y nos acercaría a los dioses.

Como subraya Frazer, es poco probable que esos relatos sean testimonios de verdaderos recuerdos de lo que fue la vida antes del uso del fuego, pero la existencia de mitos a lo largo y ancho del mundo que tienen como tema central el pasaje de una humanidad sin fuego a una que lo utiliza y lo controla es ilustrativa de la importancia que diferentes sociedades le han adjudicado al hecho a lo largo de la historia.

Las escenas de la película La guerra del fuego 4 bien nos describen un mundo en que los homínidos se habían adaptado al uso del fuego para la cocción de alimentos, la fabricación de herramientas, y la protección frente al frío y los animales salvajes, pero al desconocer los modos de encenderlo debían tomarlo de los incendios naturales o de otros grupos de homínidos. En algún momento del Paleolítico

 

Inferior el fuego pasó a ocupar un rol central en la vida de nuestros antepasados pero tenían que mantenerlo encendido todo el tiempo y su pérdida significaba casi seguramente la muerte del grupo. Desde entonces, y por mucho tiempo, gran parte de la cotidianidad transcurrió alrededor de una hoguera; allí también surgieron rituales y nuevas formas de socialización.5

 Si bien siempre estuvo la sospecha de que Homo erectus fue el primer homínido que utilizó el fuego, no hay consenso en la comunidad científica sobre cuándo nuestros antepasados comenzaron a utilizarlo. En África se encontraron sitios con una datación de un millón de años con evidencia de fuego relacionada con campamentos.6 Muchos de ellos están asocia dos a “hachas de mano” (herramientas características de la tradición achelense, la tecnología lítica asociada a H. erectus). También se han encontrado sitios similares en Medio Oriente y en China. Un problema a dilucidar es si fueron efectivamente los homínidos quienes utilizaron ese fuego o si se trató de incendios naturales producidos con posterioridad al abandono de esos campamentos.

En cuanto a la capacidad de encender el fuego, las evidencias son menos precisas ya que una cosa es comprobar que fue utilizado y otra es comprobar que haya sido encendido por los homínidos. Aquí las investigaciones se encuentran con el problema de que el instrumental utilizado para encender el fuego no resiste el paso del tiempo. No hay evidencias firmes sobre que H. erectus e incluso los neandertales hayan sabido encenderlo, aunque sí lo utilizaban 7.

Para Stephen Pyne, la posibilidad de manejar el fuego implicó para nuestros antepasados un cambio tan significativo que constituyó un punto de inflexión a partir del cual podemos asumirnos como humanos 8. En eso hay un punto de coincidencia con varios autores e incluso con muchos de los mitos recopilados por Frazer. Por su parte, otros como el antropólogo Richard Wrangham también hacen énfasis en que la posibilidad de ingerir alimentos cocidos fue clave para nuestra transformación de homínidos en humanos. El fuego permitió la cocción y ésta a su vez posibilitó un aumento en la ingestión de energía y un menor esfuerzo físico en la obtención de los alimentos. La adaptación a esa dieta propició cambios comportamentales y biológicos en los homínidos (entre los cuales están la disminución del aparato masticatorio y el aumento del tamaño del cerebro) y en definitiva su transformación en una nueva especie 9.

El control del fuego no sólo implicó cambios al interior de nuestra especie, también permitió realizar transformaciones en el paisaje como la quema de bosques y pastizales para provocar estampidas de animales de caza, o como estrategia de defensa ante otros grupos humanos, y, tras la domesticación de las plantas, para despejar terrenos que iban a ser cultivados. Así, con el control del fuego los humanos fuimos capaces de moldear el entorno, de modificarlo según nuestras necesidades o según nuestra imaginación. El fuego nos hizo humanos y simultáneamente fuimos transformando el mundo que nos rodeaba, y también el que estaba más allá, porque el fuego nos permitió colonizar el planeta, llegar a lugares a los que ningún otro homínido había llegado.

 

Tras la extinción de las especies de homínidos que nos antecedieron, nuestra especie es la única que tiene capacidad de producir fuego. Tenemos el monopolio del fuego en el planeta, un monopolio que conlleva una gran responsabilidad. Nuestra capacidad de transformar el planeta es básicamente un derivado de nuestra capacidad de producir y utilizar el fuego.

 

 

Fuego en todas partes

 A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, la incorporación de combustibles fósiles propició otros usos del fuego. Primero el carbón y luego el petróleo y el gas natural posibilitaron el desarrollo industrial y la expansión del capitalismo a los más recónditos lugares del globo 10. A mediados del siglo XX se produjo un importante crecimiento en la emisión de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono. Esa emisión se fue incrementando año tras año, y así se fue generando un impacto acumulativo que provocó cambios en la composición de la atmósfera terrestre que derivaron en lo que hoy conocemos como calentamiento global.

En los últimos setenta años los humanos hemos alterado los ecosistemas de manera más severa que en toda la historia anterior de la humanidad, eso es lo que algunos autores denominan la Gran Aceleración. Desde 1945 hasta la actualidad la historia puede ser vista como la extensión del capitalismo basado en la extracción y quema de combustibles fósiles a todas las dimensiones de la vida humana y su expansión a todo el planeta. Ese proceso ha sido central en desencadenar la crisis ecológica del presente, una crisis que podría provocar la sexta extinción masiva de especies de la historia del planeta, la primera que sería de origen antrópico.

En paralelo con los fuegos “no visibles” producto de la quema de combustibles fósiles, están teniendo lugar otros fuegos que arden a lo largo y ancho del mundo. Son los fuegos de los grandes incendios que azotan a todos los continentes, que arrasan con los bosques, selvas y praderas, y junto con ellos destruyen los últimos refugios de miles y miles de especies no humanas que enfrentan una rápida extinción.

El desarrollo de estos enormes incendios ha sido parte de los titulares de prensa en los últimos años, y cada vez es mayor su alcance y con ello los impactos sociales y ambientales que generan. Esos fuegos pueden tener un origen natural, pero muchas veces son provocados por humanos ya sea por accidentes, porque los utilizan en el marco de estrategias productivas del suelo, o porque se trata de incendios provocados sin una razón utilitaria aparente, en estos casos pueden ser atribuidos a lo que se identifica como conductas piromaníacas 11.

Más allá de los motivos que den origen a cada fuego, su intensidad y propagación se ven agudizadas por las expresiones locales del calentamiento global –también provocado por los humanos– y sus consecuencias en los cambios en las dinámicas de pluviosidad y la extensión y agravamiento de las sequías.

Los fuegos encendidos por las sociedades preindustriales encontraban límites a su expansión sea debido a la existencia de barreras naturales o porque el combustible utilizado se agotaba. Los combustibles fósiles nos dieron una capacidad casi ilimitada de mantener los fuegos encendidos ya que existen reservas disponibles para hacerlo.

Al mismo tiempo, las condiciones ambientales creadas por el calentamiento global han facilitado la expansión e intensidad de los incendios forestales. Una grave consecuencia de esto es el fenómeno de los incendios forestales de última generación (también conocidos como de sexta generación). Se trata de un nuevo tipo de incendios que alcanzan una gran propagación a través de cientos o miles de focos ígneos que se expanden más allá de las barreras naturales y que no tenemos la capacidad tecnológica de apagarlos. Este fenómeno cada vez es más frecuente y ya se han producido eventos de este tipo en Portugal y Chile en 2017, California, Sudáfrica y Grecia en 2018 12. En 2021 los grandes incendios en California y en Grecia también se pueden incluir en esta categoría.

En la actualidad, los impactos de los incendios forestales son más severos que nunca, en particular porque están afectando ecosistemas que ya no son capaces de regenerarse, y con ello se corre el riesgo de la extinción de múltiples especies animales y vegetales que los habitan. La ocurrencia de incendios se ve favorecida por las altas temperaturas y las sequías, que cada vez son más graves, lo que incrementa a su vez el riesgo de más incendios. Se da así un círculo vicioso donde el calentamiento global propicia las condiciones locales que favorecen los incendios, estos a su vez emiten grandes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera que cada vez son más difíciles de absorber por la pérdida de los ecosistemas forestales, lo que agrava las condiciones del calentamiento global. Un reciente artículo advierte que como resultado del efecto combinado de la deforestación, los incendios y el calentamiento global, la Amazonia ha pasado a emitir más dióxido de carbono que el que puede absorber 13. De este modo, las grandes regiones tropicales del mundo van a camino a convertirse en agentes que contribuyan a agravar el calentamiento global en lugar de reducir sus efectos como hasta ahora.

 

Incendios en la región

Pero también ha quedado en evidencia que los incendios asolan a buena parte de América del Sur. Esto quedó dramáticamente expuesto con el fuego consumiendo enorme superficies de selva amazónica en Brasil, generando un volumen tan enorme de humo y hollines que llegaban a las grandes ciudades sobre la costa atlántica. En 2020 se alcanzó el más alto número de focos de calor en los últimos diez años, con casi 223 mil focos 14. La situación se repitió en los países vecinos, y se estima que el 13% de toda la cuenca amazónica fue afectada por fuegos entre 2001 y 2019 15.

Además, se suman incendios forestales en otras ecoregiones de Brasil, como las Caatingas, Cerrado y el Pantanal. Por ejemplo, en los humedales del Pantanal, en 2020, se observaron más de 22 mil focos de calor, un récord desde 1998.

Lo mismo ocurre en los países vecinos, con fuegos en los bosques subtropicales de Paraguay, el Chaco tanto en Paraguay como en Argentina, o en las planicies del río Paraná en Argentina. El examen de las fotos de los satélites muestra miles de focos de calor, la mayoría correspondientes a incendios, que se distribuyen en todo el continente. En el año 2021, desde enero a fines de setiembre, se registraron más de 131 mil focos de calor en Brasil, 25 mil en Argentina, poco más de 20 mil en Bolivia, y casi 20 mil en Paraguay. Es una América del Sur en llamas.

El país con la proporción de superficie más afectada por los incendios ha sido Bolivia. En el año 2020, se quemaron 4,5 millones de hectáreas, y en 2019 se llegó a 5,9 millones has 16. Allí, ha quedado muy en claro que las llamas no solo destruyen la fauna y la flora, sino que también desaparecen los ambientes ocupados por pueblos indígenas. Se estima que en los últimos diez años, los incendios han tenido un impacto acumulado sobre el 42% de los territorios indígenas titulados en Bolivia 17.

 

La Edad del Fuego

 En el año 2015 el historiador Stephen Pyne acuñó el término piroceno 18 –una palabra que sería equivalente a Edad del Fuego– para definir la actual edad de uso descontrolado del fuego a escala global en que vivimos. En efecto, en la actualidad el fuego está en todos lados, casi tanto que ni siquiera somos conscientes de su omnipresencia, excepto cuando desde nuestra perspectiva aparece fuera de control, y tal es el caso de lo que sucede con los grandes incendios forestales, cuando vemos las grandes columnas de humo y sentimos sus efectos en los pulmones.

No solo los bosques arden más que nunca porque hemos alterado los ciclos de la biosfera, es como si todo lo contemporáneo estuviera a punto de estallar en llamas ante cualquier circunstancia, y eso incluye por supuesto a las ciudades. Una prefiguración de ello fueron las enormes explosiones que tuvieron lugar en el puerto de Beirut en agosto de 2020, cuando estalló un depósito de nitrato de amonio. El accidente dejó cerca de doscientas personas muertas y miles heridas, junto a múltiples daños en infraestructura, pero la circunstancia clave era que ese tipo de almacenamiento, y en ese volumen estuviera en la ciudad. No solo los bosques y selvas con las comunidades humanas y no humanas que los habitan están en riesgo de incendio, también lo estamos en las ciudades en que habitamos.

Si estamos en el piroceno es porque los humanos somos los responsables de ello, somos los agentes que hemos creado esa situación, y hemos arrastrado a los demás seres vivos del planeta. Lo pírico tiene dos condiciones. Por un lado al agente que inicia el fuego; podríamos decir el piromaníaco, entendido en este caso como condición psicopática del Antropoceno. Por otro lado, las condiciones para que el fuego se inicie y se extienda, un ambiente inflamable, que puede arder con cualquier chispa. En este caso se cumplen las dos condiciones: no alcanza con la acción piromaníaca sino que el piroceno también se hace posible porque casi todo es inflamable, y eso sucede porque hemos creado las condiciones sociales y ambientales para que así sea.

Las transformaciones que se han producido en el planeta no son de grado, no se trata de trazar una línea de continuidad entre las bandas de homínidos que se reunían frente a hogueras y encendían fuego para espantar animales de caza, con las actividades propias de las sociedades capitalistas desarrolladas. Tampoco se puede establecer una continuidad entre el uso histórico del fuego por parte de comunidades indígenas y campesinas que lo utilizan para despejar terrenos para el cultivo, con las grandes quemas que realizan los grandes empresarios del agronegocio y la ganadería. Establecer una continuidad tal no haría más que poner la responsabilidad en la “naturaleza” humana, en algo que nos definiría como especie y que atravesaría todos los momentos históricos y las distintas sociedades que han existido. Sería a su vez licuar las responsabilidades de quienes efectivamente han conducido a la crisis ecológica. El desarrollo industrial se ha producido por una parte de la humanidad a expensas de otra parte de la humanidad, y a expensas también de un sinnúmero de animales, de plantas y de otros seres vivientes que habitan el planeta. El calentamiento global es en gran parte responsabilidad de un puñado de grandes compañías petroleras que tienen origen en los países desarrollados. No es que la humanidad sea piromaníaca, pero esta es una condición que se le puede atribuir a muchos agentes que tienen responsabilidad en la crisis ecológica. El tema es que más allá de las responsabilidades, en el piroceno estamos todos y todas.

En su novela Fahrenheit 451, Ray Bradbury presenta un mundo distópico, donde hay información que está prohibida y debe ser eliminada por los agentes del gobierno. El título hace referencia a los 451 grados Fahrenheit (equivalentes de 232,8 grados Celsius) que son necesarios para que se destruya el papel con el que están hechos los libros. En esos libros se almacena la memoria que es mantenida oculta por los habitantes.

¿Cuál es la memoria que nos va quedando hoy en día y dónde está? Sin duda las selvas y los bosques guardan gran parte de esa memoria de la historia ambiental del mundo, una memoria que está sucumbiendo rápidamente tras el avance de las llamas y la contaminación. ¿Cuál es la temperatura en la que arderán esos últimos lugares de memoria? ¿Qué distintivo usarán en sus frentes quienes se encarguen de consumar el hecho, tal como el bombero Guy Montag usaba el 451 en su frente? Tal vez sea el +2, el aumento en 2 grados de la temperatura promedio global, el punto de no retorno que vienen alertando las organizaciones sociales y la comunidad científica tras el cual llegaremos a una terra incognita, un mundo altamente inestable. Ese aumento de dos grados tal vez sea suficiente para acabar con los últimos “libros” de la Naturaleza, y con ellos los de la civilización. La paradoja es que si el fuego es lo que nos definió como humanos, sea también lo que nos conduce al colapso. Por supuesto, no se trata del fuego sino de los usos del fuego.

 

Notas

1 Mitos sobre el origen del fuego, J.G. Frazer. Alta Fulla, Barcelona, 1986, pág. 187.

2 El término Pyrocene fue acuñado por el historiador Stephen Pyne en 2015, The Fire Age, S. Pyne. Aeon, 5 Mayo 2015, https://aeon.co/essays/how-humansmade-fire-and-fire-made-us-human y The Planet is Burning, S. Pyne. Aeon, 20 Noviembre 2019, https://aeon.co/essays/the-planet-is-burningaround-us-is-it-time-to-declare-the-pyrocene

3 Planeta en llamas. La historia del fuego a través del tiempo. A.C. Scott. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2020.

4 Película de 1981 basada en la novela La guerre du feu (1911) de J.H. Rosny.

5 Las palabras fuego y hogar provienen del latín focus, que hace referencia al lugar donde se enciende el fuego para cocinar y calentar la vivienda. La asociación con el sitio donde se cocinan los alimentos es tan fuerte que dio origen a la propia palabra.

6 Por ejemplo ver: The Earliest Example of Hominid Fire, disponible en: https://www.smithsonianmag.com/science-nature/the-earliest-example-of-hominid-fire-171693652/

7 Es posible que nunca se sepa cómo los grupos humanos encendieron los primeros fuegos, si fue mediante la percusión de piedras de pedernal o por el giro rápido de palos de madera, y si esas técnicas tuvieron su origen en un lugar y luego se difundieron o si fue en varios lugares.

8 Fire: A Brief History, S. Pyne. University of Washington Press, Seattle, London, 2001, pág. 119.

9 Catching Fire. How Cooking Made Us Human, R. Wrangham, Basic Books, New York, 2009. También en Out of the Pan, Into the Fire: How Our Ancestor’s Evolution Depended on What They Are, En: Tree of Origin. What Primate Behavior Can Tell Us about Human Social Evolution, F. De Waal (ed.). Harvard University Press, 2002, págs. 119-143; más recientemente en Control of Fire in the Paleolithic. Evaluating the Cooking Hypothesis, Current Anthropology, 2017, vol. 58 (16).

10 Si bien los combustibles fósiles no fueron necesarios para el surgimiento del capitalismo, sí lo fueron para su desarrollo y expansión. Ello no significa que sin energías fósiles el capitalismo no se hubiese desarrollado. Más sobre esto se puede leer por ejemplo en: Facing the Anthropocene. Fossil Capitalism and the Crisis of the Earth System, I. Angus, Monthly Review Press, New York, 2016.

11 Según un dato del año 2003, en Australia en cada hora de cada día se inicia al menos un incendio intencional; véase Pyromania. Fact or Fiction?. R. Doley. British Journal of Criminology (43): 797-807, 2003.

12 Paisajes cortafuegos. L. Hernández y colab., WWF España – ANP WWF, Madrid, 2021. https://www.wwf.es/?57700/Informe-sobre-incendios-forestales-2021-Paisajes-Cortafuegos

13 Amazonia as a carbon source linked to deforestation and climate change, L.V. Gatti, L.S. Basso, J.B. Miller et al. Nature 595: 388-393, 2021.

14 Brasil encerra 2020 com maior número de focos de queimadas em uma década, DW, 3 enero 2021, https://www.dw.com/pt-br/brasil-encerra-2020-com-maior-n%-C3%BAmero-de-focos-de-queimadas-em-uma-d%-C3%A9cada/a-56119157

15 Amazonia bajo presión, RAISG, en www.amazoniasocioambiental.org

16 Incendios forestales en Bolivia 2020, Fundación Amigos Naturaleza (FAN) y World Conservation Society (WCS), Santa Cruz, 2021.

17 Incendios en territorios indígenas de las tierras bajas de Bolivia. Análisis del período 2010-2020. Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social (CEJIS) y Centro de Planificación Territorial Autonómica

18 The Fire Age, 2015, y The Planet is Burning, 2019, citados arriba.

 

Gonzalo Gutiérrez Nicola es investigador asociado del Centro Latinoamericano de Ecología Social (CLAES) e integrante del comité editorial de Palabra Salvaje. El autor agradece a Eduardo Gudynas por sus comentarios y sugerencias para el presente artículo.

Publicado en la web Palabra Salvaje el 25octubre de 2021.La versión completa, con todas las impagenes en la revista Palabra Salvaje No 2 (octubre 2021) que se descarga aquí…

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