La Naturaleza humana: la Tabla Rasa de Steven Pinker

Jorge Barreiro

 

Acabo de terminar “La tabla rasa”. No entiendo cómo no he leído antes este extraordinario libro de Steven Pinker. Si lo hubiera hecho, me hubiese resultado menos fatigoso llegar a conclusiones que Pinker ya había expuesto en 2003, año de la publicación del libro. Y por supuesto, me hubiera ahorrado muchas discusiones absurdas gracias a las evidencias y argumentos compartidos por Pinker. El subtítulo de “La tabla rasa” es muy importante: “La negación moderna de la naturaleza humana”. Pinker liquida a quienes en la izquierda y la derecha (porque los hay en ambas tolderías) se niegan a tomar nota de lo que la ciencia ha venido averiguando acerca de cómo es el mundo y cómo somos nosotros, los humanos.

También pone en solfa el dogma hegemónico en las ciencias sociales y el pensamiento posmoderno en general de que el comportamiento de los humanos es algo básicamente aprendido, que nuestra mente es una tabla rasa, infinitamente maleable, sobre la cual se puede escribir cualquier cosa y nosotros, unos buenos salvajes a los que la sociedad ha pervertido y que con la ingeniería social apropiada podríamos volver a ser esos santos que nos gusta creer que en el fondo somos. No, nada de eso, nuestra naturaleza, resultado de miles de años de evolución, es un poco más compleja y contradictoria: rivalizamos y cooperamos, según los casos, estamos hechos para el conflicto y para resolver los conflictos, a recurrir a la violencia y a la persuasión. Todo esto está en el cableado neuronal con el que venimos al mundo.

A los prejuiciosos: este no es un libro “de los que cuentan que todo está en la genética. El medio es tan importante como los genes”. Lo asombroso es que quien, como Pinker, sostiene eso y agrega que “es muy probable que tanto los genes como el medio tengan algo que ver en el asunto” sea acusado de (¡adivinen!) biologicista o determinista biológico. Ese etiquetado propio de ignorantes sólo puede entenderse en un contexto de hegemonía del constructivismo sociocultural en las humanidades y las ciencias sociales.

El constructivismo sociocultural ha dejado en el último medio siglo una marca tan indeleble en las humanidades y las ciencias sociales que se puede permitir acusar de biologicista y extremista a un autor que solo restituye cierto equilibrio en las complejas relaciones entre lo innato y lo adquirido y que recuerda que venimos al mundo con una circuitería neuronal relativamente compleja (y lo hace con los avales de las evidencias suministradas por la ciencia de la mente o ciencia cognitiva, la psicología evolutiva, las neurociencias y la genética conductual).

Desde que Pinker escribió el libro la idea posmoderna de que la verdad no existe porque no hay una realidad objetiva que se pueda conocer, sino una construida que difiere según el punto de vista de cada cual, ninguno con mejores o peores sostenes epistemológicos, ha seguido su marcha indetenible. Sin embargo, los desarrollos de las disciplinas mencionadas por Pinker también han proseguido. Y confirman la mayoría de las tesis esbozadas en este libro.

No es un libro sobre ciencia. O sí, pero no solo. Es también un libro político, porque el conocimiento de cómo son las cosas y cómo somos los seres humanos es la mejor apoyatura para una política inspirada en los ideales de igualdad y autonomía. Conocer nuestra naturaleza (saber que no somos tablas rasas ni buenos salvajes, por ejemplo) nos permite saber qué podemos hacer fácilmente, qué podemos hacer con dificultades y qué no podemos hacer de ninguna manera o únicamente al precio de infligir enormes sufrimientos a las personas).

La sombra de la falacia naturalista (ese salto sin red desde los hechos, desde lo que es, o de lo que sabemos acerca del mundo, a las normas que deben regir nuestra vida en común, al deber ser) está haciendo estragos. Pinker vino a poner un poco de calma: reconocer la naturaleza humana –de la que forman parte la codicia, la búsqueda de estatus, la competencia y la rivalidad, las diferencias innatas entre hombres y mujeres o un mayor afecto por los hijos propios que por los de los demás– no significa aprobar el racismo, el sexismo, la guerra, la codicia o el abandono de niños desfavorecidos. Los imperativos morales nada tienen que ver con cómo son las cosas. En todo caso, para realizarlos, es de gran ayuda una buena cartografía del mundo. Todo lo contrario de lo que supone esa buena gente que se niega en redondo a tomar nota de aquellos aspectos de nuestra naturaleza que no le “gustan”, porque no confirman sus creencias acerca de cómo “deben” ser las cosas. Reconocer la naturaleza humana, advierte Pinker, no tiene las implicaciones políticas que muchos temen. No exige, por ejemplo, renunciar a la igualdad entre los sexos ni aceptar los niveles actuales de desigualdad y violencia.

 

Cualquier sugerencia de que la mente tiene una organización innata, dice Pinker, perturba a las personas, no porque crean que se trata de una hipótesis incorrecta, sino por tratarse de un pensamiento cuya concepción les parece inmoral.

“Este libro habla de los tintes morales, emocionales y políticos que el concepto de la naturaleza humana entraña en la vida moderna. (…) No rebato, como algunos suponen, una postura extrema en defensa de la “educación” con otra postura extrema en defensa de la “naturaleza”. En algunos casos, es correcta una explicación ambiental extrema: un ejemplo evidente es la lengua que uno habla, y las diferencias entre las razas y los grupos étnicos en las puntuaciones de los test quizá constituyan otro. En otros casos, como en determinados trastornos neurológicos, será correcta una explicación hereditaria extrema. En la mayoría de los casos, la explicación correcta estará en una interacción compleja entre la herencia y el medio: la cultura es esencial, pero no podría existir sin unas facultades mentales que permiten que los seres humanos construyan y aprendan la cultura”, escribe en el Prólogo.

¿Por qué es importante esclarecer todo esto?, se pregunta. Porque la doctrina que sostiene que la mente es una tabla rasa “ha deformado la investigación sobre el ser humano y, con ello, las decisiones públicas y privadas que se guían por tales estudios. Muchas políticas sobre la paternidad, por ejemplo, se inspiran en estudios que ven una correlación entre la conducta de los padres y la de los hijos. (…) Todos concluyen que para conseguir los mejores hijos los padres han de ser cariñosos, responsables y dialogantes, y que si los hijos no llegan a ser como debieran, será culpa de los padres. Pero las conclusiones se basan en la creencia de que los niños son tablas rasas.

Recordemos que los padres dan a sus hijos unos genes, y no sólo un medio familiar. Es posible que las correlaciones entre padres e hijos sólo nos indiquen que los mismos genes que causan que los padres sean cariñosos, responsables o dialogantes provocan que los hijos sean personas seguras de sí mismas, educadas o que saben expresarse correctamente. Mientras no se realicen nuevos estudios sobre hijos adoptados (que sólo reciben de sus padres el medio, no sus genes), los datos avalan por igual la posibilidad de que sean los genes los que marquen toda la diferencia, la posibilidad de que la marque por completo el ejercicio de la paternidad, o cualquier posibilidad intermedia.

Pero casi en todos los casos, la postura más extrema —la de que los padres lo son todo— es la única que contemplan los investigadores”. Pinker relata a lo largo del libro casos que en aquel entonces causaban estupor y que hoy son parte del paisaje académico en muchos países: la condena, la persecución y el destierro moral de quienes osan cuestionar el dogma del constructivismo social o creen que la teoría social tiene mucho que ganar del derribo de las enclenques murallas que aún separan a las ciencias sociales de las naturales.

“Muchos autores sienten tantos deseos de desacreditar toda insinuación respecto de una constitución humana innata que arrojan por la borda la lógica y el respeto. Distinciones elementales —como “algunos” frente a “todos”, “probable” frente a “siempre”, “es” frente a “debe de ser”— se desechan de forma impaciente para presentar la naturaleza humana como una doctrina extremista. El análisis de las ideas se suele sustituir por la difamación política y el ataque personal”.

“Pensé en escribir este libro por primera vez cuando empecé a reunir una serie de afirmaciones sorprendentes de expertos y de críticos sociales sobre la maleabilidad de la psique humana: que los niños discuten y se pelean porque se les incita a que lo hagan; que les gustan las golosinas porque sus padres las emplean como premio por comerse la verdura; que los adolescentes compiten en su apariencia y en su forma de vestir influidos por los concursos y los premios escolares; que los hombres creen que la finalidad del sexo es el orgasmo por la forma en que se han socializado. El problema no es sólo que tales ideas son ridículas, sino que los propios autores no reconociesen que estaban afirmando cosas que el sentido común podría poner en entredicho. Esta mentalidad no puede coexistir con una estima por la verdad, y creo que es la responsable de algunas de las lamentables tendencias de la vida intelectual de hoy. Una de estas tendencias es un manifiesto desprecio entre muchos estudiosos por los conceptos de verdad, lógica y evidencia. Otra es una división hipócrita entre lo que los intelectuales manifiestan en público y aquello que realmente piensan”.

“Por último, la negación de la naturaleza humana no sólo ha enrarecido el mundo de la crítica y de los intelectuales, sino que también ha perjudicado la vida de las personas corrientes. La teoría de que los hijos pueden ser moldeados por sus padres como se moldea la arcilla ha propiciado unos regímenes educativos artificiales y, a veces, crueles. Ha multiplicado la ansiedad de aquellos progenitores cuyos hijos no se han convertido en lo que esperaban. La creencia de que los gustos humanos no son más que preferencias culturales reversibles ha llevado a los planificadores sociales a impedir que la gente disfrute de la ornamentación, de la luz natural y de la escala humana, y ha forzado a millones de personas a vivir en grises cajas de cemento. La idea romántica de que todo mal es un producto de la sociedad ha justificado la puesta en libertad de psicópatas peligrosos que de inmediato asesinaron a personas inocentes. Y la convicción de que ciertos proyectos masivos de ingeniería social podrían remodelar la humanidad ha llevado a algunas de las mayores atrocidades de la historia”.

“El hombre será mejor cuando se le muestre cómo es”, dijo Chejov, de modo que las nuevas ciencias de la naturaleza humana pueden encabezar la marcha hacia un humanismo realista e informado biológicamente. Extraen a la superficie la unidad psicológica de nuestra especie que se esconde bajo las diferencias superficiales de la apariencia física y la cultura particular. Nos hacen apreciar la maravillosa complejidad de la mente humana, que podemos dar por supuesta precisamente porque funciona tan bien. Identifican las intuiciones morales que podemos emplear para mejorar nuestra suerte. Prometen una naturalidad en las relaciones humanas, y nos animan a tratar a las personas considerando cómo se sienten, y no cómo deberían sentirse según determinadas teorías. Ofrecen un punto de referencia con el que podamos identificar el sufrimiento y la opresión dondequiera que se produzcan, desenmascarando las racionalizaciones de los poderosos”.

“Nunca ha sido tan oportuno hablar con toda franqueza de la naturaleza humana. Durante todo el siglo XX, muchos intelectuales intentaron asentar los principios de la decencia en unas frágiles proposiciones factuales, como aquella según la cual los seres humanos son indistinguibles desde un punto de vista biológico, no albergan motivaciones innobles y son completamente libres en su capacidad para tomar decisiones. Tales afirmaciones quedan hoy en entredicho ante los descubrimientos de las ciencias de la mente, el cerebro, los genes y la evolución”.

“El presente libro está dirigido a quienes sospechan que el tabú en contra de la naturaleza humana nos ha dejado en una situación de precariedad cuando se trata de abordar las cuestiones apremiantes a las que nos enfrentamos. Y está dirigido a quienes reconocen que las ciencias de la mente, el cerebro y la evolución cambian sin cesar la idea que tenemos de nosotros mismos, y se preguntan si los valores que consideramos preciosos se marchitarán, sobrevivirán o (como voy a defender) serán mejorados”.

No esperen, como yo, 17 años para leerlo.

 

 

Jorge Barreiro es periodista, ensayista y autor del blog Dudas Razonables. Además. publicó dos libros, «Lo real y lo imaginario del socialismo», con el que ya tiene serias discrepancias y «La democracia como problema», una selección de sus ensayos en el blog. Reproducido, con autorización, del muro de Facebook del autor.